29/Junio/2013
Milenio
Jesús Alejo Santiago
México • Cuando Julio Cortázar escribía los capítulos de Mandala —como pensaba titular a Rayuela
casi hasta el último momento—, él mismo ya sabía que estaba ante una
obra que buscaba lanzar retos al género, arriesgarse, trastocar a los
lectores y, por supuesto, a sus pares, los escritores.
Con el paso de los años, la obra se consolida entre los libros
emblemáticos de la literatura universal, por lo que, a unos días de
conmemorarse el 50 aniversario de su publicación, varios autores
reflexionan acerca de sus valores y, en especial, de su vigencia.
El primer sello en el que apareció la novela fue Sudamericana, pero
después ha recorrido por diversas editoriales; Alfaguara festejó el 50
aniversario de la publicación de Rayuela, la cual salió de
imprenta el 28 de junio de 1963, con una edición conmemorativa limitada,
en la que se incluye un apéndice donde Julio Cortázar mismo hace un
relato de la historia del volumen, a través de la correspondencia que
estableció con diferentes personajes de la época.
JUAN VILLORO
Rayuela fue un libro que de inmediato creó una secta de
lectores. Pertenecías a un club intelectual si lo habías leído. En
cierta forma, lo leí como obra de autoayuda, para ir a París, conocer
una chica como La Maga, hablar de cine de autor, psicoanálisis,
surrealismo y tantas cosas más. Era un compendio de cultura sofisticada
que te hacía sentir parte de una selecta cofradía, parecida al Club de
la Serpiente.
Cortázar recupera en Rayuela el gusto cervantino por incluir
historias independientes al interior de la novela y por cuestionar
continuamente sus límites y la forma en que deben ser leídos. Eso, más
los recursos de collage —las citas de poetas, del periódico, de
diálogos oídos al pasar—, hacían pensar en una novela-álbum, donde lo
propio y lo ajeno se mezclaban sin problema alguno. Fue, básicamente, un
ejercicio de libertad.
Cortázar dijo que Rayuela era muchos libros, pero sobre todo
dos. Se refería a las dos maneras básicas de leerlo (con los capítulos
prescindibles o sin ellos). Hoy creo que esos dos libros se distinguen
en forma estilística. Por un lado, hay una obra poderosa, escrita con
humor y con un lenguaje altamente poético, que convoca escenas
indelebles (el fuego recorriendo las calles de París, la muerte de
Rocamadour, el tablón que se coloca de una ventana a otra, el concierto
desierto de Berthe Trepart). Por otro lado, están las muchas alusiones
culturales, algunas ya fechadas, otras sumamente esnobs. Ese bazar de
referencias, de obra culta y “a la moda”, hace que ciertos pasajes hayan
envejecido, pero los más fuertes sobreviven: Horacio Oliveira
sacrificando un paraguas en el Sena o buscando a gatas un terrón de
azúcar entre las mesas de un café.
IGNACIO SOLARES
La novela fue un parteaguas en mi visión de la literatura, pero
también en mi visión de la vida. Recuerdo que la leí alrededor de los 23
años y luego la releí, pero aquella primera impresión es inolvidable:
viví con profunda envidia no haber formado parte del Club de la
Serpiente, no haber estado en esas pláticas abismales de Oliveira con La
Maga.
Me cambió mi visión de la literatura y de, alguna manera, me hice
escritor simplemente por el aliento que hay ahí. Creo que es una de las
grandes almas que nos ha mandado Dios para hacernos mejor el mundo: si
aquí estuvo Cortázar, quiere decir que no es tan mal planeta.
GERARDO DE LA TORRE
Para mí no hay duda: es la mejor novela de la América hispana. La pongo por encima de Pedro Páramo, El siglo de las luces, Cien años de soledad, La casa verde y las que se me escapen.
Más allá de las influencias, la enseñanza que me dejó es que la novela es un territorio de la libertad.
Su vigencia radica en su frescura, en su vitalidad, en la capacidad
de Cortázar para crear situaciones insólitas o extravagantes y, sin
embargo, plenamente comprometidas con la condición humana. Por su
ruptura con lo convencional y por los elementos humorísticos y lúdicos
que permean el texto entero (incluido el tablero de dirección, una broma
más de don Julio). Y por sus personajes entrañables; todavía hoy La
Maga es un modelo al que aspiran muchas jóvenes. Alguna vez Cortázar se
preguntó si podría lograr algo trascendental. Bueno, a 50 años de la
publicación de Rayuela y a 30 de la muerte de su autor, tenemos la respuesta.
ÁLVARO URIBE
A casi todo los lectores empedernidos que deciden probarse como
escritores, una obra les sugiere que no es impensable y que, en todo
caso, vale la pena intentarlo. Esa obra fue para mí, en 1971, Rayuela.
