jueves, 2 de junio de 2011

Arte del naufragio

Junio/2011
Nexos
Luis Miguel Aguilar

1. Extraño, injusto destino poético el de José Joaquín Blanco.
2. Cuando un jueves 26 de mayo de 1976 el suplemento La cultura en México de la revista Siempre! publicó su texto “El espacio poético de los setentas: Del ‘Paraíso profanado’ a las ‘Pinches piedras’ ”, que un año después cerraría la primera edición de su libro Crónica de la poesía mexicana, aquello fue de tal modo un hito que el nombre de Blanco en relación con la poesía quedó atado para siempre a ella en términos o en funciones de crítico y nunca de “creador”.
3. El cantinero y nunca el borracho, el que llevaba el score y nunca el que pegaba jonrones.
4. El hecho es que ese mismo año de 1976 José Joaquín Blanco publicó dos libros de poemas: Poesía ligera y La ciudad tan personal; desde entonces Blanco manejó el género con precocidad y maestría, y desde entonces se le ha regateado un lugar en la ciudad o en la Central de poetas mexicanos.
5. Él, que como crítico repartió juego y naipes a muchos que llevaban tiempo escribiendo y a otros que empezaron a escribir o a publicar en aquellos años, no recibió juego como poeta.
6. Mejor dicho: no hubo ni habrá un José Joaquín Blanco que haga por José Joaquín Blanco lo que José Joaquín Blanco hizo por otros.
7. Nadie, quiero decir, a la altura de su talento crítico.
8. A esto se añade, claro, el lugar que Blanco se fue abriendo en la literatura mexicana al incurrir en otros géneros o al lograr cosas memorables en todas y cada una de sus eruditas poligrafías combatientes.
9. Como quien le dijera: “no pretendas, además, ser poeta” ya que eres el ensayista omnímodo, el mago de la crónica cotidiana, el artista de la historia literaria, el gran ensayista biográfico (Se llamaba Vasconcelos), incluso el exitoso novelista de Las púberes canéforas.
10. Si ya eres el poeta de la prosa, no hagas un movimiento en contrario y quieras venir a prosificar la poesía; lo tuyo no es la rosa sino el discurrimiento sobre nuestra rosa.
11. Al cabo de los años me queda claro que la obra poética de José Joaquín Blanco logró algo singular y peculiarísimo en la poesía mexicana; en la última parte de aquel ensayo mencionado de 1976, “Nueva poesía de los jóvenes en México”, Blanco apuntaba como algo imposible “predecir a dónde vaya la poesía mexicana próxima”.
12. Blanco acudía a “los dos polos de la poesía moderna”, establecidos por W.H. Auden, para una imagen final:

Como la mental Alicia o el barbaján de Tom Sawyer, la poesía mexicana se ha escapado afortunadamente de casa y lo menos que puede pedírsele es que no resulte hija pródiga, que no repita logros ni errores ya hechos. En los jóvenes la poesía mexicana vuelve a tener futuro incierto, espacio de aventura, riesgos nuevos: vuelve a ser libre, esto es: acertará en sus propios aciertos y se equivocará en sus propios errores.

