sábado, 26 de marzo de 2011

Escribir sobre esta catástrofe

26/Marzo/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

Hace unos días, Japón sufrió un potente terremoto, un tsunami avasallador y, de nuevo, la amenaza radioactiva. Esto nos hace preguntarnos como periodistas, historiadores o escritores: ¿es posible describir las catástrofes?

La prosa desarrolla lo lineal; el desastre, en cambio, lo destruye.

La prosa no puede describir lo desastroso. La prosa ordena. La catástrofe todo lo vuelve caos.

Y la poesía asemeja estructuralmente al desorden, la dispersión y el despedazamiento que producen los desastres y las guerras, pero si la poesía imita a la destrucción deja de narrar historia, la esencia de lo catastrófico: experiencia tremenda.

El desastre y la guerra son discontinuidad del orden normal pero continuidad de la fragmentación. Este doble cariz hace que ni la prosa ni la poesía puedan asemejárseles.

La escritura se declara impotente para describir siniestros.

Transcribo del ensayo “America’s Hiroshima, Hiroshima’s America” de P. Schwenger y J.W. Treat, incluido en el libro Asia/Pacific as space of cultural production, editado por Rob Wilson y Arif Dirlik:

“…el poeta Hara Tamiki, se preguntaba si el significado de la bomba atómica podía ser capturado por alguien cuya propia piel no hubiese sido quemada. Al afirmar que quienes no son hibakusha [sobrevivientes] permanecen por siempre externos a su experiencia, él situaba a Hiroshima más allá de una posible asimilación incluso a través de las herramientas culturales más avanzadas. La escritora Takenishi Hiroko especulaba sobre el potencial del lenguaje mismo después del 6 de agosto, cuando escribió: ‘¿Qué palabras podemos usar ahora? Y, ¿para qué fines? Y aun: ¿qué son las palabras?’”.

Algunas escrituras se desarticulan para parecerse a la catástrofe. Al hacerlo, mutilan, asimismo, la experiencia catastrófica.

Entonces, ¿se puede escribir la catástrofe? ¿O está la catástrofe condenada a no poder ser escrita?

Ante guerras y cataclismos, el periodismo se hace esta pregunta. La solución que suele adoptar en sus géneros escritos o audiovisuales es mostrar un pedazo de historia de sobrevivientes —mostrar ruinas—; dar voz al testimonio de aquellos que vivieron el desastre.

Mediante el testimonio-del-sobreviviente, la catástrofe se humaniza.

El testimonio-del-sobreviviente vuelve la catástrofe narrable. Pero al volverla narrable, al humanizarla, la catástrofe es reducida a microhistoria. Toma dimensión biográfica, pequeña; vuelve manejable aquello que es —hecatombe— gigantesca des-historia.

La catástrofe sobrepasa las capacidades de la escritura.

Parecería que la mejor representación de la catástrofe son las películas. Esto humilla a la escritura.

Sismo, maremoto, huracán e invasión también asolan al texto. La catástrofe hiere, descompone, hacen sucumbir a la escritura. El lenguaje no tiene la última palabra.

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