Laberinto
Carlos Fuentes, quien el próximo 11 de noviembre cumplirá 83 años, habla, desde Londres, de La gran novela latinoamericana, su libro más reciente. Está de buen humor y se ríe al recordarle el desplante con que justifica la inclusión de un gran número de autores mexicanos en esta obra. “Si abundan —declara— es porque los conozco mejor, los he leído más y ¡qué chingados!, como México no hay dos”.
—Es una frase muy nuestra —responde por teléfono cuando se le pregunta al respecto—. Trato a muchos escritores mexicanos, y es natural, porque son de mi país, representan la continuidad de una tradición. También hay argentinos, chilenos, colombianos, pero el saldo favorece a la literatura mexicana.
La gran novela latinoamericana —afirma— “es un libro personal”. Con esto justifica presencias y ausencias en su recorrido por la narrativa de Iberoamérica, que comienza en el siglo XVI, con Bernal Díaz del Castillo, “nuestro primer novelista”, y concluye con un libro de 2005, El testigo, de Juan Villoro.
Bernal, anota Fuentes en su ensayo, terminó la Verdadera historia de la conquista de la Nueva España en 1568, cuarenta y siete años después de ocurrida. Ciego, viejo, olvidado de todos, escribe desde “el país de la memoria”. La suya es una crónica —una novela— “cargada de rumores, de silencios, de vacilaciones y ambigüedades que humanizan la certeza épica de la conquista imperial del mundo indígena por los españoles”.
Memoria, historia, imaginación, son palabras que atraviesan el libro de Fuentes de principio a fin. También la palabra México, una constante en la literatura y las reflexiones del autor de La región más transparente.
¿Cómo mira el actual tiempo mexicano?, se le inquiere en clara referencia a uno de sus títulos.
—Lo considero un tiempo de transición —dice—. Pero todo el mundo está en una transición muy importante. En el norte de África, en el Mediterráneo, en Inglaterra, en España, estamos viviendo un cambio que yo considero un cambio de civilización. América Latina no es ajena a este fenómeno: Chile está cambiando y, desde luego, México…
Hace una pausa y enseguida sentencia:
—Habrá un nuevo tiempo mexicano.
En La gran novela latinoamericana se muestran, entre otros factores, los conflictos sociales como temas o detonantes literarios en la América española y portuguesa. Así sucede, por ejemplo, en Canaima, del venezolano Rómulo Gallegos (“decálogo de la barbarie” la llama Fuentes), y en las novelas que surgen del movimiento revolucionario iniciado en nuestro país en 1910. En la nueva narrativa mexicana un tema frecuente es el narcotráfico, abordado por el propio Fuentes en Adán en Edén. ¿Qué piensa él de la llamada narco-novela?
—Adán en Edén tiene que ver con el narcotráfico, pero no repite lo que dice la prensa; no se trata de eso. La prensa habla del problema cotidianamente, pero a eso hay que darle un giro literario, imaginativo, humorístico —responde.
Sin calidad literaria, sin imaginación, señala el autor de La voluntad y la fortuna, la narco-novela “será sólo una moda pasajera”:
—La novela existió antes del narco y existirá después del narco, refleja un momento actual de la vida en México, pero no creo que sea un asunto permanente. La novela es permanente, el narco no.
En su libro, Fuentes comenta Purgatorio, la última novela de Tomás Eloy Martínez, por quien no oculta su admiración. En ella, el escritor argentino aborda el tema de los desaparecidos durante la dictadura militar en su país, entre 1976 y 1981. Fue una época de terror y el mexicano se pregunta: “¿Cómo incorporarla a la ficción, cuando la realidad supera a cualquier ficción?”
¿Cómo incorporar a la ficción la realidad que vive México actualmente?, se le plantea.
—Es muy difícil, pero de eso se trata la literatura, de ver cómo superamos la realidad que a veces nos avasalla y se impone como una fuerza superior a la de cualquier ficción. Esa realidad, por más apabullante que sea, va a pasar, en cambio, insisto, la literatura va a permanecer. El conflicto social que retrata Balzac, el ascenso de la clase media francesa después de la revolución, es un hecho interesante históricamente, pero lo que es de actualidad es la imaginación de Balzac, no los temas que trató. Lo mismo puede decirse de toda literatura.
En su ensayo, Fuentes escribe también que en la novela —y en el cine— “se pueden crear todas las realidades, imaginar lo que aún no existe y detener el tiempo”. Con esta convicción, decreta: “Busquemos entonces, en la novela, la realidad de lo que la historia olvidó”.
