sábado, 5 de marzo de 2011

Así escribo (Pablo Soler Frost)

Marzo/2011
Nexos
Pablo Soler Frost

Preso en mi epidermis

Antes sí parecía que escribía. Atronaba las teclas de mis máquinas de escribir. Hoy me rodean pantallas de teclados silenciosos y operaciones invisibles. Y yo, como si fuera una poco agraciada secretaria de un organismo, las asedio de cosas y de piedras, como para recordar que hay algo más que la conexión. Los diccionarios siempre han sido una pasión en mi familia, y aquí están, como una muralla, desde el Seri-Inglés-Español publicado en Sonora hasta los distintos diccionarios oxonienses. Hay una Biblia y una concordancia manual de las Sagradas Escrituras. Hay piedras de Australia (pedazos de la estratosfera caídos al outback), Japón (piedrecillas negras de las playas de ceniza), Israel (una piedra del Monte de los Olivos), Inglaterra (gis de cerca del gran caballo o perro neolítico de Uffington), Alemania (de la cantera de Neanderthal), México (rosas del desierto y jade de la selva) y trozos de muralla de Derry, Quebec y Berlín. Están los mapas en la pared (Irlanda, las naciones primeras de Australia, Jerusalén dividido en sus cuatro cuarteles) y las fotografías familiares sobre un baúl rojo y viejo que no sé por qué me recuerda al terrible conde de Montecristo. Los lápices que me esmero en afilar, unas tachuelas en su caja colorida y una bandera mexicana. Una foto de don Salvador. Un Cristo antiguo. Hay espacio para un cenicero y una Coca-Cola (si bebo algo más fuerte, ya no escribo). La silla es cómoda, y perteneció a mi madre, quien solía pasar largas horas escribiendo, traduciendo, corrigiendo.

Alrededor de esta cámara hay cosas que me son y no me son propias: niños, perros, helicópteros, automóviles, radios, albañiles, choferes, vendedores de tamales oaxaqueños y de la oferta de las naranjas, y los árboles y el cielo. Y febrero loco y marzo otro poco y el año del conejo y México, las noticias y la salvación del mundo.
Todo parece estar listo. Quien viera el lugar obtendría la impresión tal vez de una labor concentrada, de un callado quehacer. Y sí, es un quehacer así, porque me cuesta mucho escribir. Lo hago, claro, pero sólo cuando ya no me queda de otra, sólo cuando todos los lápices están afilados y he terminado de ordenar hojas o de perseguir una palabra en un diccionario. Es decir, escribo cuando no hay otro remedio. Cuando la única cosa que me queda por hacer es justamente ésa, escribir. Escribo entonces desesperanzado, o inspirado, o cauteloso; no, mejor, escribo desesperanzadamente páginas que pueden ser o no páginas inspiradas, cercadas siempre por medidas cautelares (tal vez por eso casi nadie me lee).

Me explicaré, si es que puedo: la materia de mis escritos es por regla general la desesperación que implica estar preso en mi epidermis (Gorostiza), pero el dios que me tiene asido “aprieta, pero no ahoga”. Escribo sobre el mal y el daño. Pero lo escribo trenzando en las líneas torcidas otra cosa, que no sé que es, y que sólo puedo llamar inspiración, o conspiración: como recuerda Javier Sicilia, conspirar es respirar juntos. Y la inspiración es ese soplo que viene de un lugar y de una persona que no soy yo. Pero a estos dos elementos añado un tercero; como no quiero el daño, vuelvo romas las descripciones del horror y no me regodeo en ellas, como hacen los ingleses o los españoles.

Pienso en escritores olvidados. Bueno, no olvidados, tan sólo no leídos. Pienso en Pérez Galdós o en Tolstoi. No sé si sea cierto lo que voy a decir, pero me parece que cada vez que describían algo que no podía agradarles en cierto sentido lo depuraban en palabras que no pudieran servir de asidero para la delectación frente a las masacres, físicas o espirituales. Por ejemplo, el asesinato del padre Salmón en Un faccioso más y algunos frailes menos o las humillaciones de Ana Karenina, que son y no son comparables a las terribles humillaciones que ocurren en Los hermanos Karamazov. Tienen razón Berlin y Steiner: hay una línea que divide a los dos grandes rusos, y es una línea que puede servir para todos los demás escritores que en el mundo ha habido.

Pero claro, todos ellos son humildes maestros: yo, un engreído aprendiz. Debo trabajar más, o sea, escribir (bueno y leer algo que no sea google). Pero escribir así es muy difícil. No tengo ganas de rendir homenaje a los monstruos, ni pienso hacerlo. Quiero escribir Los demonios o Los poseídos sin que esa escritura me corroa el alma o corrompa a alguien más. Ese es el quid. Algo me falta. Pensaría: tengo el don, pero no tengo el toque.

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