12/Mayo/2013
El Universal
Yanet Aguilar Sosa
Cuando Carlos Fuentes obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores
(CEM), entre 1956 y 1957, tenía apenas 28 años pero ya había publicado
un libro de cuentos, Los días enmascarados -que salió justo el día que
cumplió 26 años, el 11 de noviembre de 1954-; también había publicado
una gran cantidad de “cuentos dispersos en revistas, ensayos y crítica”.
El que accedió a la beca en esa institución donde Juan Rulfo terminó de
escribir Pedro Páramo y El llano en llamas, y donde Juan García Ponce
le puso punto final a La casa en la playa, ya era un escritor potente.
A esa edad, Carlos Fuentes tenía muy claro el proyecto de su novela La
región más transparente del aire, que publicó en 1958 con un título más
breve: La región más transparente; y tenía aún más clara su pretensión
de convertirse en un importante narrador: “Mis intereses se localizan
fundamentalmente en el campo de la creación literaria: novela y cuento”.
Aspiraba muy alto, a escribir la novela nunca escrita en México.
A un año de su muerte –ocurrida el 15 de mayo de 2012–, revisamos sus
dos expedientes en el Centro Mexicano de Escritores; allí, entre notas
periodísticas que dan cuenta de su ascenso como gran intelectual
mexicano, y numerosas entrevistas en los principales diarios y revistas
de circulación nacional, está la carta de motivos para obtener la beca,
redactada a máquina, la acompañan dos cuartillas apretadas con su
historia biográfica y bibliográfica, y el plan de trabajo de La región
más transparente del aire en 29 capítulos, así como dos medias
cuartillas escritas a mano sobre la misma novela, y el convenio firmado
entre Carlos Fuentes y el CME.
En la solicitud de beca, fechada el 20 de junio de 1956, hay datos que
llaman la atención: pone como fecha de nacimiento el 11 de noviembre de
1929 –la real es 1928-; cita la recepción de Los días enmascarados de
Emmanuel Carballo y Alí Chumacero para sustentarse como escritor, e
incluye una petición de carácter totalmente personal: “La beca que me
permito solicitar es, hasta diciembre de 1956, la de soltero. Como el
día 6 de enero habré de contraer matrimonio, le ruego al honorable
Comité de Becas considerar la posibilidad, en caso de que me favorezcan
con la beca, de que a partir de enero de 1957 se me adjudique la beca
correspondiente a casados”.
Sus aspiraciones eran sumamente ambiciosas, se propuso escribir una
enorme novela, la protagonizada por Ixca Cienfuegos: “En ella, busco la
expresión de una serie de temas hasta la fecha casi vírgenes en nuestras
letras: la ciudad de México, la creación de una clase media urbana de
una alta burguesía en la postrevolución, la vida de diversos grupos
sociales, el intelectual, el de la clase alta, en el de los aventureros
‘internacionales’ desde el nuevo marco social y el contrapunto de la
vida popular de la ciudad. El choque de estos elementos y lo que tal
choque nos revela de la conciencia mexicana son, a la vez, mis temas,
mis propósitos”.
Fuentes antes de Fuentes
Los años formativos del escritor mexicano son sumamente creativos, tal
como lo constatan Jorge Volpi, quien organizó el “Congreso Internacional
Carlos Fuentes. 80 años” y ha revisado el archivo que el escritor
vendió en 1995 a la Universidad de Princeton; Georgina García Gutiérrez,
estudiosa de Fuentes; y, Julio Ortega, crítico literario peruano que en
1996 escribió el Retrato de Carlos Fuentes.
La investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la
UNAM, quien publicó el libro colectivo La región más transparente en el
siglo XXI, asegura que en la época del CME Fuentes era un joven
entusiasta, con inquietudes intelectuales y gran vitalidad. “Era una
figura que se convirtió muy pronto en líder, siempre tenía posibilidad
de vinculación con el extranjero, recuperación de las tradiciones
mexicanas en su literatura. Desde joven tenía esa gran personalidad que
conocemos”, dice.
Jorge Volpi revisó la etapa joven de Fuentes en el archivo personal del
escritor que consta de 125 metros lineales. Ese acervo que está en una
bóveda especial de la Biblioteca de la Universidad de Princeton contiene
cuadernos, manuscritos, libros, guiones, discursos, entrevistas,
fotografías y correspondencia en la única caja cerrada y que se abrirá
el 14 de mayo de 2014, como lo dispuso el escritor.
“El joven Fuentes, que cada vez es más el Fuentes dicharachero,
pachanguero y bailador, el atleta de la palabra, y los papeles de fines
de los cuarenta se multiplican en su archivo. Escribe lánguidos poemas
amorosos, calaveritas a sus amigos y conocidos, artículos sobre la
situación política del país y del mundo, crónicas de sociales (que
firmaba como POPOFF) y decenas de cuadernos con anécdotas, ideas y
relatos. La constante vuelve a ser su aguda mirada social, el bisturí
con el que disecciona a esa sociedad malevolente que lo acoge con
idénticas mezclas de entusiasmo y de recelo”, dice Volpi en su artículo
“El alquimista y el atleta. Un retrato del Fuentes adolescente”, que
proporcionó a este diario.
Tras su muerte se han publicado tres libros póstumos: Personas, Federico
en su balcón y La novela y la vida, que aún no circula, allí se reúnen
cinco de sus discursos: el de su ingreso a El Colegio Nacional en 1972;
cuando recibió el Premio Rómulo Gallegos; el de una edición de los
Premios Ortega y Gasset, el de la apertura del Tercer Congreso
Internacional de la Lengua Española en 2004 y el del 1 de mayo en Buenos
Aires, días antes de su muerte y que da título al libro.
Pero vendrán más libros, se espera Literatura y cine con semblanzas de
divas, y Julio Ortega está terminando un volumen sobre la obra narrativa
de Fuentes y dictará para otoño el curso “Carlos Fuentes y la nueva
narrativa mexicana”. Ortega cuenta que Silvia Lemus, viuda del escritor,
ha estado poniendo en orden los numerosos papeles de Carlos de los
últimos años. “Todavía no aparece la novela colombiana, fuera de unas
páginas. Yo espero que el formidable sistema de Bibliotecas de la
Ciudadela logre construir un archivo de la memoria de la escritura
mexicana, donde los estudiantes puedan conocer mejor la complejidad y
hondura de sus escritores. Podrían tener copias de los archivos de
Princeton, por ejemplo, y un mecanismo que favorezca la adquisición de
otros archivos. Es un momento propicio”.
Julio Ortega concluye: “Nos estamos perdiendo su demanda de libertad.
Fuentes fue un desafío para todos sus amigos y lectores. He pensado que
esperaba que fuéramos capaces de asumir los riesgos de pensar
libremente, fuera de los partidos, las instituciones, las ideologías, el
descreimiento, la ambición de poder y la violencia mutua. Ese optimismo
civilizado es su herencia”.
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