—Constantemente la historia está olvidando —dice cuando se le pide que explique esta idea—. La historia va en línea recta y rara vez recuerda que tiene un pasado. Además de la gran línea central de los sucesos, hay muchos caminos pequeños, muchos senderos, accidentes de ruta, que son los que aborda el novelista. Yo le pregunto a usted: ¿sabe quién era el ministro del Interior de Francia cuando Flaubert publicó Madame Bovary? Le aseguro que no, y yo tampoco. En cambio, todos recordamos Madame Bovary. Es decir, hay un arte, la novela, que sobrevive a los hechos políticos, a las circunstancias políticas, y se impone por la virtud de la imaginación y de la memoria, que son los dos grandes atributos de la ficción.
En el capítulo dedicado a Alejo Carpentier, cuyas novelas son “fundadoras de nuestro presente narrativo”, Fuentes se pronuncia contra quienes han pretendido o pretenden catequizar desde la literatura.
—Carpentier —dice— se olvidó de la tradición que personificaron Gallegos, Eustasio Rivera, Jorge Icaza y todos aquellos que trataron de cambiar al mundo a través de la literatura, de dictar cátedra y echar sermones desde la novela. Carpentier entendió que la literatura habla por sí misma, su mensaje es implícito, no puede ser enunciado en un carteo, tiene que ser un mensaje sublimado.
• • •
En La gran novela latinoamericana aparece con asiduidad la fascinación de su autor por el nombre de las cosas. “Cada época —escribe— va nombrando al mundo y al hacerlo se nombra a sí misma y a sus obras”. ¿Por qué esta necesidad de nombrarlo todo?
—Nombrar las cosas —expresa— es una de las funciones fundamentales de la literatura; a nadie, antes de Platón, se le ocurrió qué significa nombrar una cosa, si el nombre es implícito a la cosa o es una convención. Platón opta por la convención; vemos a las cosas de una manera convencional. Y esto, que parte del diálogo de Crátilo, es uno de los temas fundamentales de la literatura. Nombrar las cosas es una necesidad de todos los seres humanos, no sólo de los escritores. Todos tenemos la obligación de bautizar a nuestros hijos, de tener un nombre, de conocer el nombre del prójimo. Nombrar es un hecho universal. Pero sólo existe un hombre que se llama Don Quijote, y sólo un hombre se llama Pedro Páramo, esta es la virtud de la literatura, de convertir, de nombrar como un hecho estético, permanente. Antes de Don Quijote nadie se llamaba así, a nadie se le había ocurrido ese nombre, esto demuestra el poder que tiene el hecho de nombrar en la literatura.
Carlos Fuentes se sorprende cuando se le pregunta sobre la influencia de la llamada filosofía de lo mexicano en su obra. Refiere cómo desde Samuel Ramos se ha venido explorando ese tema, que poco contribuyó a su manera de ver y entender México.
—Mis lecturas filosóficas —señala categórico— son de los griegos, no de los filósofos de lo mexicano. Mi formación filosófica viene de la lectura, desde muy joven, de los clásicos griegos y de autores como San Agustín, que me influyó mucho. Erasmo, Maquiavelo y Tomás Moro también me formaron mucho intelectualmente.
Esto último es más que notorio en su nuevo libro, donde Fuentes consigna que El elogio de la locura (1509) de Erasmo, El Príncipe (1513) de Maquiavelo y Utopía (1516) de Moro fueron leídos en las colonias españolas en América. “Como el continente mismo, ellos son, en cierto modo, figuras inventadas, deseadas, necesitadas y nombradas por el ‘Nuevo Mundo’ que primero fue imaginado y luego encontrado por Europa”, escribe el novelista mexicano.
¿Cómo trabaja —se le pregunta— para lograr en sus personajes un equilibrio entre su representatividad histórica y social y su interioridad, cuando su literatura se ha caracterizado por ilustrar etapas y dilemas históricos y por utilizar personajes arquetípicos?
—No es algo que yo ilustre —manifiesta—. En la novelística de Balzac, los personajes ilustran lo que era la sociedad de su tiempo, pero existen independientemente de su representatividad social. En mi caso sucede lo mismo. Ixca Cienfuegos no existe más que en mi libro, es una creación literaria mía. Artemio Cruz se puede parecer a fulano o mengano, no sé, es un personaje literario y el personaje literario finalmente trasciende a sus modelos, o inventa un nuevo modelo. Don Quijote viene de una sátira de las novelas de caballería, muy en boga en los tiempos de Cervantes y aun antes, pero se establece como una figura aparte, singular, irrepetible, que se llama Alonso Quijano “Don Quijote de la Mancha”.
En una entrevista de 2008, la narradora y periodista argentina Luisa Valenzuela le preguntó a Fuentes: “¿Cuándo comienza el futuro?” En las circunstancias que vive el mundo actualmente, repetirle la pregunta no parece ocioso.