13. Pues bien, con la noticia de que los poemas de José Joaquín Blanco no sólo se cumplieron cabalmente al ir habitando o colonizando ese futuro incierto y hacerlo siempre “fuera de casa”, sino que lo confeccionaron en un difícil meandro o una impensable conjunción de polos: no son Alicia o Tom Sawyer sino Alicia y Tom Sawyer, a veces alternos como en los mentalísimos “Poema del caracol” y “Tema de la oreja”, o los barbajanezcos “Canción de ligue” o “Nocturno bar, nocturnas coristas”, sino que varios de sus poemas son como Tom Sawyers prosados por Alicia (“Brindis de medianoche”), y varias de sus Alicias son poemas libérrimos, llenos de riesgo y escritos en la balsa transgresora del río nocturno (“Azoteas”).
14. A las sawyerescas noches en blanco de Blanco debe la poesía en México algunas de sus mejores mañanas de Alicia.
15. En esta conjunción es notable la cantidad de tonos y registros que tienen los poemas de Blanco.
16. Con pareja fortuna Blanco ha frecuentado la canción y el soneto, el verso blanco y la rima, y el verso libre; la balada y el haikú tabladesco, la lira y el poema en prosa, la estrofa ceñida y el flujo desatado, el epigrama y el poema de exploración demorada; el poema único, “diamante” de su propia forma, y el centón y el pastiche.
17. La expresión coloquial en varios disfrutables momentos de Poesía ligera, La ciudad tan personal y La siesta en el parque; la expresión alta, el tono mayor en Elegías y Garañón de la luna.
18. Blanco siempre “trova” bien, ya sea que trove ligero u “oscuro”.
19. Ha sabido vivir toda la experiencia de la poesía sin resistirse a ninguno de sus llamados o/y sin sujetarse sólo a uno de ellos.
20. Y todas las veces va por delante una muy agradecible (y no muy encontrable en otros poetas mexicanos) corrección poética, ya sea en poemas de asunto “afín” a tal corrección como en el soneto “Arcadia”, o en poemas de asunto al parecer reacio a vehicularse mediante esa misma corrección —materiales juguetones extraídos de correrías nocturnas— como en “Muchos borrachos divagan ante estatuas de ángeles”.
21. Por la variedad de la poesía de Blanco hablan también algunos temas persistentes que reciben trasvases distintos a lo largo de su obra.
22. Pienso por ejemplo en ese “andar consigo mismo cual matrimonio mal avenido”, que Blanco trata en clave risueña lo mismo en el poema que contiene ese verso, “El juez intenta disuadir a los divorciantes”, que en “Comenzar el día” o “Buenas noches”, pero que uno de los momentos superiores en la poesía de Blanco —y de la poesía mexicana publicada en el siglo XX—, “Elegía de San Ángel”, trata en clave de quiebra e intensidad desgarrada.
23. Lo mismo puede decirse de las revoloteantes crónicas urbanas de Poesía ligera y La siesta en el parque, que al volverse crónica interior —o ciudad interiorizada, ciudad-espejo de un estado de ánimo—, en la “Tercera elegía” pasan de las trompicaciones festivas previas a la sequedad brutal del amargor, que diría Darío, y el desapego.
24. Y lo mismo con las etéreas y divertidas escenas de ligue y “arponeos de ángeles” que adquieren en cambio una densidad casi física, una irrenunciable seriedad moral en la “Décima elegía”, por cierto correlato poético de aquel gran personal essay de Blanco, “Ojos que da pánico soñar”, cuyo verso de T.S. Eliot, Eyes I dare not meet in dreams, tiende también un puente con la “Elegía de San Ángel” al abrir el poema.
25. Hubo un movimiento parecido con las lunas ocurrentes, dicharacheras, burlonas que aparecen en los primeros libros de Blanco (incluso con juegos tipográficos como aquel poema —“Night Show”— en que vemos a la luna JUDY GARLAND rodeada por estrellas-asteriscos), y las lunas inquietantes en todas sus derivas, ya sean feroces o castigadas, o ciegas o cristalinas; digo las lunas en maceramiento y metamorfosis perpetuos de Garañón de la luna.
26. Aquí vemos a Blanco en uso pleno de otros recursos, con toda la paleta prosódica en la mano, en la línea de la poesía moderna cultísima.
27. Garañón de la luna es todo un festín de metáforas y sinestesias (“luna, punta de fuego, perro en tempestad, luz dura”, “gritos alados allá dentro”, “musculados resplandores”, “como la luna que cruje en un lecho de despojos”, “minutero líquido”, “oh tempestad, teoría de yodo”, “equívoca estrella chorreada porque sí”; incluso la sinestesia ¡involucrando a uno de los sentidos!: “el tacto suena”), aliteraciones (“estrella en trance”, “descalzo danza el delirio”, “desmelenadas sirenas se destrenzan”, “danzan en círculo contra el cristal del acuario”, “y el pecho de un azul de pez/se transparenta”), paronomasias (“luna ácida, ósea”), anáforas (“Ya son águilas y jaguares rabiosos. Ya son más toros que los océanos fermentados”) y anadiplosis dentro de la anáfora (“Ya son fieras de fieras veinte fieras apareándose”), apóstrofes (“Sebastián entre las redes, cómo te flechan”, “Amanece el día en tus ojos líquidos, verde mar que despierta”), hipálages (“la sangre mar, insomne en los dormidos”, “en esta tubería de ciudad mar”, “brujas crustáceas de la luna”, “sirena sardina”, “manos siluetas”, “lirios peces debatiéndose”, “ángeles nervaduras”), y aliteraciones con hipálage (“ecos vísceras del vahído”, “mordeduras óxido en manzanas”).
28. Garañón de la luna: es como si ya en madurez Blanco hubiera vuelto al camino olvidado de sus primeros poemas, anteriores incluso a Poesía ligera y La ciudad tan personal, fijos en su temprana devoción de un poeta como Xavier Villaurrutia.
29. Y en efecto, no en las Elegías, tampoco en otro poema anterior de Blanco como “Nocturno constante”, sino en el poema “Lectura de Villaurrutia” hay el antecedente más cercano a las atmósferas y giros de Garañón de la luna.
30. A veces de un modo casi literal: “en mi garganta la dura estalactita”, dice —1982— en el primer poema; “garras en mi helada garganta”, dice —1995— en “Negaciones”.
31. Se diría que en Garañón de la luna hay varias (otras) “Lecturas de Villaurrutia”.
32. Ya no es así, incluso ocurre al revés: ya no es Villaurrutia en Blanco sino Blanco en Villaurrutia; mediante la intercesión de una luna sómnica, o mediúmnica, ahora Villaurrutia lo está leyendo a él; un Villaurrutia que por ejemplo habría aprobado con fervor y azoro, queriéndolo para sí, para uno de sus “Nocturnos”, este avatar del personaje Endimión (mortal Endymion, darling of the moon, le dijo una autora favorita de Blanco, Edna St. Vincent Millay) tal y como lo concibe el poema de Blanco “Cristal de luna”.
33. Cito un pasaje y resalto por lo demás su musicalidad; pasaje lleno de sonidos que confluyen en y se disparan de las consonantes y vocales que tiene la palabra Endimión.
34. (Añado que en su conjunto Garañón de la luna no es sólo un libro de alta imaginería sino uno surcado de imantadoras sonoridades):

