El Universal
“Nací en este mundo, sigo sin entenderlo y lo que quiero es entenderlo. ¡Mientras no lo entienda para qué voy a inventar otro!”, dijo Tomás Segovia en 2005, en una entrevista con EL UNIVERSAL. Ese poeta, dramaturgo, traductor y novelista que hizo de México su segunda patria, falleció ayer a los 84 años, víctima de cáncer de hígado.
Era un poeta de múltiples proyectos, un ser querido por muchos, un creador que en uno de sus últimos poemas, Adiós al mar -un poema suelto que fue diseñado por Juan Pascoe en el taller de tipografía Martín Pescador-, dijo: “Y qué va a ser sin mí mañana/ El mar dormido/ A quién va a susurrar sin que nadie se entere”.
La salud del autor de Siempre todavía, Llegar y Cartas de un jubilado, decayó a su regreso del homenaje que le rindieron en Morelia, Michoacán, durante el reciente Encuentro de Poetas del Mundo Latino. Y es que tras el infarto que sufrió, tuvo insuficiencia renal y al final cáncer de hígado.
Ese viaje -en octubre- fue el último que hizo el poeta nacido en Valencia, España en 1927. “Fue a su homenaje y después se sintió muy mal, ya no podía trabajar. Estaba muy débil”, dijo a EL UNIVERSAL, su hija Ana.
Segovia, el ganador del Premio Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 2005, murió sin externar ningún deseo sobre que sus cenizas fueran depositadas en un lugar específico. Ana Segovia, uno de sus cuatro hijos que le sobreviven, señaló ayer: “Yo creo que se quedará aquí con la familia, con su esposa; no hemos pensado en eso y a él tampoco le preocupaba mucho esto de dónde quedan las cenizas. Se quedará con sus seres queridos y con su esposa”.
En la entrevista que concedió en 2005, Segovia dijo: “No he escrito para los premios. Y lo que más me asombra es que premien a un poeta que no es de ningún lado. En cuanto a mi poesía, no soy un poeta español ni mexicano”.
Maestro y padre
Si para él editor y poeta José María Espinasa, Tomás Segovia era un padre y un maestro, para el escritor José de la Colina fue un amigo durante medio siglo. “Yo lo veía a él en el café de la horchatería Chufas que estaba en López, un café horchatería tipo valenciano, lo veía a él escribir como siempre le gustó hacer. Ahí lo vi escribir poemas, ensayos, etcétera, no lo trataba aún; era para mí la imagen del escritor”.
De la Colina y Segovia -los dos españoles llegados a México producto del exilio- fueron amigos queridos, compartieron vida y trabajo en la Revista Mexicana de Literatura, en Plural, en Letras Libres.
En entrevista, José de la Colina expresó: “Recuerdo una frase suya, me dijo un día: ‘El poema no es lo que está escrito sino lo que ocurre entre lo que está escrito y el lector’”. Esa fue enseñanza y ejemplo.
Si algo celebraba Segovia del mundo era el amor. “Por amor vivimos y por amor crecemos. Si alguien no nos amara cuando llegamos al mundo no podríamos sobrevivir. El ser humano es una criatura muy endeble. No puede como otras especies nacer y caminar inmediatamente para valerse por sí mismo. Necesita cuidado, amor”.
El amor fue razón de su vida y lo compartió con muchos. Para José María Espinasa, editor de 18 de los libros del poeta hispano-mexicano “fue un padre, un maestro”; y fue tal el pesar por la noticia de su muerte que se negó a dar entrevistas. Fue su esposa, Ana María Jaramillo, directora de Ediciones Sin Nombre, quien dijo: “Nosotros fuimos sus editores. Tomás fue muchas cosas, para mis hijos fue muy importante, lo querían muchísimo”.
Un libro por publicar
Segovia fue padre de cuatro hijos: Rafael, Inés, Ana y Francisco -los tres últimos procreados con la escritora mexicana Inés Arredondo- y en sus últimos años esposo de María Luisa Capella, mujer a la que le seguía escribiendo poemas y quien ayer, tras la muerte del poeta, dijo: “Tomás tenía cantidad de proyectos literarios en mente”.
