Laberinto
Los clásicos no traicionan, son productos culturales que siempre se pueden presumir como lecturas memorables y permiten quedar bien ante un auditorio. No siempre, sin embargo, se actualizan y debaten sus interpretaciones y aun las construcciones culturales más imponentes llegan a abrigar telarañas. De hecho, los ecos de los clásicos suelen oscilar entre el prestigio congelado de lo edificante y la museística académica y pocas veces se acostumbra interpelarlos en torno a su capacidad para iluminar dilemas del presente. En dos libros recientes, Encuentros heroicos, seis escenas griegas de Carlos García Gual (FCE, 2009) y El desarme de la cultura, una lectura de la Ilíada de Juan Carlos Rodríguez Delgado (Katz, 2010), dos helenistas salen de su zona de confort y se interrogan en torno a la ejemplaridad y vigencia de ciertas escenas clásicas. Ambos aluden a la Ilíada y ambos ponen énfasis en el canto final del poema, cuando un viejo indefenso, Priamo, padre del prócer troyano, Héctor, conmueve al héroe enfurecido y obstinado que es Aquiles y logra la devolución del cadáver de su hijo. La tesis que Rodríguez Delgado apoya con un impresionante aparato erudito señala que la Ilíada no es, como apunta cierta crítica moderna, un patrón mecánico de moldes métricos y valores estereotipados, sino una composición virtuosa en sentido artístico y moral que, a la vez que refleja, también cuestiona los ideales de la sociedad heroica. Los personajes no son marionetas y pese a la ascendencia divina, la presión social o la inercia de la violencia conservan autonomía moral. Por eso, veneran pero también aborrecen la guerra y en muchos de los momentos más conmovedores, como el diálogo de Aquiles y Priamo, cuestionan el papel de la violencia sobre los valores filiales y marcan el triunfo de la compasión sobre la ira y la venganza.
Carlos García Gual, en su libro de recreación de escenas literarias griegas, también se refiere al encuentro de Aquiles y Priamo. Para García Gual, el desenlace de la Ilíada en esta escena es anticlimático con respecto a la lógica guerrera y demuestra la complejidad desde que esta obra trata dilemas humanos permanentes como la oposición entre el deber cívico, el llamado de la sangre y la venganza con la simpatía y la reconciliación. Para García Gual, si bien los dioses intervienen en el arreglo pacífico, el libre albedrío de Aquiles es esencial: la ayuda divina para que el viejo cruce el campamento aqueo es meramente “operativa”, pero el resorte fundamental para des-endurecer su corazón pertenece al propio Aquiles. De modo que, como se desprende de estas dos bellas lecturas de una escena, el tránsito de la venganza a la solidaridad de un personaje enmarcado en la violencia como Aquiles no puede ser mediado por fuerzas externas, sino que responde a una intensa experiencia interna de transformación y sigue siendo una perspectiva ejemplar desde la cual quizá sea posible observar, encarar y conjurar la violencia, después de Troya.
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