Almendra de ti mismo en todos tus
[mandalas
(eres, Endimión, todos los ríos),
todo aromas úricos, todo muertes y
[procreaciones,
Endimión, desatadas en ti las divinidades
[del sueño,
azarosas y gesticulantes, desmelenados
[en ti todos los riesgos,
calle del crimen, aullidos de cristal en
[la garganta,
diamante del pánico, diamante del orgasmo.

35. Tengo especial debilidad por una zona, vale decir un ramillete de poemas, en la obra de José Joaquín Blanco.
36. Hablan también por la manera en que Blanco no hace distingos entre vivir la vida y vivir la literatura.
37. No son sólo o no son exactamente “máscaras” ni homenajes, aunque a su modo también lo sean; preferiría llamarlos encarnaciones: un momento de especial intensidad asumida o aislada por Blanco en la lectura de otros autores, encarna efectivamente en la voz poética de Blanco. Me refiero a la “Canción de André Gide”, la “Canción de Ezra Pound”, la “Canción de Cesare Pavese”; siempre he pensado o sentido que el hermoso poema de Blanco “Edmund Wilson en la tumba de Edna St. Vincent Millay” sería también una de estas canciones, y que otro de los mejores poemas de Blanco, “Canción de Natanael”, podría leerse como “Canción de André Gide, II”.
38. Cito, sin embargo, la primera. Sé que Blanco la ha modificado o escanciado de modo distinto al paso de sucesivas ediciones de sus poemas; quisiera citarla tal y como la leí por primera vez en libro, Poesía ligera (Ediciones El Mendrugo, 1976):

Cuando hayas abandonado tu casa
que no te encierren en las suyas los demás.
Encontrarás gente que busca ser tu padre,
tu madre, tu hijo, tu amante, tu hermano,
[tu perro servil.
Que no te encierren en sus casas los demás.

Y si constatas que afuera todo es el lugar
[de los demás,
vuelve a tu casa: habrá fiestas.

Pero acaso logres ser tú el hogar de los
[demás.
Su madre, su padre, su hijo, su amante, su
[hermano, su perro servil.
Y cada cual se instale en tu espacio
como en el hogar único y recobrado.

39. Confieso que no supe si extrañar o no, cuando Blanco hizo un “corte de caja” en sus Poemas y elegías (2000), el hecho de que no incluyera sus traducciones, o versiones, o yo les diría sus “puestas en Blanco”, de varios poetas extranjeros.
40. No supe si sí, cuando pensé que perdíamos en una nueva edición esas traducciones, que al menos debieron figurar como una cuarta parte de las tres que componen Poemas y elegías.
41. No supe si no, cuando pensé que quizá algún día todas las traducciones poéticas de Blanco deberán tener casa propia.
42. Una casa que será como la misma poesía de Blanco: plebeya y catrina.
43. Una casa que incluirá dos obras maestras de la traducción en la lengua española: Elegías romanas de Goethe y Elegías del Duino de Rilke.
44. Y también incluirá cosas memorables de “poetas menores” o “plebeyos” frente a Goethe y Rilke, como la mencionada Edna St. Vincent Millay, y como Dorothy Parker.
45. Cuando dije no saber si sí o si no fue también por recordar que en sus Poemas escogidos (1984) Blanco había incluido varias de esas traducciones, lo cual hizo también en el previo La siesta en el parque (1982); pero era como si al no incluirlas después como poemas suyos, o al no incluirlos simplemente en Poemas y elegías, fueran a perderse.
46. Maravillas como estas (cito sólo dos) tankas de Tachibana Akemi:

Qué hermoso placer
Cuando saco unas hojas,
Tomo mi pluma
Y escribo mucho mejor
De lo que podría haber previsto.