En su momento la leí con la devoción que suele profesarse no a los
escritos, sino a las Escrituras. Nunca traté de imitarla, porque es
imposible y, además, inútil. Pero me gusta pensar que por lo menos dos
de mis novelas, cuya acción transcurre en París, son modestos homenajes
que Cortázar no habría despreciado.
Temo que no sé en qué radique su vigencia. Por ser Rayuela una obra fundacional de mi juventud, no me he atrevido a releerla.
ÉLMER MENDOZA
Es una señal. Haberla leído daba confianza para subir al metro a
medianoche e invitar a la chica más guapa de la facultad a una torta en
el aeropuerto. Si terminabas su lectura en las islas eras el amo.
Quizá es el cierre de una etapa de las novelas de aventuras para dar
paso al poder del intimismo en Latinoamérica. Comprendí la largueza del
capítulo corto. El poder del juego al nombrar y sobre la ausencia de
personajes importantes como La Maga en gran parte de la novela.
Es una obra única a la que incluso le fue escatimada su categoría de
novela, y que es tan amplia que cabe en todos los años del siglo XXI.
SANDRA LORENZANO
Celebro a una maravillosa cincuentona, a alguien que nació en 1963 y
que desde entonces viene rompiendo convenciones, clichés y lugares
comunes literarios, una de las obras más fascinantes escritas en nuestro
idioma. En ella, Cortázar buscó transgredir los cánones consagrados de
la novela, a través del estilo, de la forma, de las referencias, del uso
de la lengua y crea una novela lúdica, desafiante, profunda y sugerente
sobre la vida y la muerte, el amor y la soledad, el azar y el destino.
En sus páginas está todo acompañando a Oliveira, a Traveler, a Talita
y a ese personaje fascinante que es La Maga, un personaje que marcó a
toda una generación, sin duda. Allí está todo y, en cierto sentido,
estamos todos. Esta cincuentona entrañable es una de las obras que más
me ha marcado en la vida.
ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
Para un adolescente que ya tenía la aspiración de escribir, Rayuela
era una escenificación del rito de pasaje artístico en la metrópoli e
idealizaba esa vida bohemia y cosmopolita con ánimo de libertad,
profusión de pedantería y farras multinacionales. En el aspecto
sentimental tocaba de manera conmovedora los tópicos de la sexualidad,
la amistad y, sobre todo, la noción del amor loco.
Para la época en que se publicó ya se habían editado varias obras
profundamente innovadoras de la estructura y la función de la novela
hispanoamericana. Contribuyó a popularizar una nueva forma de leer que
desdibuja la narración lineal, introdujo elementos heterogéneos y
subtextos en la composición y pidió una intervención más activa del
lector.
Su vigencia, pese a arrugas visibles, radica en que no se agotó en el
experimentalismo con la estructura, se trata de una novela con una
tensión narrativa muy lograda y con personajes hondos y creíbles con
los que es posible antagonizar o identificarse profundamente.
DIEGO RABASA
Fue uno de los primeros libros con los que entendí que uno podía
trabar relaciones reales con personajes literarios. Es para mí un punto
de inflexión a partir del cual los límites de la experiencia se
volvieron mucho más flexibles.
Entender que se podía narrar una historia de manera no lineal y con
una construcción casi personal me puso en evidencia el carácter
individual que tiene la lectura en la mente de cada lector.
No imagino alguna circunstancia en la que no le hable directa y profundamente a lectores jóvenes en cualquier época.
CARTA A PACO PORRÚA, 1963*
Espero que hayas recibido mi telegrama, digno de Julio César por su
concisión; pero la verdad es que por cable, cualquier frase de más de
dos palabras suena horriblemente cursi. Imaginate que te hubiera puesto
llegó rayuela stop muy conmovido stop. O bien: acuso recibo ladrillo
stop ¿yo escribí eso? stop abrumado por peso del artefacto stop. De modo
que opté por la vía del pudor, pero no quise que pasara más tiempo sin
que supieras que, por fin (¡cuántos años, ya!) el círculo se había
cerrado y esta vieja mano que escribió esas viejas páginas palpaba casi
incrédulamente un volumen de fondo negro.
Quisiera estar en Buenos Aires para decirte que nos tomáramos un vino
juntos y entonces, vagando por alguna calle de noche, decirte a mi
manera todo lo que aquí se enfría y se ordena en rayitas horizontales y
se convierte en idioma. La gratitud es incómoda, decía no sé quién; no
es que sea incómoda en sí, es que resulta casi imposible, entre hombres,
hacerla sentir si no es con uno de esos gestos casi imperceptibles,
ofreciendo un cigarrillo o rozando apenas un hombro, o quedándose
callado en el momento en que los manuales de buena educación ordenan
decir las frases justas. Pero por suerte vos y yo nos hemos visto lo
bastante en esta vida como para saber que mucho de lo que no nos decimos
queda dicho para siempre. Me basta con que estés seguro de eso.
*Tomado de Rayuela, edición conmemorativa, Alfaguara, 2013.
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