domingo, 24 de abril de 2011

La narrativa mexicana: entre la violencia y el narcotráfico

24/Abril/2011
Jornada Semanal
Gerardo Bustamante Bermúdez

A finales de la década de los noventa del siglo xx, el canon literario hispanoamericano comenzó a ocuparte del tema de la violencia de forma más o menos permanente. Colombia fue el punto de referencia, sobre todo por el período de guerra civil que llevó al gobierno y a las farc a constantes enfrentamientos que impulsaron las oleadas de migración cuando la crisis económica y la violencia resultaban insostenibles. Obras como La virgen de los sicarios (1993), de Fernando Vallejo; Noticia de un secuestro (1996), de Gabriel García Márquez; El ángel descuidado (1997), de Laura Restrepo; Rosario Tijeras (2000), de Jorge Franco o Sin tetas no hay paraíso (2005), de Gustavo Bolívar Morero, son textos que más allá de su diversa calidad literaria revelaban un momento caótico sobre la violencia extrema en Colombia. La literatura se convierte en documento literario que ambienta un contexto social e inaugura una polémica sobre la ficción postmoderna en donde se discute la relación finisecular entre ficción pura y recreación ficticia de una realidad.

El tema de los secuestros, el narcotráfico y los asesinatos seriales a partir del año 2000, encuentran ahora, dentro de la narrativa mexicana, principalmente la que se escribe en el territorio norte, un espacio frecuente. Esta constante dentro de la narrativa nacional, cuestiona, al menos en la lectura de un corpus más o menos homogéneo, los contextos que desde hace una década se han agudizado en México: desempleo, feminicidios, narcotráfico, migración y violencia. Por lo tanto, lo que antes se consideraba como “novela policíaca o novela negra, ha sufrido ciertas mutaciones y matices que es menester observar, toda vez que la realidad mexicana es ya sinónimo de un horror y una psicosis colectiva.

Parece que cada día los lectores mexicanos de narrativa hemos perdido la capacidad de asombro frente a las propuestas narrativas que ofrecen los escritores nacionales. Los temas que atraviesan de forma permanente la ficción mexicana tienen en La reina del sur (2002), del español Arturo Pérez Reverte, su géneris temática. A partir de lo recreado en esta novela se recurre a un replanteamiento de los contextos políticos y sociales recientes, pero ahora desde la ficción.

La estructura clásica de la narrativa policíaca mexicana se ha dedicado a explicar el tema del asesinato bajo una tradición literaria en donde, con frecuencia, el asesino actúa por consigna para salvaguardar los intereses de un grupo político o empresarial –en ocasiones una mezcla de ambos. Obras como El complot mongol (1969), de Rafael Bernal, o La cabeza de la hidra (1978), de Carlos Fuentes, lo atestiguan. En el panorama contemporáneo de la narrativa mexicana de temática policíaca, nombres como Jorge Ibargüengoitia, Edmundo Domínguez Aragonés, Juan José Rodríguez, Malú Huacuja, Paco Ignacio Taibo ii, Eugenio Aguirre, José Huerta, Juan Hernández Luna, David Toscano y una decena de autores consagrados, han aumentado la nómina de escritores que forjaron una tradición policíaca muy sólida en México.

Sin embargo, el tema y la estructura de la novela policíaca clásica se han asimilado y modernizado en México a partir de finales de los noventa y se ha sostenido durante la primera década del presente siglo. Los temas cotidianos de la corrupción política, el poder del narcotráfico, las violencia y los feminicidios son el leit motive que sostiene las narraciones con-temporáneas. La construcción narrativa expande el vocablo “asesino” y diversifica los matices. Ahora hablar de sicario, zeta, paramilitar, asesino a sueldo, resulta un sustantivo ordinario; la gama de personajes delictivos ha aumentado porque la cotidianidad así lo testifica.

Con Un asesino solitario (1999), Élmer Mendoza se posiciona como un renovador del género policíaco en México. Su novela da cuenta de la corrupción y el conflicto de intereses políticos que llevan al asesinato del candidato a la presidencia, Barrientos, (alusión evidente a Luis Donaldo Colosio). La hipótesis de la novela se sostiene a partir del complot y de finos recursos narrativos, como la parodia, la ironía y la intertextualidad, así como el reflejo y el diálogo con los contextos mexicanos que en el año de 1994 afianzan la crisis de las instituciones y la ulterior corrupción en la política y la economía nacional: el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, el levantamiento Zapatista como reacción a las políticas neoliberales, así como la firma del tlc y la colusión de algunos medios noticiosos con los intereses particulares de algún político. Con esta novela asistimos al nacimiento literario de la cultura de la violencia dentro de las letras mexicanas, que forma una tradición y renueva la poética de lo policíaco. Lo que destaca en la novela de Mendoza es la recreación de acontecimientos que, a fuerza de ser demagógicos por descarados, son una realidad (aunque se trate de una ficción), pues, por ejemplo, un personaje que se desempeña como policía está enrolado en la venta de droga y, para defender sus intereses, es necesario traicionar a su amigo sicario, pues hay que defender los intereses propios. En la novela se evidencia que el concepto “amistad” no existe dentro de la mafia, pues la traición se impone para sobrevivir. Esta novela será el inicio de una narrativa de la violencia que, en el caso del autor sinaloense, se prolonga en obras como El amante de Janis Joplin (2001), El efecto tequila (2004) y Cóbreselo caro (2005), textos que por su fecha de composición van refiriendo los contextos de la violencia, el poder y la corrupción política y empresarial que cada vez son más frecuentes en México, al grado de que la narrativa los recupera para recrearlos y, sin ser en ningún sentido un panfleto y documento sociológico, refieren correspondencias extratextuales e intersubjetivas que dialogan con otro tipo de discursos.

