Jornada Semanal
Poeta de los márgenes y los marginados, así como uno de los mejores seres humanos que existen, acaba de recibir el Premio Nobel de Literatura. Tomas Tranströmer es uno de los pocos escritores que no tiene enemigos ni rivales, lo quiere todo el mundo. A los ochenta años, luego de un quebranto de salud, sigue creando y comunicándose a través de su esposa Mónica.
Tranströmer alternó desde muy joven su profesión de psicólogo con la poesía. Así fue que trabajó como psicólogo visitando cárceles y ha sido un confidente para los que estaban confinados allí; un interlocutor cálido de delincuentes juveniles, siempre tomando partido por los más vulnerables, por los que no tienen poder. Recuerda los años en los que trabajó en las prisiones como uno de los momentos más importantes de su vida. Su libro de haikus titulado Cárcel, nueve haikus de la cárcel juvenil de Hällby, publicado en 1959, es uno de sus libros más leídos, incluso entre muchos que no son ni serán lectores habituados a la poesía.
Una vez lo encontré en una lectura colectiva organizada por el Pen Club de Suecia y tuve oportunidad de contarle que en un campamento de refugiados palestinos en Belén vi una foto de Olof Palme, el primer ministro sueco asesinado en 1986, y un libro de poesía suyo traducido al inglés. Sonrió con su gran sonrisa y le susurró a Mónica unas palabras que ella tradujo: “Tomas dice que lo alegra eso que le contás, que es ahí, entre pobres y refugiados que él quiere estar.” Su gran poesía no ha sido escrita desde un pedestal o desde una torre de marfil, sino desde el lugar del dolor, en donde la vida es más intensa. Tranströmer es el escritor de los márgenes y de los marginales sin ser jamás panfletario o didáctico; no adoctrina, simplemente comparte lo que vive.
Es también un poeta que celebra la naturaleza. Uno de sus pasatiempos es buscar y estudiar insectos. Como su compatriota, el gran clasificador de la naturaleza Carl von Linneus, tiene una inmensa curiosidad por lo que se mueve en los bosques, y para eso recorre la isla de Rummarö, donde tiene su casa de verano. Ha descubierto varias especies de escarabajos que fueron bautizadas con su nombre, y su colección de insectos, que empezó a juntar cuando era muy joven, ha sido exhibida en museos para inspirar a los jóvenes a coleccionar.
Así escribe él de su relación con los insectos: “Me moví en el gran misterio. Aprendí que la tierra vivía y temblaba, que había un mundo ilimitado que volaba y reptaba viviendo su vida rica y propia sin tener la mínima consideración hacia nosotros.”
La poesía de Tomas Tranströmer es así, repta, vuela, se alza, se sumerge y uno se deja envolver en la calidez de la palabra hecha luz.
Hace varios años sufrió la hemiplejia que lo dejó afásico y casi inmovilizado. Desahuciado por médicos y llorado por colegas y amigos como una voz importante que se silenciaba, empezó a trabajar en la oscuridad y desde adentro del cuerpo para salir de nuevo a la luz. Su mujer se convirtió en su portavoz e intérprete y él aprendió a tocar el piano con la mano izquierda. Así acompaña, desde entonces, la lectura de sus textos. Sus conciertos son siempre virtuosos, toca magistralmente.
Tomas Tranströmer es un hombre comprometido con el mundo, trabaja y apoya a colegas perseguidos, pelea por los derechos de los palestinos, de los escritores en prisión, de los periodistas asesinados en México o en Colombia. Tranströmer es un milagro de resistencia y de humildad, de compromiso con la luz, y un hombre que está tan en su casa en los salones de la Academia, que lo honra ahora, como en los locales pobres donde las asociaciones de inmigrantes lo leen reconociendo su universalidad.
Desde su hemiplejia, a principios de los años noventa, Tranströmer ha dejado de escribir poemas largos; ahora escribe sobre todo haikus, un género que cultivó toda su vida, y en el que ha desarrollado un estilo muy personal.
Ha sido candidato al Nobel desde hace casi veinte años, pero la Academia sueca es pudorosa y tenía miedo de repetir lo que sucedió en 1974, cuando los escritores suecos Eyvind Jonsson y Harry Martinsson compartieron el Nobel de literatura y la decisión fue criticada tanto dentro de Suecia como desde el exterior. La Academia fue acusada de parcialidad, de elegir escritores no conocidos por el resto del mundo y sin relevancia internacional. Nada de esto es aplicable a Tomas Tranströmer, uno de los poetas más traducidos del mundo y un creador de talla universal. He escuchado muchas de sus traducciones al árabe, al iraní, al kurdo, al turco, al serbocroata, al español. En Uruguay ha tenido más de una silenciosa edición, gracias a la relación que se estableció entre los dos países a raíz de la solidaridad sueca con los perseguidos por la dictadura y a la obra de otro gran poeta uruguayo, Roberto Mascaró, que lo ha traducido en lo que prefiere llamar “versiones”. En 1989 se publicó así el primer libro de Tranströmer en castellano, El bosque en otoño, y luego Para vivos y muertos en edición española de Hiperión (1992). Mascaró también es responsable de una cuidada edición de haikus editada en Montevideo, 29 Jaicus y otros poemas (2003), en cuyo prólogo dice que a Tranströmer le gustaría conocer Montevideo, la ciudad donde nació Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, y agrega: “creo que hasta el día de hoy está esperando que lo inviten.”
Uno de mis poemas predilectos de Tranströmer se llama “Allegro”: “Toco a Haydn después de un día negro/ y siento la calidez en las manos./ Las teclas esperan. Un martillo liviano las golpea./ El tono es verde, vital y calmo./ El tono dice que la alegría existe/ y que alguien no le paga al César lo que es de César./ Meto las manos en los bolsillos haydianos/ e imito a alguien que mira al mundo con tranquilidad./ Levanto la bandera haydiana/ ‘no nos rendimos pero queremos paz’./ La música es un invernadero en la colina./ Las piedras vuelan las piedras ruedan./ Y las piedras ruedan y pasan por el medio/ pero las ventanas están intactas.”
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