lunes, 31 de octubre de 2011

Biblioteca de Alí Chumacero

31/Octubre/2011
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

El espíritu de Alí Chumacero habita cada rincón de la casa en la que vivió 45 años; allí permanece su esencia en los más de 40 mil libros que atesoró durante casi ocho décadas; sus huellas están en la máquina Remington, donde escribió, seguramente, Páramo de sueños, Palabras en reposo e Imágenes desterradas; también en la pequeña pero emblemática cantina que aún permanece dispuesta.

A un año de su muerte, ocurrida el 22 de octubre, víctima de neumonía, la biblioteca del poeta, editor, redactor y corrector sigue en su lugar, conviviendo con óleos, dibujos, grabados y esculturas de artistas como Joan Miró, Juan Soriano, Rufino Tamayo, Carlos Mérida, José Chávez Morado, David Alfaro Siqueiros y Luis Ortiz Monasterio.

Luis Chumacero, uno de los cinco hijos y herederos del poeta nayarita, el que heredó su pasión de bibliófilo -posee una biblioteca de unos 12 mil ejemplares- y que conoce como nadie ese reservorio de libros, habla con EL UNIVERSAL sobre las tertulias que había en casa, los festejos de cumpleaños de su padre, los amigos que los visitaban y los orígenes de esta rica colección de libros.

“Esta biblioteca empieza a hacerse a finales de los años 20; las primeras lecturas de mi padre fueron los libros verdes que hizo Vasconcelos, Los Evangelios, Plotino, Platón, el Fausto, de Goethe, La Divina Comedia; luego mi padre se fue a vivir a Guadalajara, a donde lo mandó a estudiar mi abuelo, allí conoció a un maestro que le enseñó a acercarse a la literatura y empezó a hacer una biblioteca”, asegura el narrador.

El fondo bibliográfico del poeta que fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1964 y hasta su muerte, es rico en libros sobre culturas de la antigüedad, literatura, historia, antropología, psicoanálisis, ciencias sociales y espiritismo; destacan facsímiles de códices, obras sobre arte y escuelas artísticas de varias países.

Los 50 mil volúmenes -10 mil de ellos, revistas- han sido adquiridos por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) en 24 millones de pesos como parte de la política de adquisición de bibliotecas personales que han comenzado a instalar en la Biblioteca de México dentro del proyecto “La Ciudadela: Ciudad de libros”.

La biblioteca Alí Chumacero se sumará a los fondos bibliográficos José Luis Martínez (ya abierta), Antonio Castro Leal y Jaime García Terrés (ambas en proceso); mientras eso ocurre -la apertura está prevista para mediados de 2012- los libros aún están en la casa de la colonia San Miguel Chapultepec, como la dejó el poeta .

El paraíso está hecho de libros

Entrar allí, a la biblioteca que desbordó la casa de Chumacero y acaso respetó la cocina y el baño, es como estar dentro del alma del poeta, de sus gustos personales, de los libros que sus amigos le dedicaron, de sus anotaciones hechas al margen o en papelitos que sobresalen entre los libros. “En esta casa se hablaba de literatura, de política, de historia, de la situación del país y de América Latina”, señala Luis.

Andar por la biblioteca de Chumacero y cruzar de la cocina al comedor es casi como recuperar el andar literario del poeta que en una entrevista con Jorge Luis Espinosa, cuando tenía 85 años, dijo: “He escrito muy poco. No me arrepiento. Es mejor dejar una línea perdurable que un grupo de libros que se tiran al cesto de la basura. Quiero algún día hacer un poema que quede dentro del idioma, tan vivo, como cuando lo sentí al escribir. Algún día lo lograré. Todavía soy joven y soy fuerte. Todavía estoy luchando, leyendo muchos libros. Todavía estoy en el juego y estaré hasta el último momento”.

Con ese espíritu reunió más de 40 mil libros de las más diversas ciencias y que a decir de su hijo, quien asegura que la biblioteca está organizada de una manera sencilla, por países. “El primer libro que mi padre puso fue La Biblia, a partir de allí están los árabes, egipcios, sirios, parte de África; luego viene la parte mediterránea, los griegos con la Teogonía, de Hesíodo hasta los poetas del siglo XX. De ahí se brinca a la parte romana, desde sus inicios hasta lo más actual, Magris y Baricco”.