En 2002, Eduardo Antonio Parra se da a conocer como novelista con Nostalgia de la sombra. En esta obra se presenta a un protagonista, Ramiro Mendoza, quien se desempeña como gatillero a sueldo. La violencia y el ambiente del norte del país son desoladores; todos los escenarios recorridos por el protagonista se revelan entre un ambiente de rareza y precaución. El miedo es una constante entre los ciudadanos y los propios sicarios; todos desconfían de todos. Lo más trágico es que convertirse en sicario o gatillero a sueldo significa un trabajo como cualquier otro, a la vez que supone estar al lado del poder empresarial y delictivo –ya no el de las instituciones–, ya sea para protegerse o luchar contra él. En la novela de Parra, espacios como Tijuana, Monterrey, Sinaloa y el Río Bravo se advierten como lugares asfixiantes de peligro y disputa. En la obra hay constantes alusiones a la música de los narcocorridos, que son la épica a través de la cual se dan valor los que ingresan a la delincuencia, pues se cuentan sus hazañas, pasiones y traiciones. Ramiro conoce o se reencuentra con una serie de personajes que igual que él también están condenados. Él ha sido contratado para asesinar a una ejecutiva de bolsa; sin embargo, el protagonista no advierte que también está lleno de miedos y que no puede reconocerse a través de una apariencia física que se ha construido para no levantar sospechas. Ingresar al mundo de los gatilleros significa renunciar a una identidad, ser un sujeto clandestino en donde la ley predominante es la de la violencia, aunque sabe que puede sucumbir, pues el poder también significa traición.

En 2003, Jesús Alvarado publica la novela Bajo el disfraz, cuyo tema explícito es el narcotráfico y los medios a los que sus protagonistas recurren con el fin de seguir dominando el mercado de la droga; es el caso de Chuy Nazario, jefe del narco, quien recurre a la cirugía con el fin de tener otro rostro y seguir en el medio; la violencia y la persecución recaen en una figura antagónica: Sebastián Mendo, personaje perseguido por el crimen organizado.

Un año después, Rafael Ramírez Heredia publica La Mara, obra de gran factura literaria que muestra la tragedia de hombres y mujeres anónimos centroamericanos en su periplo por llegar a Estados Unidos. La novela se erige como la voz de las mujeres violadas, los hombres mutilados por el tren, los jóvenes robados, secuestrados y extorsionados por los mareros y los policías. La historia de esta novela se conecta con temas de la historiografía centroamericana del siglo xx, como la guerrilla centroamericana y las guerras civiles en Honduras y Guatemala, que dejaron cientos de niños huérfanos que al llegar a la edad adulta la única opción que tienen es la de en-rolarse en el crimen. Lo que el discurso de la novela afirma es la condición trágica de los mareros y su encono social, su estatus de parias criminales como forma de vida.

Pero la narrativa mexicana también se ha ocupado del tema de los migrantes mexicanos de manera frecuente. Una de las recientes novelas es Welcome coyote (2008) de Ulises Morales Ponce, mención en el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo. Si en algunos texto de autores como Juan Rulfo se sostiene el vocablo de “bracero”, que significa ir a Estados Unidos a trabajar de manera temporal en labores principalmente del campo, con el paso de las décadas esta condición se criminaliza y se habla de ilegal, lo que supone la construcción de un aparato de corrupción donde la presencia de los polleros enfatiza la tragedia de los que cruzan la frontera. En esta novela se narran las peripecias de Mariano, un campesino oaxaqueño que abandona a los suyos frente a la miseria familiar. Más que la historia de este hombre, la novela ambienta una tragedia colectiva en donde ya no existen límites entre el crimen y la dignidad por la vida de una persona a la que se le criminaliza por ilegal.

Con Al otro lado (2008), Heriberto Yépez se posiciona dentro de los narradores mexicanos contemporáneos por su destacada obra. En este caso, la novela refleja la concatenación de temas como la adicción de los jóvenes en Ciudad de Paso, el narcotráfico, la violencia y la migración. Aquí se revela la aparición de los llamados chiquinarcos, niños subsumidos por los cárteles para el tráfico de droga, así como malandros, cholos, matamorros y otras categorías juveniles; todos ellos habitantes de un mundo de cristal en donde el consumo de las drogas sintéticas los sume en la dependencia. La recreación literaria de un espacio hace que Ciudad de Paso sea un lugar de desterrados, asesinos; todos ellos son el resultado de la pobreza de su medio y el olvido de un país que los confina al crimen y los aniquila al olvidarlos.

La lista de obras esbozadas es muy breve y arbitraria por cuestiones de espacio. Los lectores, insisto, hemos perdido la capacidad de asombro que, paradójicamente, se revela en un corpus de obras cuya naturaleza se sustenta en un trabajo de elaboración ficcional que, dicho sea de paso, resulta un recurso en pugna con una realidad mexicana insostenible, producto de la negligencia y corrupción de los gobiernos. La narrativa ofrece esa visión trágica de un país sumido en la tragedia y cuyos responsables son la clase política y su deuda histórica con el pueblo. Cabe preguntarse, ¿cuál es la recepción de obras como éstas dentro del panorama internacional? El secuestro y masacre de setenta y dos migrantes centroamericanos en agosto pasado en Tamaulipas –más los hallados recientemente–, verifica la tragedia cotidiana, por eso revisar la narrativa mexicana reciente supone un ejercicio crítico y la posibilidad de repensar el valor de la dignidad y la vida misma más allá de las fronteras nacionales.

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