Laberinto
Armando González Torres
En
1945, Octavio Paz llega a Francia con un empleo diplomático de medio pelo.
Tiene 31 años, una esposa y una hija y ha publicado algunas plaquettes en México. En la cúspide de
la vitrina cultural se encuentra la moda existencialista, con sus dos
animadores Jean Paul Sartre y Albert Camus. Camus es apenas unos meses mayor
que Paz, aunque ya ha publicado varios libros, entre ellos El extranjero,
y resulta una estrella ascendente en el firmamento parisino. Algunos años después de su llegada, Paz
conoce a Camus en un homenaje a Antonio Machado en el que Paz participa como
orador y de inmediato simpatizan (el escritor con aire de Humphrey Bogart es
quien, a decir de Paz, se le acerca para felicitarlo). El aún desconocido Paz, que proviene de los entonces
considerados suburbios intelectuales y hace sus esfuerzos en las tertulias
parisinas, aprecia la afabilidad y sencillez del ya célebre Camus (tan distinta
a la de otros santones). Camus, por su parte, goza de notoriedad cultural,
aunque, en el fondo, su estatus no es muy distinto al de su colega
mexicano. Apenas en 1940 abandonó
Argelia y se avecindó en París y su condición no deja de ser periférica y
conflictiva. Por decir algo, ha escrito,
sin ser filósofo, un libro heterodoxo de tono filosófico El mito de Sísifo
que, discutido por el público, es ignorado por los especialistas. En lo
político, reconoce la situación de opresión e injusticia en Argelia, pero no
cree en la violencia, ni en el matricidio cultural hacia Francia. Igualmente, pertenece
genéticamente a la izquierda, pero ha roto con el marxismo ortodoxo y con la
línea soviética que hace pactos deleznables y replica las atrocidades nazistas. Todo ello lo arrincona en una escena intelectual
que lo celebra tanto como lo desdeña.
Camus
y Paz representan, con sus distintas batallas, ese proceso mediante el cual las
periferias ensanchan el horizonte de percepción intelectual y artística de las
metrópolis, son esa presencia intrusiva que es aceptada trabajosamente y que,
de repente, se vuelve central (Camus le da espesor vital y moral al
existencialismo, Paz revive un surrealismo decrépito y relee la tradición
poética de Occidente). Camus tiene un
ascenso vertiginoso y una vida breve de héroe romántico; Paz requiere más
tiempo y combates para forjar y hacer reconocer su obra. Ambos comparten rasgos
de origen y carácter, pues de modo parecido viven el drama de la orfandad o el
abandono; de la pobreza juvenil; de la conflictiva incorporación a círculos intelectuales
por su “falta de solidez ideológica”. Comparten, también, ese vitalismo que ilumina
su rigor (son solares, expansivos y sensuales); ese ejercicio de alto
diletantismo que alumbra con intuiciones nuevas disciplinas llenas de telarañas,
y ese instinto libertario que los lleva, en sus mejores momentos, a dudar,
retobar y argumentar desde el margen. Falta mucho por abundar en la amistad y
los paralelos entre estos dos indispensables intrusos.
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