Justo al amor y a la vida dedicó su libro Rastreos, un poemario inédito del que Tomás Segovia habló el pasado 16 de octubre, durante una lectura poética junto a Juan Gelman, en el Palacio de Bellas Artes. Un libro que “está completamente terminado y listo para publicarse”, señaló su esposa.
Ese día, tres semanas antes de su muerte, el poeta confesó que todavía le escribía poemas a su esposa María Luisa y que tanto amor y tanto gusto por la vida, habían dado lugar a su poemario Rastreos.
Poeta del exilio
Tomás Segovia fue poeta, dramaturgo, novelista y traductor. Pasó la mayor parte de su vida en México, donde llegó tras viajar a Francia y Marruecos (en Casablanca se reunió con su padre) luego de dejar España por la Guerra Civil (1936-1939). Por ello, prefería que lo llamaran desarraigado que exiliado: “Los exiliados propiamente dichos son la generación de mis padres. Alguien a quien toman de la mano y se lo llevan es más bien un desarraigado”.
En 2005, tras conocer que se había hecho acreedor al Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, el poeta señaló: “No escribo poesía por ser exiliado, sino por mi condición humana”. Era tal su convicción y amor por México, que aunque en 1998 había decidido regresar a vivir a España, tras medio siglo de residencia en México, al final optó por mantener su residencia entre sus dos patrias.
El autor de Contracorrientes, Poética y profética y Alegatorio contaba que más de un año después, su padre y él salieron de Marruecos a Nueva York y allí pasaron unos días en la cárcel de inmigrantes de Ellis Island hasta que un tío suyo pudo arreglar los papeles. “Nos quedamos en la cárcel encantados de la vida, esperando el barco a México”.
Cuando hablaba sobre la experiencia del exilio, reconocía: “Nunca he querido hacer un drama de eso. Había, claro, sus problemas, pero mi vida nunca estuvo en peligro. Habíamos vivido en un nivel de alta burguesía y de pronto nos vimos pobres, pero el nivel de la pobreza está llena de sentido. La pobreza es más humana que la riqueza. Uno aprende el valor de las cosas. No tener dinero y pararse frente a una pastelería es una experiencia fundamental. No haber tenido esa experiencia es una pérdida. Yo la viví y estoy agradecido a la vida por haberla sentido. Hay una verdad en la pobreza que la riqueza no conoce. Lo que es terrible de la riqueza es que es una barrera frente a la realidad. Y esto les pasa también a los políticos. El poder antes de corromper ciega. Un señor que tiene poder pierde toda noción de la realidad”.
Así, en 1940 llegó a Veracruz, en ese entonces Tomás Segovia no soñaba con ser escritor más bien quería ser futbolista y jugar al billar.
Sin embargo, todo lo fue llevando hacia las letras. Se formó tanto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM como leyendo a poetas cercanos como Ramón López Velarde, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia, entre otros. Fue parte de la generación del “Medio siglo” junto a escritores como Juan García Ponce y Salvador Elizondo.
A la par de su creación poética, con títulos como Anagnórisis y Cantata a solas , Segovia también fue reconocido como un traductor fundamental del pensamiento francés de la segunda mitad del siglo XX, así como de poetas como Gérard Nerval, Víctor Hugo, André Breton y Rainer María Rilke.
Lejos de las vanguardias
Segovia escribió al margen de las vanguardias, escuelas literarias o camarillas y sólo ante el asombro que le producían el mundo y la vida. Y esa literatura suya fue reconocida con premios como el Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz en 2000.
Incluso, en una ocasión aseguró que no pertenecía a un país, ni grupo, generación, corriente literaria, ni nada parecido. “Simplemente creo que así fue mi destino, pues he andado de un sitio a otro, cambiando de países, incluso de regiones dentro de los países”.
Segovia fue un escritor completamente realista, lo que no quiere decir un autor naturalista o atado al registro del entorno. Era realista en el sentido de que inventar no le interesaba para nada. Siempre fue rebelde. Nunca creyó en los movimientos artísticos o literarios ni en los eslóganes de la época.
El escritor, que formó parte de instituciones como El Colegio de México, al que perteneció entre 1970 y 1984 (cuando se jubiló), consideraba que si la poesía alguna función cumplía en el mundo “era hacernos más humanos”.
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