sábado, 16 de noviembre de 2013

Relámpagos de Jorge

18/Noviembre/2013
Laberinto

El 27 de noviembre de 1983, Jorge Ibargüengoitia murió en un accidente aéreo en Madrid. Su destino: el Primer Encuentro de Cultura Hispanoamericana en Bogotá, Colombia, a invitación de Gabriel García Márquez. En el mismo avión viajaban la crítica de arte Marta Traba y su esposo, el ensayita Ángel Rama, los pianistas Marc Rubenheimer y Rosa Sabater, el poeta Manuel Scorza y la actriz Fanny Cano. En las siguientes páginas recordamos al novelista, al dramaturgo, al crítico teatral, al periodista y al amante de la gastronomía.


Hombres o bestias
Karla Zárate

Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia, se encuentra dentro del gran corpus latinoamericano de la novela del dictador. En ésta, la metáfora del rey de la selva se aplica para caracterizar la figura del autócrata.
Manuel Belaunzarán y Pepe Cussirat, son los líderes en pugna de la isla de Arepa. El primero usa sombrero de hongo, bastón, ostentosos relojes y cadenas de oro. Es asiduo concurrente a las peleas de gallos. El segundo juega golf, planea aviones, usa bufanda de seda y habla tres idiomas. Como leones en defensa territorial, ambos tienen impulsos destructivos y de aniquilamiento del otro.
Lo animal es intrínseco al ser humano, sugiere Ibargüengoitia. ¿Acaso Belaunzarán no actúa como un depredador al comerse a mordidas la cabeza de un gallo de pelea? Y Cussirat, ¿no parece un gato cazando a un ratón?

No extraña que los políticos suelan devenir en bestias. Contrario a la fábula tradicional, Maten al león animaliza al ser humano, donde lo importante no solo es la función que ejerce sino la figura que representa. El que gobierna, en este caso, no es necesariamente el más fuerte sino el que aparenta la fortaleza.
El presidente del partido progresista encarna la imagen paradójica del león, o por lo menos intenta ponerse la máscara felina. Súper predador, vulnerable, fiera a veces solitaria pero que cuando ataca, lo hace en manada. La sátira ocurre cuando a la par se evoca a la fiera de circo parada en dos patas, ridiculizada entre los aplausos de un público burlón, temeroso al látigo y al fuego.

El rey de la selva —o el soberano de la isla— es también considerado enemigo. Está por encima y más allá de la ley, no responde a las reglas sociales ni naturales. La omnipotencia del dictador no es la inmortalidad, sino jugar a ser Dios con la vida de los demás. En términos de violencia, la condición de su fuerza recae en lo animal, es decir, en su bestialidad, sea candidato, presidente vitalicio o maestro de violín. Lo paradójico es que quien usó todo el tiempo el disfraz de oveja, resultó tener las garras de un león.



La osamenta de Marta
Guillermo Espinosa Estrada

Las muertas es la más oscura de las novelas de Jorge Ibargüengoitia y, por lo mismo, la más humorística. En ella pudo poner en práctica mejor que en ninguna otra lo que ya enunciaba en “Agítese antes de usar”: “Hay quien afirma, y yo estoy de acuerdo, que el sentido del humor es una concha, una defensa que nos permite percibir ciertas cosas horribles que no podemos remediar, sin necesidad de deformarlas ni de morirnos de rabia impotente.” Y es que en la historia de las hermanas Balardo se suscitan tal cantidad de atrocidades, que relatadas en cualquier otro registro narrativo nos moverían al llanto. Miseria, corrupción, narcotráfico, secuestro, tortura, pederastia, asesinatos y demás barbaridades que no buscan hacer una crítica ni una sátira de costumbres; más bien están percibidas con distancia para poder sobrellevarlas, están descritas con ironía para que podamos leer “perversión de menores”, “inhumación clandestina” o “cadáver” sin que se nos rompa algo por dentro.

