Laberinto
David Toscana
Hay escritores que saben algo del alma humana, que crean historias interesantes, que tienen una idea de la literatura como arte. ¿Pero de qué sirve todo esto si no saben redactar una frase?
Pienso en eso porque ahora estaba intentando leer una novela
supuestamente grandiosa: El país del agua, de Graham Swift, un autor inglés al
que la crítica le alaba su excelente prosa.
¿Excelente? Todo lo contrario.
Fui avanzando por la intrincada escritura, tratando al mismo
tiempo de no irritarme por la traducción Made in Spain, que nos regala frases
como “Dicho en otras palabras, el tipo se flipó, se volvió majara”, hasta que
me topé con la siguiente joya:
“¿Y por qué, pese a que no puede negar la evidencia de
determinados signos —que dicen que quizá Mary Metcalf también sienta algo por
él (porque la reticencia y quejumbrosidad del chico no han dejado de dotarle de
una aura de misterio, y Mary es incapaz de resistirse a los misterios)—, no
puede casi creer que lo que desea está, de hecho, ocurriendo?”
La cabeza se me quebró con estas líneas dignas de una
antología de la peor prosa. Llegué a suponer que era culpa del traductor, pero
no: encontré la versión en inglés igualmente descoyuntada.
Perdí todo interés en la historia. No podía interesarme por
los amores y desamores de los protagonistas si solo me estaba fijando en los
paréntesis, los guiones, las frases entrecortadas, las palabras de más y las
subordinadas de las subordinadas de las subordinadas.
Cuando redacto evito los paréntesis y cuando leo agradezco
que haya un mínimo de ellos. ¿Por qué? La RAE los define así: “Oración o frase incidental,
sin enlace necesario con los demás miembros del periodo, cuyo sentido
interrumpe y no altera”. Supongo que en la buena prosa no debe haber frases
incidentales, cada idea ha de estar enlazada y es defecto interrumpir.
Una novela se construye con prosa. La mera buena prosa no
hace una buena novela; pero la mala prosa por necesidad hace una mala novela.
Así, un mal pintor será un mal paisajista aunque elija plasmar un bello
paisaje.
Rulfo es nuestro mejor escritor por su prosa, no porque se
le haya ocurrido una original historia de vivos muertos o muertos vivos. Y para
muestra basta el inicio de Pedro Páramo:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un
tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo
cuando ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella
estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo.”
Graham Swift la hubiese redactado de otro modo, todo en una
sola oración, con esa falsa idea de que se requiere mayor oficio para escribir
frases largas que frases cortas.
“Vine a Comala porque me dijeron —para ser exactos fue mi
madre quien me lo dijo cuando estaba por morirse— que acá vivía mi padre (un tal
Pedro Páramo), y yo le prometí (no con palabras, sino apretándole las manos)
que —cuando ella muriera— vendría a verlo pues yo estaba en un plan de
prometerlo todo.”
Y no faltarán amantes de la mala prosa que prefieran la versión de Swift.
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