sábado, 3 de marzo de 2012

Es el debate, Yépez

3/Marzo/2012
Laberinto
Pablo Raphael

Hace dos semanas le dije a Heriberto Yépez que en cuanto me repusiera de los moretones iba a responder al agrio comentario que hizo sobre mi ensayo La fábrica del lenguaje, S. A. [en su columna Archivo hache]. Hay una norma no escrita de la crítica que dice que una vez publicado un libro, el autor calla y aguanta. Pero lo cierto es que uno de los dilemas más serios de la crítica contemporánea es la imposibilidad del diálogo. Primero porque el reseñismo que se cree crítica normalmente no se nutre de teoría literaria y luego porque la literatura no se trata de hechos fijados, opiniones inmutables e historias totales que se desconectan del debate, el mundo y la reflexión. El hecho literario sucede precisamente en lo que la escritura despierta, en el ámbito vivo de la imaginación y en el debate o la contemplación que debiera provocar. Esa es la deuda que la literatura en español tiene con la crítica.

Pero, por lo visto, las reflexiones y las coincidencias ideológicas que he compartido con Heriberto Yépez en mesas y caminatas no tienen nada que ver con su opinión escrita. Al menos en el caso de mi texto. En alguna ocasión Heriberto me dijo algo así como que el enojo y la incapacidad argumentativa pesaban más que la disposición a la reflexión compartida.

El deseo de “yo tengo algo que decir” quizá resulte más importante que la capacidad de “mirar al otro” y en esa lógica se vuelve imposible cualquier tipo de debate. Pero eso es algo que no sólo pertenece a la crítica, sino que es uno de los problemas que tienen al país paralizado.

Heriberto señala como algo mal hecho el zapping que sucede en La fábrica del lenguaje S. A. y lo raro es que el escritor odie tanto esa escritura rápida, si el estilo epigramático y veloz de párrafos que apenas alcanzan la línea y media está presente en toda su obra.

Luego me acusa de incongruente pero no explica por qué. Señala que esgrimo una serie de clichés sobre las mujeres y no leyó que se trata de un perfil del lector. Dice que todo lo considero indigno menos a mí, pero no hay explicación que justifique su argumento. Tal vez Heriberto está desarrollando una nueva categoría sobre la dignidad, pero en su artículo no se hace explícita. Dice que soy un disfrazado de centro y en estos días que me han dicho zapatista, liberal, neoliberal encubierto, extremista, indignado ruco, me pregunto si la falta de posición política y la crisis de las ideologías nos tienen tan desarmados como para creer que la rabieta es una cosa seria. La rabieta produce hartazgo y vaya que eso sí que alimenta el resentimiento social. Yépez me acusa de que el libro está escrito para lectores con déficit de atención, pero acaso La fábrica… no pudo con el suyo. Cuando el crítico dice que resulta penoso que yo diga que “Lo verdaderamente interesante que se produce en el ámbito de lo fantástico mexicano” es una lista de “autores relevantes… en cuya compañía tengo el gusto de aparecer con cierta frecuencia” (p. 214) el déficit de escritura y atención no es mío sino de Heriberto, a quien su lectura rápida no le permitió notar que no hablaba yo, sino que era una cita (dos puntos incluidos) de Alberto Chimal, quien respondía a una pregunta expresa sobre aquellos autores que siente cercanos. Tampoco le quedó clara mi opinión sobre la literatura de la frontera y la separación que ésta produce entre obras tan interesantes como la suya y la otra literatura de la violencia diseñada desde las oficinas de marketing editorial.

Nota para Heriberto: si te sentiste aludido por la palabra Tijuana, te pido una disculpa. Si quieres, incluyo la palabra Colima.

A lo largo del ensayo hice varias preguntas expresas a su obra que el crítico obvió responder. No sé la razón. Supongo que, independientemente de ser mi amigo, en verdad asume las opiniones personales que vierte sobre mí y yo me acabo de enterar. Pero eso no es asunto de la crítica. Ni hablar. Supongo que me quedaré esperando las respuestas a los cuestionamientos que hice sobre su idea de la identidad nacional (muy cercana a Vasconcelos) y supongo que tampoco tendrá la generosidad para responder a la pregunta que ahora reformulo gracias al artículo de Rogelio Villarreal: ¿por qué alguien que es un convencido de terminar con el pensamiento mágico, los complejos sociales y la influencia nefasta de la cultura de masas acepta que un director de cine, promotor del pensamiento mágico, artífice de una película de manipulación y activista de una secta que no tiene coincidencia con el ateísmo de Heriberto Yépez, aparezca como autoridad que, en su solapa, recomienda la lectura de La increíble hazaña de ser mexicano?

El crítico neoliberal apuesta por el espectáculo y el escándalo. Y en ello Heriberto se ha revelado como aficionado. Pendejear es su truco. Como digo en el ensayo, no seremos otra cosa hasta que nos atrevamos a serlo. Mientras tanto neoliberales. Afectuosamente le pido que de la chistera saque algo de humildad. La mesa para hablar sigue puesta. Lo otro se arregla con unas cervezas y Séneca, si es que el escritor entendió la crítica a los moralistas.

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