Laberinto
El
27 de noviembre de 1983, Jorge Ibargüengoitia murió en un accidente
aéreo en Madrid. Su destino: el Primer Encuentro de Cultura
Hispanoamericana en Bogotá, Colombia, a invitación de Gabriel García
Márquez. En el mismo avión viajaban la crítica de arte Marta Traba y su
esposo, el ensayita Ángel Rama, los pianistas Marc Rubenheimer y Rosa
Sabater, el poeta Manuel Scorza y la actriz Fanny Cano. En las
siguientes páginas recordamos al novelista, al dramaturgo, al crítico
teatral, al periodista y al amante de la gastronomía.
Hombres o bestias
Karla Zárate
Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia, se encuentra dentro del gran corpus
latinoamericano de la novela del dictador. En ésta, la metáfora del rey de la
selva se aplica para caracterizar la figura del autócrata.
Manuel Belaunzarán y Pepe Cussirat, son los líderes en pugna de la
isla de Arepa. El primero usa sombrero de hongo, bastón, ostentosos relojes y
cadenas de oro. Es asiduo concurrente a las peleas de gallos. El segundo juega
golf, planea aviones, usa bufanda de seda y habla tres idiomas. Como leones en
defensa territorial, ambos tienen impulsos destructivos y de aniquilamiento del
otro.
Lo animal es intrínseco al ser humano, sugiere Ibargüengoitia.
¿Acaso Belaunzarán no actúa como un depredador al comerse a mordidas la cabeza
de un gallo de pelea? Y Cussirat, ¿no parece un gato cazando a un ratón?
No extraña que los políticos suelan devenir en bestias. Contrario
a la fábula tradicional, Maten al león animaliza al ser humano,
donde lo importante no solo es la función que ejerce sino la figura que
representa. El que gobierna, en este caso, no es necesariamente el más
fuerte sino el que aparenta la fortaleza.
El presidente del partido progresista encarna la imagen paradójica
del león, o por lo menos intenta ponerse la máscara felina. Súper predador,
vulnerable, fiera a veces solitaria pero que cuando ataca, lo hace en manada.
La sátira ocurre cuando a la par se evoca a la fiera de circo parada en dos
patas, ridiculizada entre los aplausos de un público burlón, temeroso al látigo
y al fuego.
El rey de la selva —o el soberano de la isla— es también considerado
enemigo. Está por encima y más allá de la ley, no responde a las reglas
sociales ni naturales. La omnipotencia del dictador no es la inmortalidad, sino
jugar a ser Dios con la vida de los demás. En términos de violencia, la condición
de su fuerza recae en lo animal, es decir, en su bestialidad, sea candidato,
presidente vitalicio o maestro de violín. Lo paradójico es que quien usó todo
el tiempo el disfraz de oveja, resultó tener las garras de un león.
La osamenta de Marta
Guillermo Espinosa Estrada
Las muertas es la más oscura de
las novelas de Jorge Ibargüengoitia y, por lo mismo, la más humorística. En
ella pudo poner en práctica mejor que en ninguna otra lo que ya enunciaba en “Agítese
antes de usar”: “Hay quien afirma, y yo estoy de acuerdo, que el sentido del
humor es una concha, una defensa que nos permite percibir ciertas cosas
horribles que no podemos remediar, sin necesidad de deformarlas ni de morirnos
de rabia impotente.” Y es que en la historia de las hermanas Balardo se suscitan
tal cantidad de atrocidades, que relatadas en cualquier otro registro narrativo
nos moverían al llanto. Miseria, corrupción, narcotráfico, secuestro, tortura,
pederastia, asesinatos y demás barbaridades que no buscan hacer una crítica ni
una sátira de costumbres; más bien están percibidas con distancia para poder
sobrellevarlas, están descritas con ironía para que podamos leer “perversión de
menores”, “inhumación clandestina” o “cadáver” sin que se nos rompa algo por
dentro.
