Laberinto
Miguel Ángel Flores
En su libro Tiempo mexicano Carlos Fuentes dedica unos
reglones a recordar a un compañero de estudios varios años menor que él. Se
llamaba Salvador Elizondo, una figura oscura, no en el sentido de la notoriedad
sino por el aspecto sombrío de sus gustos o de las zonas de las manifestaciones
del arte que le interesaban. Elizondo era el más joven de los estudiantes que
en la Facultad de Derecho publicaban la revista Medio Siglo. Había asombrado a
todos que en su ensayo “La idea del hombre en la novela contemporánea” hiciera
observaciones sobre novelas de Hesse, Huxley, Faulkner, Kafka, Joyce, por
ejemplo, que pocos habían leído en México y que no constituían entonces centros
de atención para quienes se ocupaban de la práctica y crítica de la novela
mexicana.
Salvador Elizondo había gozado del privilegio de una
juventud acomodada debido a la buena posición económica de su padre, que entre
otras cosas había sido productor de cine y terminó su vida ocupado en
actividades bancarias de alto rango. Elizondo pudo así aprender desde su niñez
el inglés y el francés que leía sin ninguna dificultad. Estudió en el
extranjero y vivió y viajó por la
Europa de la postguerra donde se incubaban todos los frutos
de la modernidad y la postmodernidad. Años en que se desarrollaban polémicas de
todo tipo y cuyos personajes eran Sartre y Camus, entre otros. La lectura de
Joyce fascinaba al joven Salvador Elizondo y había despertado su interés la
escritura china tanto por el aspecto estético del que participa como por su
estructuración para producir significados. Y así llegó a la lectura de
Fenellosa y la poesía de Ezra Pound. El fenómeno estético de la poesía lo
intrigaba. Sentía gran interés por los aspectos técnicos del arte en todas sus
manifestaciones. Sus intereses se inclinaban al ejercicio de la ficción, de la
pintura, la fotografía, el cine: actos sucesivos y congelación de instantes.
Memoria e imagen. La ejecución técnica constituía la simiente de cualquier
arte, su operación técnica iba a ser para él tan importante como la
manifestación de los sentidos y los contenidos. El cine en cuanto a metáfora de
instantes y movimientos constituía uno de sus más intensos centros de atención.
La actividad intelectual de Salvador Elizondo se hizo
presente en las publicaciones que dirigían Fernando Benítez y Jaime García
Terrés, y también en las de sus amigos como Juan García Ponce y Tomás Segovia.
Fundó una revista, de efímera vida, Snob, y fue un miembro muy activo del
grupo Nuevo Cine que buscaba renovar la crítica de cine en México y se empeñaba
en denigrar, muy merecidamente, lo que los productores y directores nacionales
concebían para su exhibición en pantalla. Filmó una película en 16 mm, Apocalipsis, y escribió un
lúcido ensayo sobre la primera etapa de la filmografía de Luchino Visconti.
Había aprendido la técnica de pintar un cuadro con Jesús Guerrero Galván, pero
nunca exhibió ninguno de sus cuadros; escribió también un importante estudio,
breve, sobre la pintura de Vicente Rojo en cuanto a sus aspectos formales, pero
no asumió el ejercicio de la crítica de artes plásticas. Practicó la
fotografía, mas para él esta actividad fue un asunto privado.
