sábado, 21 de agosto de 2010

“Un huevo de porcelana llamado beca”

21/Agosto/2010
Laberinto
Braulio Peralta

Leo para olvidarme de lo que leo: muchos manuscritos, impublicables. Si la gente tuviera idea de las cosas que uno tiene que leer no daría crédito y compadecería a los editores: poemas que no son poemas, cuentos sin ton ni son, crónicas confundidas con el sabor a diario de egos subidos de tono, novelas sin trama ni sustento. Por eso dedico el fin de semana a un clásico de la literatura, para recuperarme. Normalmente, leo, o releo poesía o prosa.

Releo los ensayos de Ezra Pound bajo el nombre de El arte de la poesía, gracias al recordatorio de un queridísimo amigo. En traducción de José Vázquez Amaral, aun no termino el libro y quisiera que no concluyera la lectura. Había olvidado las reglas del arte, todo: el que se dedica al teatro, la prosa y la poesía, la pintura misma. Libro de juventud, me rescata en mi edad otoñal (no me atrevo a hablar de madurez).

Nos dice cómo “leer menos con mayor provecho”. Y de repente, aparece una cita que debí haber puesto en mi columna anterior sobre las becas del Estado. Sin pierde: “A partir de 1848 se observó, en Alemania, que algunas gentes pensaban. Se hacía necesario restringir esa peligrosa actividad; a los pensadores se les dio un huevo de porcelana llamado beca, y poco a poco se les incapacitó para la vida activa, o para cualquier contacto con la vida en general. La literatura era permitida como objeto de estudio. Y su estudio se estructuró de tal manera que la mente del estudiante se desviara de la literatura a la sandez”.

Pound no para en esa idea. Describe la razón de los libros. Simple en su enseñar: “En la medida en que una obra es exacta, es decir, fiel a la conciencia humana y a la naturaleza del hombre, en la medida en que formula con exactitud el deseo, será duradera y será ‘útil’; quiero decir que mantiene la claridad y precisión del pensamiento, no sólo para el beneficio de algunos diletantes… sino… fuera de los círculos literarios y en una existencia no literaria, en la vida general comunal e individual”. O se corrompe: “se torna fangosa e inexacta, excesiva e hinchada”.

El poeta de los Cantares hace una disección cruel de por qué sólo algunos libros quedan en la historia de la humanidad. “Los inventores”, “los maestros”, son pocos; “los diluidores”, una variante más débil “que produce la mayor parte de lo que se escribe”. “Los que hacen una obra más o menos buena en el estilo más o menos bueno de un periodo. De ellos están llenas las deliciosas antologías, los cancioneros, y elegir entre ellos es cuestión de gustos”.

Lo dice un clásico, no un humilde servidor que ha pretendido ejercer el papel de crítico, al que Pound recomienda: “si se quiere ser un buen crítico es menester indagarlo por cuenta propia… Sugiero mandar al diablo a cuanto crítico emplee términos generales vagos. No sólo a los que usan términos vagos por ser demasiado ignorantes para tener algo qué decir; sino también a los críticos que emplean términos vagos para ocultar lo que quieren decir, y a todos los críticos que emplean los términos tan vagamente que el lector puede creer que está de acuerdo con ellos o que asiente a sus afirmaciones cuando de hecho no es así”.

Y la sentencia del poeta: “el arte de escribir versos ya no se puede entender claramente sin el estudio del arte de escribir en prosa… el arte serio de escribir ‘se pasó a la prosa’”.

Coda

“La gran literatura es sencillamente idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades”.

De ahí mi propuesta de becar a un libro, no a un autor.

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