Hay un episodio
que resulta paradigmático y resume bastante bien la mirada humorística de
Ibargüengoitia. Me refiero al momento en el que cuatro chicas del burdel
intentan enterrar viva a Marta, una de sus compañeras, en una letrina: “Las
mujeres llevaron a Marta arrastrando hasta esa construcción”, dice el narrador,
“quitaron las tablas del común, e intentaron meterla en el agujero” (por las
descripciones de este hecho se deduce que las atacantes tenían intención de
enterrar viva a la víctima). “Su gordura la salvó. Marta es una mujer de
osamenta muy ancha y por más esfuerzos que hicieron las otras no lograron
hacerla pasar por el orificio.” La escena es muy cómica, parece sacada de un
dibujo animado. Pero cuando recordamos la advertencia de la novela —“Algunos de
los acontecimientos que aquí se narran son reales...”—, solo podemos
consolarnos con lo siguiente: la gordura de Marta es la “concha” del humorista.
Es solo por esa osamenta protectora que continúa viviendo y se libra de entrar
en contacto directo con la realidad.
Ácido para derruir la realidad
Omar Nieto
Los relámpagos de agosto, de
Jorge Ibargüengoitia, es un compendio de humor, desparpajo, ironía y trabajo
ficcional que coloca a la realidad más como materia de lo literario que como
materia de la historia. A casi 50 años de publicada, y a pesar de que los
mexicanos más jóvenes pudieran haber perdido algunos de los referentes
políticos que la originaron, lo que queda en ella es el poder de la ficción. En
el epílogo, se revelan sus fuentes reales: las guerras intestinas
revolucionarias. A pesar de ello, la obra se configura como el reverso
humorístico de la novela de la Revolución. Dejando de lado el dato histórico
preciso, lo que predomina en sus líneas es una esencia “satírica y quemante”.
Desde el inicio, el autor despliega las condiciones de su artefacto literario,
uno que no necesita ser fiel a lo real pero que se basa en ello para ganar
verosimilitud e ironía, ese ácido con el que se puede derruir o alterar la
realidad. El teórico Lauro Zavala ha señalado que la ironía depende de “un
discurso que no requiere justificación porque parece derivar de la estructura
del mundo”. Los relámpagos de agosto cumple con esa condición:
ironiza los mitos revolucionarios que institucionalizaron el poder en México,
incluidos la traición, el amiguismo y el corporativismo.
La ironía funciona porque establece un diálogo con el objeto
representado. Los giros tragicómicos son rápidos; la prosa, directa. La frescura del
autor no se agota pues sabe que México lo enraíza con lo universal, la ambición, la corrupción y el infortunio humanos. La obra es
un golpe de humor certero y corrosivo, una lección para tantas propuestas
abigarradas en laberintos del lenguaje que postulan un código cerrado para un
número limitado de lectores. Ibargüengoitia muestra que los poderes de la
ficción comprenden la capacidad de modificar la realidad y que la imaginación
significa algo más que recurrir a la narrativa que no cuenta nada, a esa que
gira en círculos para perderse en el olvido.
Dos crímenes
Jaime Mesa
Me parece que en Dos crímenes (1979) encontramos el
mismo afán que, digamos, existe en novelas como Guerra y Paz: la
historia, el Otro están allá afuera y vienen ineluctablemente por nosotros.
Hay, entonces, esa misma conciencia tensa de que bajo la normalidad se asoma la
garra de la catástrofe. La forma de esta novela: una neutralidad aparente,
sutil y casi dispersa (en lenguaje, estructura), deja en la mente un manto
narrativo compuesto por infinidad de nudos sobrepuestos que confieren ese aire
de familiaridad característico en Jorge Ibargüengoitia.
El gran madero literario en el que Ibargüengoitia talla sus
proezas es su voz narrativa. En el caso de Dos crímenes, es la de
un tipo común y corriente que cuenta una historia medio costumbrista, medio
comedia de enredos. Leemos a Ibargüengoitia como si estuviéramos leyendo
nuestras propias ensoñaciones. No hay un filtro categóricamente verbal ni
técnico que aleje al lector: al contrario. Todo en Dos crímenes
parece atraer al testigo de ese mundo hacia su centro. Lo que en apariencia es
un tratamiento superficial, en el fondo responde a un diccionario de elementos:
política, familia, sexo, intriga policiaca, crítica social, todos, cuñas que no
sobresalen si no que son un solo bloque. Por eso, lo he dicho antes, Jorge
Ibargüengoitia parecería un autor “fácil” y quizá, también por eso, parecería
que no tiene el peso de otros autores cuya prosa o mundos literarios son más
solemnes, anzuelo para el canon. Sin embargo, esa amalgama que consigue
Ibargüengoitia nos habla del tema de Dos crímenes: la fragilidad
de la vida cotidiana.