Luis conoce la biblioteca como ninguno de sus hermanos, conoce el orden que le dio su padre, la forma en que fue ocupando todas las habitaciones y fue tomando el jardín interior; de esa ampliación sólo queda un “viejo” árbol, una especie de laurel que en el nuevo espacio de la Biblioteca de México, diseñado por el arquitecto Jorge Calvillo, será símbolo del Fondo Bibliográfico Alí Chumacero.

Aunque es Luis el que habla de la biblioteca, rica en literatura europea, inglesa y francesa, con un buen número de libros de autores estadounidenses y con una amplísima colección de literatura mexicana, otros dos de sus hermanos: María y Alfonso -quien es el vivo retrato de Alí- también están en casa.

La pasión bibliófila

Su padre le enseñó a no sólo ver el libro “sino ver quién lo hizo, cómo se publicó, qué editorial, en qué año, el tiro del libro, si era una edición limitada o no; también me enseñó a ver la composición, ver cómo es la caja, si lleva medianiles o márgenes, el tipo de papel, la importancia que pudo tener el libro. Eso es lo que hace un bibliófilo y él lo era”.

Aunque la biblioteca de Alí Chumacero es muy rica en primeras ediciones, obras raras y ejemplares autografíados, el poeta tenía un apartado con libros más queridos. Cuenta Luis que entre sus favoritos estaban dos ediciones del siglo XVIII de San Juan de la Cruz, una de 1703 y otra posterior; algunos libros de Quevedo del siglo XVIII, obras de Guillermo Prieto y algo de la Linterna Mágica de José Tomás de Cuéllar.

“Tenía una primera edición de Altazor de Huidobro, algunas cosas de Neruda, pero sobre todo muchas de México, admiraba mucho a Azuela y entonces tenía ediciones raras de Azuela y de Martín Luis Guzmán, primeras ediciones de Alfonso Reyes, de José Vasconcelos y Julio Torri, por su puesto de Amado Nervo, que era su poeta consentido”, dice el hijo del poeta.

“Mi padre inclusive sabía y recordaba muy bien los tiros de los libros, decía: ‘es una edición muy rara que se hizo en mil novecientos veintitantos, de tal autor y se hicieron 500 ejemplares’”.

Cada puerta que abre Luis Chumacero o cada librero del que saca un ejemplar -casi siempre encuadernado pues dice que su padre los mandaba encuadernar para darle “chamba” a esos oficiantes- es otro pedazo del mundo que descubre de Alí Chumacero, ese bibliófilo que armó su biblioteca en las librerías de uso, mal llamadas de viejo.

Buena parte del fondo bibliográfico del editor y corrector es sobre literatura mexicana, desde los escritores del grupo de Contemporáneos, la generación de Taller, Siglo XIX, primeras ediciones de Guillermo Prieto.

“Ahora que vine a poner un poco de orden me encontré la edición original del proceso a Maximiliano, que se publicó en 1906”, señala el profesor de la Escuela de Escritores de la Sogem.

El hijo que heredó la pasión bibliófila, busca en los libreros que llegan hasta el techo, quiere encontrar las joyas de su padre, mueve fotografías, como aquella en la que sus padres son anfitriones de Octavio y Marie Jo Paz o esa otra en la que está Alí en su casa, ya enfermo, acostado en una cama de hospital, rodeado por sus hijos y su biblioteca.

¿Cómo recordar al que fue amigo de Ricardo Martínez, Juan Soriano, José Clemente Orozco, Olga Costa, José Chávez Morado, José Luis Martínez, Andrés Henestrosa, Juan Gelman, Abel Quezada, Carlos Fuentes, Augusto Monterroso, Ramon Xirau, Jaime García Térres, Salvador Elizondo y Eduardo Lizalde, entre muchos más?

Tal vez como él quería: “Quiero que cuando me vaya con mi música a otra parte me recuerden como un hombre venido de un pueblecito pequeño llamado Acaponeta, de un estado pequeño llamado Nayarit, que llegó al Distrito Federal y dijo: ‘Señores, yo también soy un humano capaz de dejar sobre la conciencia de los mexicanos un sentimiento, un reflejo de lo que es la vida”.

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