29/Octubre/2011
Laberinto
Al empezar la década de los años setenta, en la cultura mexicana había un panorama más bien desolador, muy distinto del que imperó diez años antes. De las publicaciones notables que había en los años sesenta, muchas habían desaparecido y otras agonizaban. La represión del 68 fue un golpe muy duro para el país, y de manera subrayada para el arte y la literatura. Sin embargo, en ese aparente páramo, en octubre de 1971 aparecería el primer número de la revista Plural, dirigida por Octavio Paz, cuya figura intelectual y calidad literaria crecían cada vez más.
Plural, se vio desde el principio, estaba llamada a ser una de las publicaciones más importantes de la lengua española. Revisarla a cuarenta años de su aparición no deja de ser significativo. Lejos de la parafernalia del diseño al que hoy nos tiene acostumbrados la nueva tecnología, la revista, financiada por el periódico Excélsior, se nos muestra al inicio sin alardes en su producción, que incluso podríamos calificar de modesta —papel apenas mejor que el de los periódicos, formato oficio, 40 páginas sin grapa, incluido un suplemento, se permitía como único lujo el uso de dos tintas y viñetas de José Luis Cuevas—. El cabezal: un sucinto Plural. Crítica y literatura. Y el directorio, en la página 16, además de indicar la dirección de las oficinas —Paseo de la Reforma 12, 505—, el director del periódico, Julio Scherer, y su gerente general, Hero Rodríguez Toro, así como los antecesores en dichos cargos, sólo exhibía un escueto “Director: Octavio Paz”. Precio: 5 pesos. Periodicidad: mensual.
Su índice no tenía desperdicio, atento a lo que sucedía en el pensamiento y la creación en México (colaboraciones de Elena Poniatowska y Gastón García Cantú) y en otras partes del mundo (un texto de Henri Michaux sobre los ideogramas en China, el extenso encarte Kenko: el libro del ocio, un ensayo del antropólogo Claude Lévi-Strauss sobre la América precolombina, uno de Harold Rosenberg sobre el arte actual en Latinoamérica, otro de Xirau sobre Lezama Lima y poemas de Roberto Juarroz).
Entre los textos llama la atención, porque marca una actitud de la revista, la transcripción de una mesa redonda, llevada a cabo en El Colegio Nacional, en la que participaron Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Marco Antonio Montes de Oca, Gustavo Sainz y Octavio Paz, sobre las ideas que este último había expuesto en una serie de conferencias. El título: “¿Es moderna la literatura latinoamericana?” Esa modalidad —mesa redonda destinada a ser conversación pública— era más bien rara en las revistas mexicanas.
En ese primer número participan también el poeta Tomás Segovia, quien traduce el texto de Henri Michaux; el pintor Kazuya Sakai, que traduce —del japonés— Kenko: el libro del ocio y Héctor Manjarrez a Harold Rosenberg. La costumbre de incorporar suplementos —cuyo objetivo era publicar textos extensos— tenía ya antecedentes muy afortunados: es el caso de S.nob, la revista de Salvador Elizondo a principios de los años sesenta. Pero Plural los llevará a un grado sorprendente de calidad, ofreciendo una variedad fascinante de temas y autores.
El segundo número mostraba modificaciones formales importantes: el diseño —de Vicente Rojo y Kazuya Sakai— era mucho más llamativo, con un cabezal que haría historia, con portada en color y —muy importante— anuncios, uno de la UNAM y otro de la Lotería Nacional, de una plana, más otro en la página final, del periódico Excélsior, con una boleta de suscripción. Además, 48 páginas, ocho más que el primer número. Eran signos suficientes para suponer que la revista había sido bien recibida no sólo por el diario y su director, sino por la comunidad de escritores, por la cultura y el público en general. Pero lo más importante: junto a la figura del director se anunciaba la del secretario de redacción, Tomás Segovia, y las de los diseñadores.
