Milenio
La relación del periodismo con el patrimonio cultural parece evidente: toda la difusión posible, el reconocimiento público de un sitio, monumento, baile o receta de cocina pasan necesariamente por los medios, que juegan un papel determinante a este respecto. Sin embargo, los malos entendidos entre periodistas, expertos e instituciones dedicadas a la gestión de este legado no son pocos.
Hacía falta una primera aproximación entre estos actores para ir acercando vocabularios, tratamientos, objetivos y perspectivas que aunque formalmente se refieren a las mismas cosas no siempre adquieren en la práctica los mismos significados.
En todo caso, era ya obligado un encuentro en el que se tendieran puentes firmes entre todos los que de un modo u otro trabajan con la riqueza patrimonial de nuestros países. Un encuentro en el que intercambiaran experiencias, tropiezos y proyectos en torno de todo cuanto brinda y define la identidad cultural.
Pues bien, esa posibilidad ha quedado concretada en el Primer Seminario Iberoamericano de Periodismo y Patrimonio celebrado en Palenque, Chiapas, a lo largo de la semana que ahora concluye. Los participantes, convocados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, representantes de probadas instituciones y de influyentes medios de comunicación de América Latina y España, son sin duda sujetos fundamentales de ese humanismo que dibujó tan finamente Darío Restrepo en su magistral intervención acerca de la ética y el patrimonio: “Hay un humanismo que está en marcha, en tanto que permite mostrar valores que no se percibían”, es decir, “hace un descubrimiento del hombre”. Porque es claro que el puro patrimonio físico, nuestros monolitos, pirámides y edificios coloniales perderían todo su valor sin la dimensión de lo intangible que Restrepo pusiera de relieve en su brillante intervención.
Ahora bien, la atención mediática hacia todas las expresiones del patrimonio (tangibles e intangibles) es encauzada básicamente a través del periodismo cultural. Y éste, como he apuntado en otras oportunidades, no goza de cabal salud en tanto se ha venido empequeñeciendo no sólo en espacio sino también cualitativamente. Se hace menos en menos espacio. A las secciones culturales se las renombra para conjugarlas con notas claramente de sociales, tendencias o espectáculos, todo eso en supuesto beneficio del lector.
En medio de ese panorama, la deseable especialización del periodista cultural que atiende los temas del patrimonio encuentra diversos obstáculos. El más importante proviene de las mismas empresas que los emplean, las cuales se van inscribiendo cada vez más en la dinámica donde un reportero hace eventualmente de todo, más allá de las fuentes y las formaciones adquiridas. Pero no menos importante es que el patrimonio como objeto de estudio exige de por sí (tan solo para su difusión) un elevado nivel de comprensión histórica y, en general, humanística, no siempre al alcance del informador que apenas se inicia profesionalmente.
Los vicios y virtudes del periodismo cultural que aborda el patrimonio, son esencialmente los mismos del periodismo en cualquiera de sus facetas. Casos como los de Teotihuacan cuando se intentó instalar un sistema de iluminación que dañaba a la Pirámide del Sol (esto es, al recubrimiento de la misma montado en el porfiriato), ilustran perfectamente la ignorancia alarmista con que reaccionan algunos medios frente a casi cualquier reforma o restauración de los sitios y monumentos históricos (incluida la del Palacio de Bellas Artes).
Y de otra parte, es obvio que sin las voces de alerta que se producen desde los medios sobre el daño o riesgo que viven diversos sitios y monumentos, algunos de éstos no seguirían en pie. Ese es el sentido más positivo que cobra la correcta valoración de la información, la cercanía con los expertos y el responsable cuestionamiento que podemos hacer a las instituciones desde los medios.
Para un país como México, con su enorme riqueza patrimonial, estos temas son de la mayor importancia, porque tienen que ver con cómo nos informamos y, al hacerlo, cómo nos apropiamos colectivamente de un bien patrimonial, y en qué grado nos identificamos con la riqueza de nuestro pasado.
El reto del periodismo abocado a esta tarea es, pues, enorme. Valorar constantemente los hechos, contrastarlos con todas las fuentes a nuestro alcance y esmerarnos en su presentación, clara y precisa, es lo menos que podemos hacer para estar a la altura del grandioso patrimonio que poseemos.
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