Qué hermoso placer
Cuando sin ayuda
Puedo comprender
El sentido de un texto
Al que se juzga dificilísimo.

47. Y Poemas escogidos fue también un modo en que siguiera editándose un poema de Dorothy Parker que en la versión de Blanco fue un hit, y que de cualquier modo no se perdería en el presente inmediato porque muchos, en cuanto lo leímos, lo arrebatamos para la memoria:

En la juventud, me esmeraba
Por agradar a mis amantes
Y cambiar —conforme cambiaba
De hombres— de gusto y semblante.

Pero ahora que sé lo que sé
Y que hago lo que me agrada,
Si no te gusto como soy, te
Me vas, mi amor, a la chingada.

48. En esos Poemas escogidos aparece también “Una canción de Auden”, que no se perdió en el camino de La siesta en el parque a Poemas escogidos.
49. Auden, de nuevo. Es tiempo de tender un arco al respecto, del Blanco joven al Blanco maduro.
50. En el portal de Poesía ligera, con su sofisticada y envidiable caligrafía, José Joaquín Blanco hacía esta advocación: “W. H. Auden sostiene que entre la media docena, más o menos, de cosas por las que todo hombre debe estar dispuesto hasta a dar la vida, el derecho al juego, a la frivolidad, no es el menos importante”.
51. Para el portal de sus Poemas y elegías, hay una (otra) advocación de W. H. Auden, ahora en forma de “Canción de W. H. Auden”, un formidable poema de madurez, que da en dar: todos los Auden, un Blanco.
52. Como en las otras “Canciones de…”, Blanco toma —ya lo mencionamos— un pasaje intensamente leído, o vivido, en otros para hacerlo suyo.
53. “Este risco es el edén. Naufraga aquí”…
54. …dicen en diversas maneras y combinación de oleajes las estrofas en sextetos (salvo la última, septeta, que concluye: “Olvida ya tus siete mares, naufrágate”) en un ritmo encantatorio y de gran poesía despejada.
55. Y me encanta ese portal que Blanco puso a Poemas y elegías no sólo por el acierto del poema tal cual, sino porque el Auden de las advocaciones, esta vez, rebasa al mismo Auden y va a dar al centro mismo de toda la literatura de José Joaquín Blanco: al final, y siempre, el naufragio.
56. El naufragio tal y como Blanco lo precisó desde joven en las obras de los jóvenes del grupo Contemporáneos; y entre ellos, por supuesto, el más alto listón que Blanco se impuso desde el principio: Xavier Villaurrutia.
57. Sí: el “náufrago incorregible” en el “mar revuelto”, sea Odiseo o Simbad, del que hablaba Villaurrutia (también en una variación de la divisa gideana “perderse para recobrarse”).
58. Bien visto, toda la obra de Blanco ha sido aquella “turbación cierta”, la del que rechaza “la angosta tabla de una salvación improbable” y asume “el magnífico espectáculo de un naufragio seguro en el que (uno) es al mismo tiempo la víctima y el espectador dichoso”; su poesía, simbáica y odiséica, es pródiga en naufragios: desde los naufragios chuscos hasta los elegiacos, desde el náufrago callejero hasta el náufrago metafísico (no podían faltar “lunas náufragas” en Garañón de la luna); desde el naufragio de y contra uno mismo, hasta el naufragio que te deposita absurda, inesperada pero irrepetiblemente en una Arcadia urbana.
59. Al cabo, todo en los contenidos poéticos de Blanco dice por un arte del naufragio; el arco que va de su Villaurrutia “náufrago incorregible” a su Auden “naufraga aquí”, es al fin un arco persistente, definitivo, secreto: va y viene con el nombre inconfundible, logrado, trabajado, único, de José Joaquín Blanco.
60. En aras y frecuencias del naufragio, y para un “corte de caja” sobre los cortes de caja que ha hecho la poesía de José Joaquín Blanco, me encantaría concluir con un juego similar a aquellos, culto-populares, que le encantaban a Lope de Vega (“pues en haberos mirado / supe ganarme y perderme”). Entonces, de la poesía de José Joaquín Blanco, si no es que de su obra entera o —lo mismo: ya que él no ha hecho distingos— de su vida toda, diríamos frente a su arte del naufragio:

No se dé por naufragado
Quien tan bien naufragar supo.

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