El Universal
Los periódicos del siglo que subía el telón no quisieron perderse la aventura más arriesgada y cierta de esos años: la sucesión presidencial de 1910. Dos años antes, Porfirio Díaz le había confesado a James Creelman en una entrevista publicada en Pearson’s Magazine que no participaría en los comicios por la presidencia. Como suele pasar cuando las instituciones se derrumban, la sociedad le asignó a la prensa las funciones que deben cumplir los partidos políticos, los activistas, los fiscales, a esto llaman algunos prensa crítica y combativa. La euforia se adueño de las páginas opositoras, los aires del cambio transformaron incluso las redacciones menos comprometidas con el tañido de la campana que sonaba como un final de época.
Durante la larga paz porfiriana, Díaz recurrió muchas más veces a la intriga y al soborno que a la violencia para destruir diarios desafectos a su política. Pocas veces destruía imprentas y secuestraba ediciones, pero a partir de 1910, la vejez del dictador lo hizo cambiar de ideas. El año de 1893 abrió un pasaje definitivo en las relaciones entre el Estado y la prensa. En abril, el presidente mandó cerrar El demócrata porque en su folletón -la parte inferior del diario- se publicó un reportaje firmado por Heriberto Frías en el cual se contaba el trato que habían recibido los rebeldes de Tomóchic. Por cierto, se ha publicado una nueva edición de un estudio excepcional, único en su género, sobre este episodio que cuenta hasta la última fibra de este famoso caso, se trata de Los doblados de Tomochic de Antonio Saborit (Cal y Arena, 2010).
En ese tiempo, Díaz ordenó clausurar La Oposición. El clima político conoció días espesos; en 1901 la Confederación de Clubes Liberales formada en San Luis Potosí impulsó la publicación del semanario Regeneración que los hermanos Magón fundaron un año atrás. La prensa de oposición de principios de siglo tiene un trágico aire de desesperación y ansiedad. El primer hecho violento incita siempre a una secuencia de coacciones y excesos. Una vez decidido a barrer con sus opositores de papel y tinta, la mano se le soltó al general Díaz: en 1900, el Congreso de Clubes Liberales decidió reunirse en San Luis Potosí, pero nunca se reunieron, la persecución se los impidió. Además, sus órganos de difusión, El Porvenir y El Renacimiento fueron suprimidos, los redactores de Regeneración habían sido encarcelados. Por si fuera poco, Daniel Cabrera aceptó cerrar El Hijo del Ahuizote a cambio de la seguridad de sus colaboradores y la suya propia. Nuestros periodistas centenarios no podían saberlo, pero las distintas puertas de la libertad que se cerraban abrían el gran portón de la guerra civil.
En ese fuego ardieron los periodistas y escritores que se ganaban la vida en las páginas de La Libertad, El Partido Liberal, El Imparcial, El Diario del Hogar, El Combate o El Demócrata. La bohemia y el decadentismo fueron las lanzas que rompieron los prosistas jóvenes para ingresar con el corazón negro al siglo XX. Ellos son: José Juan Tablada, Bernardo Couto Castillo, Rubén M. Campos, Alberto Leduc, Francisco M. Olagulíbel, Jesús Urueta, Ciro B. Ceballos, Jesús E. Valenzuela, Amado Nervo, Luis G. Urbina. No deja de ser paradójico que esos periodistas crecidos bajo la sombra mítica de los relatos del triunfo de la República, de las huestes porfirianas entrando a la capital en los 70 del XIX, no deja digo de ser paradójico que presenciaran al advenimiento de la guerra de la que daban cuenta los diarios. En su momento, la mayoría de estos periodistas fueron antimaderistas y más tarde partidarios del golpe de Victoriano Huerta cuando no huertistas definitivos.
Eran muchos los periódicos que se publicaban y muy pocos los lectores. La sociedad porfiriana estaba lejos de la cultura escrita. Amado Nervo, uno de los periodistas más extraordinarios de fines de siglo XIX, no pudo resistir la tentación de definir a la prensa. En 1896 interrumpió el orden de sus crónicas, Fuegos fatuos, para escribir:
“Seamos más cautos en eso de escribir primores del periodismo. Será éste un arma valiosa para el que esgrimirla sabe, como podría serlo cualquier otra cosa; mas en lo general, hoy por hoy en este país, vale más ser corista del Principal que paladín de ideas que no digiera aún el pueblo, de principios que no entiende, de ideales que no columbra su pupila miope.”
Los periodistas centenarios consumaron en las páginas de los diarios en los cuales escribieron un prodigio infrecuente en nuestros modernos periódicos, ofrecer con el mejor lenguaje posible “una fotografía diaria de las cosas del mundo”. Ellos supieron, como decía Tomás Eloy Martínez, cuándo era más importante un gato en las escaleras de un palacio municipal que una crisis en los Balcanes y usaron sus asombrosas plumas pensando en el lector antes que en nadie. Como verán, no todo en el centenario de la Revolución es Villa y Zapata.
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