Jornada Semanal
José María Espinasa
La editorial Ficticia,
la más innovadora en las propuesta narrativas actuales, ha tenido el
buen tino de publicar, en colaboración con la Universidad Autónoma de
Nuevo León y el Conaculta-INBA, los dos volúmenes de Los narradores ante el público,
libros editados hace ya casi cincuenta años por el Instituto Nacional
de Bellas Artes y Joaquín Mortiz, que sólo se podían conseguir buceando
en las librerías de viejo y se habían vuelto verdaderas joyas
bibliográficas. Son fuente inagotable de información de la narrativa
que se escribía por aquellos años y, haciendo un ejercicio comparativo
entre lo que se dijo entonces y lo que se cumplió en las décadas
siguientes, se pueden encontrar lecciones muy interesantes.
En sus páginas se encuentran testimonios de
escritores que en aquellos años ya frisaban la cincuentena, como Jorge
López Páez o Ricardo Garibay‒ o los sesenta –Revueltas, Solana– hasta
las entonces jóvenes promesas –José de la Colina, José Emilio Pacheco–,
desde autores ya para entonces –1965– clásicos y con su obra
prácticamente concluida –Rulfo, Arreola– hasta los bisoños, como
Gustavo Sainz y Beatriz Espejo. También Sergio Galindo, Guadalupe
Dueñas, Edmundo Valadés, Salvador Reyes Nevares, nos hablan de sus
proyectos y comentan retrospectivamente sus libros ya publicados.
Tal vez algunas de las cosas más interesantes que
nos transmita la publicación hoy es la desaparición de algunos nombres
que en aquel momento llamaban la atención –de otra manera no se les
habría invitado al ciclo. Por ejemplo, en la primera serie me pregunto
quiénes serán Rubén Marín (1910) y Raquel Banda Farfán, y en el
segundo, Irma Sabina Sepúlveda. En tiempos de internet recurro a los
buscadores. Del primero encuentro mucha información de un senador
argentino homónimo, y en algunos portales a la venta dos libros, En el hueco del pecho (1965) y Los otros días
(1963), publicados por la editorial Jus. De Raquel Banda algo más, que
es de San Luis Potosí, donde nació en 1928, ensayista y narradora,
entre sus libros las novelas Valle verde y Cuesta abajo,
y varios libros de cuentos. Y anoto, para no olvidar, que debo
consultar la antología de literatura potosina de David Ojeda. De la
última, que es de Nuevo León y que nació en 1935. No se consignan
fechas de muerte, lo cual parece indicar que probablemente están vivas.
Si bien el desconocimiento de estos autores se puede
achacar a mi ignorancia, es más probable que su literatura haya perdido
el favor del público y los editores y que ya no siguieran escribiendo.
Lo curioso es que sus intervenciones en el ciclo del cual los libros
dan cuenta siguen siendo bastante interesantes. Otra vía de entrada al
libro es pensar en la actualidad de los autores allí incluidos. La
mayoría fallecieron ya, entre ellos autores centrales de las últimas
décadas del siglo pasado – Garibay, Ibargüengoitia, García Ponce,
Melo, Elizondo y, desde luego, Fuentes. Los que siguen vivos son López
Páez (no hay que perderse su reciente ¡A huevo! Kuala Lumpur),
Amparo Dávila, Tomás Mojarro, José Emilio Pacheco y José de la
Colina, Beatriz Espejo y Gustavo Sainz. Sobre todo el que me parece más
actual de los narradores mexicanos, un maestro del periodismo y
extraordinario cuentista, Vicente Leñero. Ocho de treinta y tres. Más de
veinte por ciento.
De Leñero, ahora que cumplió ochenta años, hay mucho que decir. Su díptico reciente Gente así y Más gente así
es una colección de relatos extraordinaria, pero merecen un texto
aparte. La literatura es una carrera de larga distancia, aunque podamos
admirar en su momento a quienes ganan los cien y doscientos metros. Y
en ese maratón que se corre entre los diferentes autores, una de las
sensaciones más generosas es la nostalgia. ¿El autor de Los mástiles y El solitario atlántico de hace cincuenta años es el mismo autor de ¡A huevo! Kuala Lumpur; es el mismo el autor de Los albañiles que el de Más gente así?
Sí y no. Como crítico y lector me resulta fácil conectar la atmósfera
de sus primeros libros con los más recientes. Me resulta en cambio más
difícil reconstruir la época. Y Los narradores ante el público
nos lo permite, en buena medida, por ser un retrato de aquellos años,
pero también y sobre todo por serlo reflejado de los actuales.
Hace poco un amigo me contaba que había encontrado
entre sus cosas una agenda que le había hecho su madre con los
teléfonos de sus amigos cuando se fue a estudiar fuera de México.
Destacaba en la conversación dos cosas: la buena letra de su madre y
que el listado era en su mayoría una lista de muertos. Y que había
pesado más esto último y había echado a la basura la agenda casi como
un exorcismo. La anécdota puede ser asimilada a Los narradores ante el público:
la madre es el inba y la buena letra es la de la editorial Joaquín
Mortiz ‒sólo que no se tira la agenda sino que se reedita, porque hay
muy vivos en esos libros.
Y es que el ciclo parece haber tenido entonces un
sentido muy grande, puesto que aún lo tiene ahora, aunque cambie su
condición. Desde aquellos años en que el narrador se sitúa frente al
público –el significado de la palabra “ante” tiene, como señalan varios
de ellos, una connotación de riesgo– lo que ha cambiado sobre todo es el
concepto de público. Hace cincuenta años ese público designaba a un
lector; hoy se ha contaminado con la idea de comprador, y lo que
resulta curioso es que ese público-comprador no sólo lee menos, también
compra menos comparativamente hablando.
Es de suponer que el organizador del ciclo y
compilador del libro, Antonio Acevedo Escobedo, invitó a lo que
consideró mejor y más representativo de la época. ¿Cuál sería la
nómina de invitados hoy a un ciclo similar? Y si se hiciera un libro
similar, ¿tendría la misma vigencia y duración que éste? A la primera
pregunta la respuesta es una enorme lista de posibles invitados, que
irían desde el mencionado Leñero hasta narradores-poetas como Luis
Jorge Bone. A la segunda creo que la respuesta sería: no. Ese cambio
del concepto en la palabra público, condicionado por los medios masivos
de comunicación, ha hecho un enorme daño a la literatura, pues impide
que se forme, y por lo tanto, que se consolide un gusto.
(Posdata: en los mismos años que se hicieron las primeras ediciones de estos libros se publicaron también dos tomos sobre Las revistas literarias de México. Valdría la pena reeditarlas también.)
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