sábado, 16 de octubre de 2010

El reto de un oficio

16/Octubre/2010
Milenio
Ariel González Jiménez

El debate sobre el periodismo cultural está de vuelta. Su regreso no debe sorprendernos, puesto que cotidianamente lo echamos en falta y sobran las señales de que es indispensable, cuando no urgente, discutir las bases actuales en que descansa nuestro oficio y su horizonte probable.

Por eso debemos celebrar que las principales instancias culturales de la UNAM y del Gobierno del Distrito Federal hayan puesto la mesa para que en días pasados un conjunto heterogéneo de personas dedicado a la prensa cultural pudiera exponer su perspectiva acerca de los problemas y retos que atañen al periodismo cultural.

Es evidente que con la abierta reducción de sus páginas, la visible distorsión y desdibujamiento de sus contenidos, e incluso su declarada aniquilación editorial, junto con el persistente ninguneo de la mayoría de los medios electrónicos, así como el nuevo entorno tecnológico que hace sentir a los trabajadores de los medios escritos como una especie que ha rebasado su ciclo natural, las inquietudes sobre el futuro del periodismo cultural reaparecen.

En el caso de que no estemos muertos (y no lo sepamos, como reza el chiste), quienes nos dedicamos a esta zona del periodismo escrito todavía tenemos la oportunidad de cambiar muchas cosas que pueden modificar ese destino manifiesto que los devotos de la red, observadores que son, han vaticinado para nosotros (y que se reduce, dicho rápidamente, a la obsolescencia).

Pronto, se nos advierte, el mundo del papel será una extravagancia o una antigualla. Y razones no faltan para argumentar en ese sentido: las pequeñas pantallas del iPad se multiplican en México, pero en nuestro vecino del norte ya son el recurso favorito de los menores de 50 para acceder a las ediciones de los diarios y semanarios más importantes. El futuro se encuentra ahí; sólo falta que nos alcance. Y de momento no podemos tener ninguna duda razonable acerca de que lo hará.

Si la suerte del libro está echada, todo indica que la de los periódicos y revistas, en esa misma ruta, es inminente. Sin embargo, desde luego, nos queda el consuelo de que las cosas no ocurrirán de golpe, sino que tendrán esa dinámica gradual que todo lo suaviza (aunque la agonía sea larga).

Pero más allá de en qué plataforma terminaremos transmitiendo nuestra información y comentarios, debemos estar seguros de que estaremos haciendo esencialmente lo mismo: reporteando, editando, aunque por supuesto las exigencias, el estilo y la perspectiva de los contenidos variarán necesariamente.

Por lo pronto, en el campo de las exigencias debemos anotar que si nuestro trabajo hasta ahora tiene que ver siempre con la selección de contenidos (una selección que inicia desde la agenda que propone el reportero hasta la que plantean y aprueban los editores), es obvio que los retos serán mayúsculos en un terreno (el de la red) donde, desde ahora, puede advertirse una gran cantidad de informaciones imprecisas, una enorme docilidad frente a las supuestas novedades, por no hablar del ejército de defraudadores (con sus respectivas masas de embaucados) y de la propalación infinita de la banalidad.

A mi modo de ver, el reto fundamental radica en la preservación de la conciencia de que el periodismo cultural, cuando es tal, se define a partir de los impulsos y tendencias de su materia, que no es otra que la cultura misma.

Hace unos meses, sin presentir todavía, por lo visto, que el Nobel de Literatura lo aguardaba, Mario Vargas Llosa finalizaba una disertación sobre la cultura en términos que él definía como pesimistas, pero que a mí me recuerdan las obligaciones de todos nosotros si es que tenemos presente la sustancia de lo que buscamos llevar a nuestras páginas y espacios:

“La cultura —decía el autor de La ciudad y los perros— puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y la frivolidad, sin riesgo de desintegrarse. Puedo parecer pesimista, pero mi impresión es que, con una irresponsabilidad tan grande como nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, hemos hecho de la cultura uno de esos vistosos, pero frágiles, castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento”.

En espera del mañana, debemos ser capaces, hoy, de dar cuenta de una acción o iniciativa cultural que le está cambiando la vida a muchas o a miles de personas; de un libro que rebasa por su calidad el mero volumen de ejemplares vendidos o de otro que resulta imprescindible para la reflexión sobre un problema; de una película no sólo sorprendente, sino indispensable para la comprensión de la realidad humana; de una obra de teatro que nos devuelva una imagen crítica de nuestro paso por la vida…

En fin, reconozco que entre los grandes objetivos y la realidad median muchos obstáculos, pero si no nos empeñamos en sortearlos desde ahora, si no nos constituimos, junto con nuestras páginas y espacios, en defensores de oficio de la cultura que no se confunde con el espectáculo, seremos, cuando predomine el futuro, ese que ya está aquí tocando a la puerta, menos que la sombra de un oficio.

Este texto fue leído por el autor el pasado jueves 14 de octubre, durante el Coloquio Hispanoamericano de Periodismo Cultural organizado por la Secretaría de Cultura del DF.

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