¿Cuál era su verdadera vocación?, se preguntaban quienes
seguían sus escritos y sus conferencias. En 1965 asombra a los lectores con la
publicación de Farabeuf. Un texto insólito para el medio mexicano. A partir de
la observación de una fotografía que congeló el momento de suma crueldad a la
que estaba siendo sometido un cuerpo en China, se desencadenó en él un proceso
narrativo en el que se aliaban los procesos de la memoria, el afán por capturar
un instante sobre el que se construye toda una narración en su imposibilidad de
ser aprehendida en todos sus aspectos, y en la que giran como soles nocturnos
el deseo, la muerte, el éxtasis del dolor y los cauces del erotismo, a veces
ignotos. Los mejores momentos de la narración son aquellos en que la realidad
se relata de tal modo que nos enfrentamos a una irrealidad de cuanto se narra:
¿de verdad sucede lo que se dice en los torturados renglones de la ficción? Una
rebelión en China desencadena el horror y la técnica quirúrgica nos remite a
una sórdida destreza para cortar la carne humana. Pero lo que nos llega a
interesar de la novela no son los relatos de la crueldad sino los juegos y
engaños a que nos puede orillar la memoria y nuestra percepción del tiempo. Es
evidente que la aportación de Elizondo se refiere a las zonas oscuras y
sombrías de nuestra condición. Le interesó reportar esos hechos bañados por una
luz difusa y mortecina que nos remite a lo insólito, y sintió gran atracción
por lo insólito, de encuentros y desencuentros impregnados por lo enigmático.
Hizo ejercicios narrativos que le sirvieron para dominar su
oficio, como los cuentos de Narda y el verano, donde sin embargo no
están ausentes los rasgos que caracterizan su narrativa. Y nos sorprendió con
su relato Elsinore
pues en él entra a la esfera de los sentimientos desde una perspectiva muy
diferente a la que había hecho característica su escritura. Sin disputa ni
controversia, Elizondo se hizo de un sitio de relevancia en la narrativa
mexicana.
En relación con su bibliografía casi no se mencionaba que
Salvador Elizondo había entrado en la literatura por la puerta de la poesía. Su
primer libro pertenece a ese género. Pero no persistió en él, al menos no
divulgó cuanto escribió en este dominio. Sus amigos y los enterados conocían de
la existencia de ese libro, un libro maldito, para el autor, no por sus rasgos
estéticos y éticos, sino por malo. ¿Cuánta justicia se hacía a sí mismo
Elizondo? Poesía
fue su título; y fue patrocinado por el mismo autor. Nadie le preguntó a
Elizondo si no había encontrado un editor profesional que se hubiera querido
ocupar de él. O si la impaciencia lo llevó a publicar en edición de autor. Quién
sabe quién pueda responder ahora esas preguntas; ahora que es uno de nuestros
escritores más célebres y reconocidos.
El libro lleva el escueto título de Poesía, apareció en 1960 sin
pie de imprenta. Salvador Elizondo tenía entonces 28 años de edad y se supone
que los poemas reunidos debieron haber sido escritos durante la primera etapa
de sus veinte años; ¿se podría suponer que fueron fruto de la precocidad?
Salvador Elizondo nunca comentó públicamente (salvo que exista una pequeña nota
de prensa) que hubiera continuado escribiendo poesía. Pero en una entrevista,
realizada pocos años antes de su muerte, señaló que tenía la intención de
publicar sus poemas que consideraba dignos si se relacionaban con lo que se
escribía ahora y que se nos quiere hacer pasar como poesía.
No sucedió eso en vida. El rescate de su archivo, la
exhumación de los manuscritos, o la preparación de los originales ya dispuestos
para su impresión, lo que no se señala en el libro de su autoría que este año
publicó el Fondo de Cultura Económica, nos entrega la novedad de un conjunto de
poemas bajo el título Contubernio de espejos. Poemas 1960-1964.
Resulta muy interesante comparar su libro de 1960 y el que apareció este año.
Interesante en el conjunto de la poesía mexicana del siglo XX; interesante en
cuanto a los planteamientos de su poética, o, si se quiere, en cuanto a su idea
de percibir el fenómeno poético; interesante en si es válido plantearse cómo se
debería publicarse un libro de un autor de su talla ya fallecido.
En el libro de poesía se advierte que Salvador Elizondo
aparece como un autor de sólida cultura; es decir, no hay un tono ingenuo en
los poemas, tanto en el procedimiento de su escritura como en lo que quiere
plasmar en el poema. Muy joven había leído en su lengua original otra fuente de
la técnica de su escritura: la que constituye la lectura de Mallarmé y Paul
Valéry. Dentro del ámbito de la poesía francesa había surgido el movimiento de
los surrealistas. Pero no solo fue la poesía surrealista la que se advierte en
muchos de sus poemas sino la pintura. La forma en que “pintó” el silencio De Chirico.