—El futuro está ocurriendo ahora —contesta—. Usted me está llamando este viernes, en Londres son las siete y media de la noche, dentro de diez minutos quizá sigamos hablando y ya va a ser el futuro. ¿Cómo se compagina esto con nuestra acción en el mundo? Para una mujer inteligente, para un hombre inteligente, es necesario hacer del pasado presente, hacer del futuro presente, actualizar el presente. Para mí, el presente es lo más importante, es el lugar donde se dan cita los tiempos, el pasado ocurre ahora y el futuro también. Eso hay que entenderlo, si no, no se entiende la literatura.
• • •
La gran novela latinoamericana comienza con una “Advertencia pre-ibérica” en la que Fuentes escribe: “Un notable moralista mexicano, Mario Moreno ‘Cantinflas’, le dijo en cierta ocasión a un señor con el que discutía: ‘Pero oiga, mire nomás, ¡qué falta de ignorancia!’” Trescientas setenta páginas adelante recuerda a Roberto “El Panzón” Soto, Leopoldo “El Chato” Ortín, Carlos López “El Chaflán” y a otros cómicos del teatro de revista mexicano de los años veinte y treinta. Las referencias al cine y al teatro, a la cultura popular, que ha tenido una gran relevancia en su vida y en su obra, están diseminadas en varias partes de su nuevo libro.
—Mire —dice con entusiasmo—, yo empecé a ir al cine muy chico con mi padre, en Washington. A los diez años gané un concurso de trivia cinematográfica en esa ciudad, gané cincuenta dólares, que me parecían una fortuna, y desde entonces estoy enamorado del cine porque creo que es una mina de oro —comenta entre risas.
La relación de Fuentes con el cine ha sido ampliamente estudiada, varias de sus novelas y cuentos han sido llevados a la pantalla y ha escrito numerosos guiones, entre ellos El gallo de oro (1964) y Tiempo de morir (1966) con Gabriel García Márquez.
—Para mí el cine —continúa— ha sido un factor determinante en mi vida.
¿Y el teatro de revista, las carpas?
—Yo crecí fuera de México —explica—. Para mí, regresar en los veranos con los abuelos y entrar en contacto con mi país era muy importante, y una de las formas de ese contacto era a través del cine, a través del teatro, del vodevil, de las carpas que existían entonces. Yo llegué a ver a Cantinflas en teatro popular, haciendo bromas políticas muy rudas, que luego abandonó. El mundo popular ha existido siempre, está en el fondo del Quijote —representado por Sancho Panza—, viene de Rabelais, donde la cultura popular es prácticamente la protagonista de Gargantúa y Pantagruel. Es decir, la cultura popular siempre ha estado ahí y depende del escritor cómo la emplea —aunque hay escritores que no la utilizan—. Yo sí, La región más transparente está llena de diálogos de cantina, de burdel, y he seguido empleando esas modalidades a lo largo de mi obra. La cultura popular se basta a sí misma, pero en literatura se convierte simplemente en referencia a otra cosa.
• • •
México, sus escritores, su cultura, sus problemas, su violencia, su historia, está siempre presente, como ya se ha comentando, en la obra de Fuentes, y La gran novela latinoamericana no es la excepción. ¿Cómo mira a nuestro país desde el extranjero, con la ventaja de la perspectiva y la crítica, como usted mismo ha dicho? Es la última pregunta de una conversación sin más brújula que el nuevo libro y la pasión de Fuentes por la historia, el cine, la literatura y México.
—Creo que el país está ante una última oportunidad, que es tener un sistema político estable y una elección creíble el año que viene —responde convencido—. Si los resultados de esa elección resultan increíbles o el candidato ganador está muy atado a intereses de cualquier tipo, sobre todo privados, será malo para el país. Necesitamos un candidato que sea independiente, que mire al futuro, que tenga una idea del mundo actual y del lugar de México en él. Entonces, si la cuidamos, si sale bien, esta puede ser la gran elección; si no sale bien puede ser la última dentro de un marco democrático.
En el clásico ejercicio de respuestas breves, Carlos Fuentes habla de lo que significan para él algunas palabras, algunas ideas y el nombre de uno de sus grandes amigos, de quien terminó irremediablemente distanciado.
El tiempo…
El tiempo es el que creamos nosotros, el tiempo es siempre presente.
El amor…
Es lo que deseamos tener y a veces logramos, cuando tenemos suerte.
La amistad…
Es tan importante como el amor. Byron dijo que la amistad era el amor sin alas, yo digo que la amistad tiene alas también.
Los hijos…
Muy queridos, lo más querido del mundo.
Octavio Paz…
Gran amigo, gran escritor, le tengo gran respeto; tuvo una vida formidable.
La crítica literaria…
La crítica es literatura. La gran crítica es una forma de expresión artística. Entonces, así como en la literatura hay buenos y malos escritores, en la crítica hay buenos y malos críticos, eso es todo.
¿Tiene usted enemigos?
Espero tenerlos, porque una vida sin enemigos sería un fastidio, aburridísima, ¿no cree usted?
No hay comentarios:
Publicar un comentario