Laberinto
Armando González Torres
1. Porque es un poeta católico, de hecho un sacerdote, que, sin embargo, no se ciñe a ninguna ortodoxia y cultiva una poesía libre, audaz y novedosa, que experimenta con metros e imágenes, que utiliza el humor, que descubre texturas, colores y sabores en el lenguaje.
2. Porque
su poesía es un panteísmo inteligente, una celebración constante de lo vivo que
tiene un timbre jovial, que se solaza con el sol y la brisa, que sabe
asombrarse con los pequeños prodigios cotidianos y que emana caridad y
cordialidad con el mundo.
3 3. Porque
su obra es un destilado de la tradición más exigente de la poesía religiosa
culta, pero también una celebración de la devoción popular y sus entonaciones
sencillas, y porque en sus versos conviven fecundamente los homenajes al canon
y las improvisaciones, los arcaísmos y los neologismos.
4 4. Porque
en su poesía hay mucho más de teofanía que de teología y, por ello, sin la
impaciencia por la revelación, su verso ligero y festivo es capaz de percibir
una presencia más allá de la palabra, un misterio radiante, una divinidad sencilla y amigable
que se despliega en un juego infantil, en el paso de un animal, o en el brote
esplendoroso de una flor: “Esa voz deslizada/ que pregona entre orillas/ una
finalidad/ sonriente. ¿No eras Tú?”
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