Hay un episodio que resulta paradigmático y resume bastante bien la mirada humorística de Ibargüengoitia. Me refiero al momento en el que cuatro chicas del burdel intentan enterrar viva a Marta, una de sus compañeras, en una letrina: “Las mujeres llevaron a Marta arrastrando hasta esa construcción”, dice el narrador, “quitaron las tablas del común, e intentaron meterla en el agujero” (por las descripciones de este hecho se deduce que las atacantes tenían intención de enterrar viva a la víctima). “Su gordura la salvó. Marta es una mujer de osamenta muy ancha y por más esfuerzos que hicieron las otras no lograron hacerla pasar por el orificio.” La escena es muy cómica, parece sacada de un dibujo animado. Pero cuando recordamos la advertencia de la novela —“Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales...”—, solo podemos consolarnos con lo siguiente: la gordura de Marta es la “concha” del humorista. Es solo por esa osamenta protectora que continúa viviendo y se libra de entrar en contacto directo con la realidad.




Ácido para derruir la realidad
Omar Nieto

Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia, es un compendio de humor, desparpajo, ironía y trabajo ficcional que coloca a la realidad más como materia de lo literario que como materia de la historia. A casi 50 años de publicada, y a pesar de que los mexicanos más jóvenes pudieran haber perdido algunos de los referentes políticos que la originaron, lo que queda en ella es el poder de la ficción. En el epílogo, se revelan sus fuentes reales: las guerras intestinas revolucionarias. A pesar de ello, la obra se configura como el reverso humorístico de la novela de la Revolución. Dejando de lado el dato histórico preciso, lo que predomina en sus líneas es una esencia “satírica y quemante”. Desde el inicio, el autor despliega las condiciones de su artefacto literario, uno que no necesita ser fiel a lo real pero que se basa en ello para ganar verosimilitud e ironía, ese ácido con el que se puede derruir o alterar la realidad. El teórico Lauro Zavala ha señalado que la ironía depende de “un discurso que no requiere justificación porque parece derivar de la estructura del mundo”. Los relámpagos de agosto cumple con esa condición: ironiza los mitos revolucionarios que institucionalizaron el poder en México, incluidos la traición, el amiguismo y el corporativismo.

La ironía funciona porque establece un diálogo con el objeto representado. Los giros tragicómicos son rápidos; la prosa, directa. La frescura del autor no se agota pues sabe que México lo enraíza con lo universal, la ambición, la corrupción y el infortunio humanos. La obra es un golpe de humor certero y corrosivo, una lección para tantas propuestas abigarradas en laberintos del lenguaje que postulan un código cerrado para un número limitado de lectores. Ibargüengoitia muestra que los poderes de la ficción comprenden la capacidad de modificar la realidad y que la imaginación significa algo más que recurrir a la narrativa que no cuenta nada, a esa que gira en círculos para perderse en el olvido.
  
Dos crímenes
Jaime Mesa

Me parece que en Dos crímenes (1979) encontramos el mismo afán que, digamos, existe en novelas como Guerra y Paz: la historia, el Otro están allá afuera y vienen ineluctablemente por nosotros. Hay, entonces, esa misma conciencia tensa de que bajo la normalidad se asoma la garra de la catástrofe. La forma de esta novela: una neutralidad aparente, sutil y casi dispersa (en lenguaje, estructura), deja en la mente un manto narrativo compuesto por infinidad de nudos sobrepuestos que confieren ese aire de familiaridad característico en Jorge Ibargüengoitia.

El gran madero literario en el que Ibargüengoitia talla sus proezas es su voz narrativa. En el caso de Dos crímenes, es la de un tipo común y corriente que cuenta una historia medio costumbrista, medio comedia de enredos. Leemos a Ibargüengoitia como si estuviéramos leyendo nuestras propias ensoñaciones. No hay un filtro categóricamente verbal ni técnico que aleje al lector: al contrario. Todo en Dos crímenes parece atraer al testigo de ese mundo hacia su centro. Lo que en apariencia es un tratamiento superficial, en el fondo responde a un diccionario de elementos: política, familia, sexo, intriga policiaca, crítica social, todos, cuñas que no sobresalen si no que son un solo bloque. Por eso, lo he dicho antes, Jorge Ibargüengoitia parecería un autor “fácil” y quizá, también por eso, parecería que no tiene el peso de otros autores cuya prosa o mundos literarios son más solemnes, anzuelo para el canon. Sin embargo, esa amalgama que consigue Ibargüengoitia nos habla del tema de Dos crímenes: la fragilidad de la vida cotidiana.