Su estructura era prácticamente igual a la del primer número, con textos de escritores mexicanos, latinoamericanos y de otras lenguas, así como ensayos sobre artes plásticas y política (extraordinario el de Daniel Cosío Villegas). Abre con un cuento de Cortázar —“Verano”— e incluye colaboraciones de Guillermo Sucre y José Bianco entre los latinoamericanos. Bianco, como sabemos, fue en buena medida el artífice de Sur en su mejor época, una revista que Paz admiró y en la que colaboró. Llama también la atención la entrega de Félix Grande, poeta español hoy injustamente poco leído. Se incluye también un ensayo de Roger Munier, poeta francés, traductor de Paz que, al terminar la primera década del siglo XXI, es un completo desconocido en Francia y en México. El suplemento ofrecía La caza del Snark de Lewis Carrol, en traducción de Ulalume González de León.
Por los mismos implicados sabemos de las dificultades que tuvo la revista —todos ellos insisten en la ejemplar actitud de Julio Scherer García al defenderlos y apoyarlos sin pedir nada a cambio y sin meterse en la línea editorial— y de la conformación de un grupo alrededor de Octavio Paz. En 2001, ya muerto el poeta, el FCE publicó un folleto testimonial de homenaje por los 30 años de Plural. En él destaca lo señalado por Juan García Ponce, Tomás Segovia y Gabriel Zaid: había un clima irrepetible para que esa revista se hiciera posible. Los jóvenes que la frecuentábamos entonces la leíamos como lo que creo que era: una revista de izquierda, que defendía la libertad de pensamiento y la creación.
Además del ambiente que privaba en ella, otra cosa esencial para el éxito de Plural fue la lenta maduración de los propósitos de Paz, uno de cuyos puntales era la independencia; otro, la necesidad de alcanzar un público más numeroso del que tenían tradicionalmente las revistas literarias.
Paz sabía que la independencia y la pluralidad implicaban riesgos en una sociedad tan vertical, manipulable y manipulada como la mexicana. Y sabía también que había que defenderlas ejerciéndolas. Plural fue necesaria para el país —por sí sola elevó la calidad de la cultura mexicana varios grados en esos primeros años setenta—. Qué sería de nuestra cultura sin los textos que tradujo, sin los autores que dio a conocer, sin las nuevas maneras de ver la literatura, sin el tejido que propuso entre distintas geografías de la lengua.
A partir de su número tres, la revista empieza a publicar la sección “Letras, letrillas, letrones”, de comentarios breves y noticias, sin firma, con cierto humor, sobre la vida cultural. En números subsecuentes incorpora a autores más jóvenes, como Gustavo Sainz, y establece una cierta articulación con el suplemento cultural del diario que la cobija, Diorama de la Cultura, dirigido por Ignacio Solares. Al terminar el primer año el balance es espectacular.
Otra cosa que llama la atención en los primeros números de Plural es que participan pocas mujeres —salvo Elena Poniatowska, no hay colaboradoras frecuentes— y aunque luego se incorporarán Ulalume González de León, Esther Seligson y Julieta Campos, su condición siempre será minoritaria. No había ocurrido la gran explosión de escritoras y artistas que hubo más tarde, pero no deja de extrañar que Josefina Vicens, Guadalupe Dueñas, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, María Luisa Mendoza e Inés Arredondo no estuvieran más presentes.
Una de las tareas de una revista es, sin duda, conformar un contexto en el que la obra de los autores pueda leerse adecuadamente. No es raro que las brillantes colaboraciones de Levi-Strauss complementaran la tarea de exégesis que Paz hacía por aquella época del pensador francés o que apareciera un extenso y hoy ya clásico ensayo de Roman Jakobson sobre Pessoa. En pocos casos, como en el de Octavio Paz, puede decirse que la obra editorial forme parte de la obra creativa.
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Para el segundo año la revista consolida su visión con colaboradores como Tomás Segovia, Emir Rodríguez Monegal, Damián Bayón, el propio Paz —con la sección “Corriente alterna”— y la continua labor de traducción.