Lo que le interesa a Ibargüengoitia, más que cualquier cosa,
incluso más que sus personajes, es contar una historia. Los personajes son la
trama, seres memorables como el narrador/personaje El Negro Marcos, La Chamuca,
el tío rico Ramón, Lucero, Amalia Tarragona, Don Pepe (el segundo narrador de
esta historia), que son parte del entramado que ocurre en Muérdago. Pero al
cerrar el libro lo que queda, además de escenas sueltas, es un solo sabor
fusionado.
Arte mayor
Héctor Iván González
Para los que consideramos que la Comedia es arte mayor, Jorge
Ibargüengoitia es fundamental, ya que, con el control que tenía de la escritura
expresiva (decir mucho con poco) este autor logró su México propio. En Los
pasos de López, donde narra su historia de los
preliminares, el alzamiento y el ocaso de la lucha independentista, encontramos
al protagonista Matías Chandón que emula a aquellos personajes de Voltaire,
Dumas, Chesterton o Arreola; una voz jocosa pero bien temblada, hilarante pero
no ramplona. Escribió Walser que “Hay que ser serios para hablar con humor y
tener humor para hablar en serio”; Los pasos… es dechado de esta
idea.
Respecto a la estructura, el arranque es fabuloso; hay una fuerza
para crear personajes, para describir pequeñas honduras en las situaciones y
una geografía literaria envidiables. El nombre de los personajes: Lic. Manubrio
o el mismo Periñón, portentosos. No veo otro autor tan apto para conjugar
rasgos morales al nombre de los personajes o describir aspectos espirituales de
las ciudades. Lo mismo salta a la vista el uso de la palabra exacta.
“Lo que nos hace llorar no es una página triste, sino el ver una palabra en su
justo lugar”, dijo Reyes. En este sentido, veo en Ibargüengoitia un anuncio de
Daniel Sada. En ambos arraiga ese narrar con rostro de póquer que
hace que la gente se desternille.
Aunque el final es un tanto precipitado Los pasos…
mantiene en vilo al lector con diálogos verosímiles, descripciones
pormenorizadas de las batallas y por el factor sorpresa latente en muchas de
sus páginas: la bella Sra. Aquino, la aparición de “el Niño”, la promesa de
matrimonio de Matías, el descubrimiento de la conjura que se potencia con las
traiciones. Me surge la duda si el autor se tuvo que precipitar para cerrar la
historia por asuntos pragmáticos o si le dolía poner fin a la vida de un
personaje al que —se ve— respetaba profundamente. Incluso puedo pensar que todo
fue deliberado y la estructura de la obra es la de una pirámide inversa, una
pirámide perfecta, eso sin duda.
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El cine
*En 1977, José Estrada filmó Maten al león,
con guión del propio Estrada. La cinta fue protagonizada por David
Reynoso en el papel de Mariscal Belaunzarán, el dictador de Arepa, esa
república bananera en que acontece la novela.
*En 1979, Julián Pastor rodó Estas ruinas que ves,
con guión de Jorge Patiño. Fernando Luján dio vida a Paco Aldebarán, el
maestro de la literatura que retorna a Cuévano, un pueblo imaginario
inspirado en Guanajuato, donde se enamorará perdidamente de Gloria,
personificada por Blanca Guerra.
*En 1995, Roberto Sneider escribió y dirigió Dos crímenes.
Damián Alcázar llevó el papel Marcos "El Negro" y Leticia Huijara el de
Carmen "La Chamuca", la pintoresca pareja de esa sátira sobrecargada de
humor negro.
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