Lo que le interesa a Ibargüengoitia, más que cualquier cosa, incluso más que sus personajes, es contar una historia. Los personajes son la trama, seres memorables como el narrador/personaje El Negro Marcos, La Chamuca, el tío rico Ramón, Lucero, Amalia Tarragona, Don Pepe (el segundo narrador de esta historia), que son parte del entramado que ocurre en Muérdago. Pero al cerrar el libro lo que queda, además de escenas sueltas, es un solo sabor fusionado.



Arte mayor
Héctor Iván González

Para los que consideramos que la Comedia es arte mayor, Jorge Ibargüengoitia es fundamental, ya que, con el control que tenía de la escritura expresiva (decir mucho con poco) este autor logró su México propio. En Los pasos de López, donde narra su historia de los preliminares, el alzamiento y el ocaso de la lucha independentista, encontramos al protagonista Matías Chandón que emula a aquellos personajes de Voltaire, Dumas, Chesterton o Arreola; una voz jocosa pero bien temblada, hilarante pero no ramplona. Escribió Walser que “Hay que ser serios para hablar con humor y tener humor para hablar en serio”; Los pasos… es dechado de esta idea.

Respecto a la estructura, el arranque es fabuloso; hay una fuerza para crear personajes, para describir pequeñas honduras en las situaciones y una geografía literaria envidiables. El nombre de los personajes: Lic. Manubrio o el mismo Periñón, portentosos. No veo otro autor tan apto para conjugar rasgos morales al nombre de los personajes o describir aspectos espirituales de las ciudades. Lo mismo salta a la vista el uso de la palabra exacta. “Lo que nos hace llorar no es una página triste, sino el ver una palabra en su justo lugar”, dijo Reyes. En este sentido, veo en Ibargüengoitia un anuncio de Daniel Sada. En ambos arraiga ese narrar con rostro de póquer que hace que la gente se desternille.



Aunque el final es un tanto precipitado Los pasos… mantiene en vilo al lector con diálogos verosímiles, descripciones pormenorizadas de las batallas y por el factor sorpresa latente en muchas de sus páginas: la bella Sra. Aquino, la aparición de “el Niño”, la promesa de matrimonio de Matías, el descubrimiento de la conjura que se potencia con las traiciones. Me surge la duda si el autor se tuvo que precipitar para cerrar la historia por asuntos pragmáticos o si le dolía poner fin a la vida de un personaje al que —se ve— respetaba profundamente. Incluso puedo pensar que todo fue deliberado y la estructura de la obra es la de una pirámide inversa, una pirámide perfecta, eso sin duda.
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El cine

*En 1977, José Estrada filmó Maten al león, con guión del propio Estrada. La cinta fue protagonizada por David Reynoso en el papel de Mariscal Belaunzarán, el dictador de Arepa, esa república bananera en que acontece la novela.

*En 1979, Julián Pastor rodó Estas ruinas que ves, con guión de Jorge Patiño. Fernando Luján dio vida a Paco Aldebarán, el maestro de la literatura que retorna a Cuévano, un pueblo imaginario inspirado en Guanajuato, donde se enamorará perdidamente de Gloria, personificada por Blanca Guerra.

*En 1995, Roberto Sneider escribió y dirigió Dos crímenes. Damián Alcázar llevó el papel Marcos "El Negro" y Leticia Huijara el de Carmen "La Chamuca", la pintoresca pareja de esa sátira sobrecargada de humor negro.

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