Puede decirse que revistas como Plural tienen una influencia muy visible e inmediata en la cultura de un país, pero que también tienen otra más secreta, en cierta forma subterránea, que resulta igual de importante. Por ejemplo, frente a la celebrada, abundante e internacionalizada figura de José Emilio Pacheco, “la fama subterránea” de un poeta minoritario como Gerardo Deniz es un factor de contrapeso y equilibrio, que en buena medida debemos a Plural. Igual pasó con la narrativa. En un momento en que todo era boom y realismo mágico, dio espacio a relatos de muy distinta intención y factura.
Otro elemento importante: el factor hispanoamericano. Plural fue una de las últimas revistas que intentó con éxito la circulación de nuevas propuestas entre los países de habla española (véase, por ejemplo, el número 24, dedicado a la literatura española). Paz había manifestado en varias ocasiones la necesidad de reconstruir la lengua como patria y reconectar a España con Latinoamérica, contacto interrumpido casi en su totalidad después de la guerra civil de 1936 y la dictadura de Franco.
En el número 20 se incluye un dossier sobre la nueva literatura mexicana, que va de José Agustín, cuyo debut literario había ocurrido diez años antes, hasta el muy joven José Joaquín Blanco. Vale la pena detenerse en el número. La selección es más que afortunada. Incluye a Carlos Montemayor, Esther Seligson, Carlos Isla, Raúl Garduño, Alejandro Aura, Ulises Carrión y Joaquín Xirau Icaza, y, salvo los dos últimos —muertos muy jóvenes—, con abundante obra pero diferente destino editorial. Los dos primeros, por ejemplo, bien publicados por el FCE. De Carlos Isla, en cambio, no hay una poesía reunida.
El número incluye a varios narradores de la Onda o cercanos a ella —Juan Tovar, Gustavo Sainz, Ignacio Solares, Roberto Páramo— y a otros de clara línea arreolana, como Hugo Hiriart o Jorge Arturo Ojeda. La mayoría de ellos fueron publicados en Mester. La imagen retrospectiva del número, más allá de los avatares posteriores de cada quien, es muy representativa de la época. Digno de elogio es que además muchos de ellos no representaban la estética imperante en la revista.
Importa señalar que a partir del primer número del segundo año —el 13— Tomás Segovia ya no aparece como jefe de redacción sino Kasuya Sakai, apoyado por Ignacio Solares, que funge como redactor. Segovia seguirá colaborando abundantemente como autor y traductor. Y para el 24, número del segundo aniversario, la revista cuenta ya con casi el doble de páginas respecto a su primer número (68, contando anuncios). En una entrevista aparecida en Excélsior un par de meses antes, Paz señalaba que la revista estaba abierta a los jóvenes. Sin embargo, el núcleo duro se había conformado en la práctica. Además de Segovia y Sakai, lo formaban Elizondo, José de la Colina, que también había asumido la jefatura de redacción, García Ponce, Alejandro Rossi y Gabriel Zaid. Fueron los que lo constituyeron formalmente cuando apareció el consejo de redacción en el número 42.
Lamentablemente, Plural no tuvo verdaderos interlocutores: éstos, más que discutir sus propuestas, buscaban ningunearlas —una estrategia que Paz ya había descrito—. Hubo poca polémica y muchas descalificaciones. Es sabido que tras el golpe a Excélsior en 1976, que originó la salida de Julio Scherer y buena parte de su equipo, la revista fue utilizada para descalificar a Paz. No existían publicaciones con las cuales dialogara —el Diorama de la cultura o la revista Diálogos estaban demasiado cerca— y las consecuencias del 68 (y del jueves de Corpus en 1971) hicieron que la izquierda tradicional se dogmatizara y simplificara aún más sus argumentos. Esto tuvo graves consecuencias. Sólo el suplemento La cultura en México de la revista Siempre! mantuvo una posición polémica.