La transformación de una geometría en una especie de pesadilla, que contiene el
peso de una realidad desolada y de desamparo. La solidez que se percibe como
ruina. De la escritura surrealista quedó la libre asociación y el sueño donde
se potencian los aspectos más oscuros de la realidad, o donde se hace
comprensible por el deseo. Elizondo pertenece a la estirpe de los poetas para
quienes los procedimientos del surrealismo constituyen la última deriva del
romanticismo. Elizondo parece decirnos que la lepra de la vigilia es la escoria
de nuestros sueños. Solo la oscuridad de la noche puede realizar la
transmutación de esa oscuridad que emite una “luz” bajo la cual los ojos
perciben el horror de nuestros actos.
El ángel de Rilke es terrible en el grito. El ángel de
Elizondo lo es en la penumbra y la alusión. Los ángeles se ciernen sobre coitos
que anuncian premoniciones. En la fabulación de Elizondo a los coitos los
acompaña la música del grillo, como si fuera rara avis, y la carne en el coito
suspendido queda en nada, solo hay esqueletos recién fotografiados. Y ese acto
físico se realiza contra un telón de fondo donde se escuchan trenes que parten,
el cielo es azul y tiene estrellas y el “espejo guarda la memoria de una mirada
muerta”; todo sucede en una atmósfera enrarecida que dicta el tono de todo el
libro: los poemas se construyen siguiendo una línea de fabulación e imaginación
extraña para la poesía mexicana. Los cadáveres dan testimonio: “En este espacio
yermo/ deshabitado de palabras/ todo futuro es yerto/ todo presente es fijo/
todo pasado es muerto”. En ciertos momentos muchos de los poemas se pueden leer
desde la perspectiva de la imposibilidad de las palabras para expresar un acto
concreto, de la imposibilidad de elaborar la metáfora del instante y la
sorpresa con un sistema que solo admite la sucesión al expresarse, lo que
impide que sus medios fijen un instante. Por eso el poema se convierte en ese
espacio yermo que no habitan palabras. El espejo refleja una mirada, pero la
mirada está vacía: “Solo quedan los gestos de los dioses/ inmóviles, difusos en
el polvo;/ el viento los circunda y los arremolina/ la tolvanera erguida/
parece que está viva/ …y sólo gira”. En ese procedimiento de sucesión la
memoria se confunde en el orden de lo que acontece, lo que se filtra y queda
grabado se impregna de apariencia: “Los hombres —los viejos sobre todo—/ han
pasado el invierno encerrados,/ atizando los frágiles fogones del recuerdo/ con
las palabras que fueron vuestras/ y que ahora reposan ateridas/ en el fondo
desolado de sus ojos/ como fosos […] y el sol los encontraba dormidos sobre su
impotencia/ como sobre un fardo de sombras, sin haber recordado vuestros
nombres; huecos sus corazones como una urna”.
El sistema metafórico de Elizondo basta para manifestar que
tenía plena conciencia sobre la construcción de un poema. Aunque no se siente
preocupado por los aspectos técnicos, y deja que el poema transcurra libremente
encontrando su propio ritmo, no hay una voluntad de orden y de rigor en la
expresión que da solidez a sus versos. Volvamos a una palabra para describir la
poética de Elizondo: desolación. Los dioses han abandonado los escenarios donde
transcurre la fabulación de los poemas. Los dioses le son desconocidos, los
jóvenes son aconsejados por un ángel terrible y “solo saben que la
inmortalidad/ es la incorporación de los cadáveres”.
Podemos imaginar: alguien vaga sobre arquitecturas que
desconciertan y señalan en su abandono la premonición de algún encuentro. Pero
cuanto se mira en torno se esfuma en el preciso momento en que los ojos tocan
presencias y recuerdan ausencias. El poema “Encantamiento contra la enfermedad”
nos da la medida de los alcances de esta poesía en cuanto a su expresividad, la
atmósfera que la envuelve y la consumación de sus logros:
Cuando
digas el nombre de los dioses
bajando por la escalera
tus ojos encontrarán los ojos
de algún desconocido
y pensarás en lo que tantas veces me dijiste.
bajando por la escalera
tus ojos encontrarán los ojos
de algún desconocido
y pensarás en lo que tantas veces me dijiste.
