domingo, 9 de junio de 2013

La novela revolucionaria

9/Junio/2013
Confabulario
Franco Varise/La Nación


“Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón…”

Rayuela nunca fue una novela. Es más bien una especie de río abierto y caudaloso. A cincuenta años de su primera edición, la gran creación de Julio Cortázar, también puede analizarse como un dispositivo extraliterario donde, como al inicio de esta nota, el autor apela al “gíglico”, un idioma creado para la expresión absoluta.

El aniversario de los 50 años plantea una pregunta: ¿qué hace a esta obra tan fascinante todavía? Experimentación sonora y sintáctica, posibilidades de lecturas diversas; interpelación a la participación del lector y una sutil postura contracultural evocadora de las contradicciones de los sesenta hicieron de este simple objeto de pensamiento, papel y tinta un artefacto potente.

Su secreto magnetismo cautiva a lectores de generación en generación. Con el tiempo, el texto ganó la admiración de grandes de la literatura. “Ningún otro escritor dio al juego la dignidad literaria que Cortázar, ni hizo del juego un instrumento de creación y exploración artística tan dúctil y provechoso. La obra de Cortázar abrió puertas inéditas”, expresó el escritor peruano Mario Vargas Llosa.

“Si no hay una voluntad de lenguaje en una novela en América Latina, para mí esa novela no existe. Yo creo que la hay en Cortázar, que para mí es casi un Bolívar de la literatura latinoamericana. Es un hombre que nos ha liberado, que nos ha dicho que se puede hacer todo”, consideró Carlos Fuentes.
“Prosa hecha de aire, sin peso ni cuerpo, pero que sopla con ímpetu y levanta en nuestras mentes bandadas de imágenes y visiones, vaso comunicante entre los ritmos callejeros de la ciudad y el soliloquio del poeta”, opinó Octavio Paz.

“Cortázar es el mejor”, añadió sintético el escritor chileno Roberto Bolaño.

“Cortázar nos ha dejado una obra tal vez inconclusa, pero tan bella e indestructible como su recuerdo”, dijo Gabriel García Márquez. Y las opiniones compiladas a lo largo del tiempo no escatiman elogios.

Hoy Rayuela es parte del programa de lectura de muchas escuelas secundarias argentinas. Algo impensado hace cinco décadas, cuando la novela irrumpió en la escena literaria de habla hispana como algo extraño. Cortázar, que murió en París en 1984, compartió sus intenciones en una entrevista de la década del setenta: “A mí se me ocurrió, y sé muy bien que era una cosa muy difícil, un texto donde el lector en lugar de leer consecutivamente una novela tuviera opciones, lo cual lo situaría ya casi en pie de igualdad con el autor, porque él también había tomado diferentes opciones al escribir el libro”.

La primera página del libro se titula “Tablero de dirección” y destruye en el mismo umbral de la obra el orden formal entre “lo escrito” y “lo leído” al proponer dos maneras de leer las seiscientas páginas que siguen: de corrido -en cuyo caso el libro terminaría en el capítulo 56 siendo el resto “prescindible”- o como propone el autor, según un orden alterado en el que ubica como primero al capítulo 73, en cuyo caso todos los capítulos serían “necesarios”. Así lo explicó Cristina Feijóo en una nota titulada “El pensamiento de Cortázar en Rayuela” publicada en la revista literaria La Máquina del Tiempo.

Pero la invención de Cortázar no sólo fascina a otros escritores y a miles de lectores. También llamó la atención del mundo científico por su construcción basada en diferentes capas.

Rayuela es, sin duda, una novela excepcional que aborda una multiplicidad de temas y miradas acerca del hombre y del sentido de su existencia. Si bien algunos aspectos han envejecido mejor que otros, hay uno en particular que está hoy más vigente que nunca: la búsqueda. Rayuela es para mí, entre muchas otras cosas, una novela acerca de la necesidad de buscar, de buscarse y de buscarnos. Es además una búsqueda hacia adelante, hacia lo nuevo y desconocido, hacia lo abierto. Una búsqueda del hombre nuevo (como se ha señalado tantas veces) pero también de un nuevo lenguaje y de una nueva relación entre el lector y la novela. En estos tiempos que corren, el espíritu de búsqueda que representa Rayuela debería estar hoy más vivo y presente que nunca”, consideró  Gustavo Ariel Schwartz, investigador del CSIC en el Centro de Física de Materiales de San Sebastián, España.

El domingo 20 de octubre de 1963 se publicó en La Nación la crítica literaria a cargo de Juan Carlos Ghiano con el título: “Rayuela, una ambición antinovelística”. En el texto, el autor, no sólo reseña la obra sino que también aporta datos de la “muchachada” literaria de la época a la que pertenecía el autor y señala como influencias a Alfred Jarry y el Joyce por fuera de Ulisses.

Ghiano, que se declara admirador de Cortázar, desliza algunas críticas: “Rayuela, intensamente auténtica en algunos capítulos, muy pocos, decepciona y fatiga en la totalidad”. Y agrega: “Cortázar ha querido ser el escritor voyant que pedía Rimbaud y del intento surge lo antinovelístico de su libro, tan preocupado por lo que intenta destruir que no siempre alcanza la novedad anunciada con insistencia”.

Cortázar fijó su residencia definitiva en París en 1951, donde murió en 1984. Desde allí desarrolló una obra literaria única dentro de la lengua castellana. Algunos de sus cuentos figuran entre los más perfectos del género. Rayuela marcó un hito dentro de la narrativa contemporánea.

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