Hasta entonces, en general, las revistas literarias o culturales mexicanas habían servido para difundir, entre unos pocos, la obra de quienes las hacían. El sentido era crear una comunidad, y esa fue la virtud de Contemporáneos, Taller, El hijo pródigo e incluso la Revista Mexicana de Literatura. Si conseguían llegar más allá de esa “inmensa minoría”, para usar la expresión de Juan Ramón Jiménez, dependía más de los tiempos que de la calidad misma. Dicho de otra manera: Contemporáneos era tan buena en 1930 como en 1980, pero en esos cincuenta años había pasado de ser una curiosidad a ser un clásico. Plural, en cambio, nació como un clásico; se dirigía no a una comunidad sino a un público, aspiraba no sólo a crear obras duraderas sino a influir en su entorno inmediato (Diálogos lo planteó un poco antes; por eso pienso que la revista de Ramón Xirau fue la primera publicación moderna del siglo XX). Este proceso es natural y hasta deseable en la evolución de una sociedad. No está, sin embargo, exento de peligros. Contemporáneos quería dar a conocer una literatura, una idea de la creación y sus resultados concretos, y nada más. Plural, en ese mismo intento, descubrió al monstruo: hacer una buena revista daba adicionalmente poder. Primero desconocía al príncipe (se ignoraban mutuamente), después se daba a conocer ante sus ojos y en una tercera etapa se ponía a su lado. No creo que esto pudiera evitarse. Los muralistas y los novelistas de la Revolución ya lo habían hecho años antes.
El descubrimiento de ese poder fue paulatino y se concretó justamente con la desaparición de la revista que, mientras tanto, hizo todo lo posible para que ese peligro no devorara lo mejor de sí misma. Pongo un ejemplo. Frente a los textos de historiadores, sociólogos y especialistas en política —como Cosío Villegas o Rafael Segovia— se incluían también textos de unos muy jóvenes Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís. Ya conocemos el destino político de ambos. Los independientes eran los viejos; los jóvenes, más que el futuro, eran el presente del PRI. Paz, no hay duda, tenía buen ojo. Evidentemente, Plural respondía al 68: lo personal (la creación) es político, lo político es personal.
La literatura más específicamente “literaria” (perdón por el pleonasmo) tuvo menos presencia pública. Muchos de los poetas que allí aparecieron nunca fueron editados en libro, o debieron esperar para más tarde. Fue una lástima y es algo que no acabo de entender, incluso si se esgrimen las razones de una ofer- ta y demanda cultural que se autorregula, y que da por un hecho que quien quiera leer a escritores casi secretos tendrá que aprender el idioma en que escriben, pues no es rentable traducirlos y editarlos.
En ese camino vuelvo a insistir en los extraordinarios suplementos incluidos en la revista, y, a partir del número 29, por partida doble: uno de artes plásticas y otro de literatura. Estos últimos son un verdadero tesoro para el lector; lástima que nadie se haya animado a agruparlos en forma de libros. Cito algunos de mis preferidos: los de Cummings, Ramón Gómez de la Serna, Rene Char, Lewis Carroll, Picasso, Mallarmé. Ojalá que para celebrar los 40 años de la aparición de Plural se hiciera una edición digital de la revista, pues muchos de los actuales lectores no la conocieron y ni en las librerías de viejo más exigentes ni a la venta en la red se consiguen ejemplares.
Lo normal es que con la aparición de Plural hubiera otras revistas, ya existentes o nuevas, que elevaran la calidad promedio. Eso no ocurrió. Las razones hay que buscarlas por debajo de la superficie, en la dolorosa inercia que provocó el 68 y en la desconfianza reinante en que eso que se hacía en Plural no fuera un espejismo o, peor aún, un señuelo. El gesto creador de Paz y su grupo, no sólo en lo personal sino en lo colectivo, social y civil, defendió un espacio de reflexión que, a pesar de su condición de David ante el Estado Goliat, supo imponerse incluso ante las tentaciones radicales de los jóvenes y el vacío lenguaje de izquierda de los licenciados en el poder. Ya se sabe que la cólera de los regímenes autoritarios la puede provocar más una revista con apenas algunos miles de lectores que un canal de televisión con millones de audiencia. Es lógico: al segundo le cortan la luz o lo bombardean; a la primera, no saben qué decirle, no la entienden.
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