Olvidarás tu nombre poco a poco.
no quedará de ti más que tu sombra
disolviéndose lenta contra el muro
y tu paso, ágil sobre la arena,
se desvanecerá junto a la espuma
y sólo tu recuerdo pronunciarás dos veces
el nombre con que abrías la ventana:
no quedará de ti más que tu sombra
disolviéndose lenta contra el muro
y tu paso, ágil sobre la arena,
se desvanecerá junto a la espuma
y sólo tu recuerdo pronunciarás dos veces
el nombre con que abrías la ventana:
Mar. Mar.
Como se había mencionado ya, el Fondo de Cultura Económica
ha puesto en circulación un delgado volumen que contiene los poemas que, según
nos dice el título del mismo, fueron escritos entre 1960 y 1964. Es decir, todo
parece indicar que son posteriores a la redacción de sus primeros poemas que
aparecieron en el libro Poesía. Lo primero que distingue a los
poemas de la segunda etapa es su voluntad de forma. Elizondo insistía que el
exceso de libertad, o el libertinaje, a que había sido sometido el acto de
escribir poemas había desembocado en textos donde se podía encontrar de todo
menos poesía. El verso librismo en sus mejores logros parecía solo prosa
cortada que no contenía los ritmos que exige el poema más libre. La lección de Valéry
estaba muy presente. En el peor de los casos, lo que se entendía por poema era
solo la expresión con mala prosodia de contenidos vulgares. La expresión
suprema del poema como mecanismo de contenido y forma lo constituía para
Elizondo el soneto: un silogismo que se construía siguiendo las reglas de una
estructura precisa. El soneto era para Elizondo un mecanismo verbal que debía
bastarse a sí mismo y en su rigor nos enfrentaba con el vacío que había
producido vértigo a Mallarmé. Todo esto conducía a un callejón sin salida: la
imposibilidad de escribir, que se podía expresar por la metáfora en la que un
espejo se enfrenta a otro espejo y en la reproducción infinita las formas se
pierden en el vacío. Su mejor ejemplo era su texto en el que alguien se ve escribir
a sí mismo hasta perder su identidad. Pero no fue la precisión técnica lo que
hizo mejor poeta a Elizondo. Sus sonetos están aceptablemente construidos. Pero
los debilita que recurra con frecuencia a la rima utilizando el participio
pasado y que en ninguno de ellos se haya planteado un tour de force. Su intención nos
recuerda al acto fallido que han sido los poemas de los autores brasileños como
Lêdo
Ivo que junto con sus compañeros, después de la aventura vanguardista de los
Andrade o Bandeira y Drummond, buscaron refugio en la tradición para encaminar
por el “buen” rumbo a la poesía. Después de los momentos de sorpresa, de
metáforas insólitas de realidades habitadas por el mal, las pesadillas, la
muerte que se trasmuta en deseo, Contubernio de espejos parece suceder en
esa misma atmósfera, pero se tiene un sentimiento de asepsia cuando se lee
ahora a Elizondo:
Tibio remanso a furias excitable
con apremio del doble compromiso
que trueca el infierno en paraíso
su galopar inmóvil e implacable.
con apremio del doble compromiso
que trueca el infierno en paraíso
su galopar inmóvil e implacable.
Aunque están presentes la manifestación de sus mejores
virtudes como escriba que había alcanzado en su anterior libro, como el poema
“Imagen”:
Viven en un espejo
de azogue turbio y realidad incierta.
te invoco en su reflejo
y se queda desierta
la angustia con que llamo en esa puerta.
de azogue turbio y realidad incierta.
te invoco en su reflejo
y se queda desierta
la angustia con que llamo en esa puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario