sábado, 21 de agosto de 2010

Recorrido por los mejores cuentos del siglo XX

21/Agosto/2010
Babelia
Diversos Autores

Eduardo Halfon (Raymond Carver) Catedral (1983)

Hay cuentos que, más allá de contar, estremecen. Parecen conseguir algo más emotivo que intelectual, más asociado con la poesía o la música. Eso logra Carver en Catedral: un cuento llano, de lenguaje franco y austero, sobre un personaje que bebe mucho, que fuma marihuana, que vive anestesiado y aislado de su esposa y del mundo y hasta de sí mismo, como tantos de los personajes de Carver (Estados Unidos, 1938-1988). En este caso, sin embargo, algo le sucede, acaso brevemente, para sacarlo y a la vez sacarnos del oscuro aislamiento de la vida. Carver logra, a través de la portentosa imagen de una catedral, algo más que religioso. En una entrevista lo explicó: "Cuando escribí ese cuento, sentí que era verdaderamente diferente. Sentí un ímpetu real al escribirlo, y eso no sucede con todo cuento. Pero sentí que me había conectado con algo".

Nurria Barrios (James Joyce) Los muertos (1914)

Nieva en Dublín al inicio de Los muertos. Gabriel y su mujer, Gretta, acuden a la cena navideña en casa de sus dos ancianas tías. Aún nieva cuando la pareja vuelve a su hotel. En la habitación, iluminada débilmente por la lámpara de gas de la calle, Gabriel escucha la historia de Michael Furey, que amó a Gretta y murió muy joven. En la penumbra, que es la luz de la memoria, cuando vivos y muertos se aproximan hasta poder abrazarse, los celos se adueñan del corazón del marido. ¿No es mayor el amor que aún siente su mujer por ese fantasma del pasado que el que siente por él? La melancolía de este relato conmovedor está puntuada por la nieve que cae silenciosa en la noche como un hermoso sudario blanco. Joyce (Irlanda, 1882-Suiza, 1941) publicó Los muertos en 1914. Tenía 25 años.

Vicente Molina Foix (James Joyce) La bestia en la jungla (1903)

Aparecido en 1903 dentro de su libro de relatos The Better Sort, 'La bestia en la jungla' es uno de los pocos que James (Estados Unidos, 1843-Inglaterra, 1916) no publicó previamente en las revistas a las que contribuía desde el principio. Siendo extenso, se trata de un cuento desnudo de peripecia, casi abstracto en el tratamiento de la relación entre un hombre que reencuentra a una mujer a la que había hecho una confesión íntima que los separó. En la invisible jungla de los sentimientos descrita con la hipnótica densidad del estilo tardío del autor, la bestia está al acecho, sinuosa y callada, pero salta de modo turbador en el desenlace del cementerio. Sublime historia de amor no realizado (reflejo quizá de la del propio James con la suicida Florence Woolson), esta obra maestra inicia una moderna literatura de nuestra "parte maldita".

Manuel Rivas (Juan Rulfo) No oyes ladrar a los perros (1953)

En Luces de Bohemia, El Preso le dice a Max Estrella: "Su hablar es como de otros tiempos". Esos otros tiempos no son los tiempos más o menos antiguos. Son los tiempos en que la luz y la sombra fermentan con saliva y habla como nunca la boca de la literatura. Y ocurre lo que Lawrence Ferlinghetti ansía en su Poetry as insurgent art: "Compón en la lengua, no en la página". Tal vez he empezado por el final. Todo eso se cumple en No oyes ladrar a los perros (incluido en El llano en llamas). Es un relato bíblico. El andar (¡el hablar!) del padre con el hijo moribundo a cuestas es el tránsito del tiempo a la intemporalidad. Y después de leer todo lo que Juan Rulfo (Sayula, Jalisco, 1917-Ciudad de México, 1986) ha escrito sólo cabe decir: "Amén".

Guadalupe Nettel (Julio Cortazar) Grafitti(1981)

En este cuento, escrito en 1981, lejos de Argentina pero con Buenos Aires en el pensamiento, confluyen varias de las obsesiones del magnífico cuentista que es Cortázar (Bélgica, 1914-Francia, 1984): el amor encontrado a la vuelta de la esquina, casi por azar pero fatalmente; el juego como motor del mundo; los senderos sinuosos de la creación artística, la presencia inequívoca de la crueldad humana; la denuncia de la dictadura, la militancia política. Gracias a la segunda persona en clave porteña, la voz narrativa se torna íntima y adquiere la tesitura de un susurro que apremia. El ritmo del texto es veloz pero a la vez sigiloso y nos conduce, como en un auto sin frenos, a un final sorpresivo en el que se descubre la identidad de la enmascarada narradora. Un desplante de virtuosismo literario pero, además, poderosamente conmovedor.

Fernando Royuela (Ramón del Valle-Inclán) El miedo (1902)

Un cuento es en esencia tensión, intensidad, unidad de efecto y catarsis final. Un buen cuento es todo eso más la emoción que persiste tras su lectura. El miedo es uno de los cuentos que Valle-Inclán (España, 1866-1936) incluyó en Jardín Umbrío, historias de santos y de almas en pena. Son relatos gestados en las regiones sombrías de la imaginación del autor. Fue publicado en El Imparcial, en 1902, y da muestra del preciosismo decadente de las primeras obras de Valle. La evocación de un pasado lejano en el que el narrador nos cuenta un episodio de iniciación justifica el deslumbrante esteticismo de su atrezo. Criptas, serpientes, calaveras y un terror infantil contrapuesto al aplomo necesario para afrontar la vida adulta. Una catarsis estupenda y al final la cobardía como fuente suprema del valor.

Berta Marsé (Truman Capote) Deslumbramiento (1982)

Nueva Orleans, 1932. Aparcado en casa de unos parientes durante el divorcio de sus padres, el niño de ocho años está fascinado por la Sra. Ferguson, tejana, inculta, soltera con seis bastardos, lavandera y, con todo, respetada y temida por sus supuestos poderes, capaz de "enderezar maridos descarriados, devolver el cabello perdido, recobrar fortunas derrochadas". Una bruja que puede convertir los deseos en realidad; y nuestro niño tiene un deseo, un secreto que le preocupa al punto de, para que se haga la magia, robar para ella el collar de su abuela, que ha venido a visitarle. No es un collar valioso, pero eso la Sra. Ferguson no lo sabe; se ha dejado deslumbrar por la piedra amarilla, del tamaño de una garra de gato, simple cristal de roca tallado y teñido que "gira, baila, deslumbra, deslumbra".

Fernando Iwasaki (Jorge Luis Borges) El espejo y la máscara (1975)

El espejo y la máscara (incluido en el volumen de relatos El libro de arena) no tiene la celebridad de Las ruinas circulares, El Aleph, La escritura del dios y otros magistrales cuentos de Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-Suiza, 1986), aunque podría compendiarlos a todos porque allí crepitan la enumeración caótica, la obsesión panteísta y la ambición de cifrar el universo en una palabra, un vórtice o un símbolo. Por otro lado, los poemas que cantan la batalla son obras de arte y al mismo tiempo una teoría del arte. La frase del rey: "Somos figuras de una fábula", supone un guiño a la segunda parte del Don Quijote de la Mancha, y el desenlace de la historia consiente el aroma épico de los mitos y el asombro antiguo de las leyendas populares. Una maravilla.

Ana María Shua (J.D Salinger) El hombre que rie (1953)

En 1953 Salinger publicó nueve cuentos que cambiaron el mundo. "Usarás siempre la palabra más sencilla" fue su máxima. Y el libro se llamó Nueve cuentos. Escoger entre ellos es absurdo, arbitrario. Prefiero, porque sí, El hombre que ríe. Es fácil encontrar los defectos de un mal cuento. Es imposible explicar un cuento perfecto como un árbol. Desafiando teorías, Salinger (Estados Unidos, 1919-2010) cuenta varias historias esenciales y simultáneas. La de un grupo de chicos que se estrellarán de pronto contra el fin de la infancia, la historia de amor del hombre que los lleva a jugar al béisbol en su bus destartalado, y la magnífica historia de un bandido deforme, que con la ayuda del lobo Ala Negra y el enano Omba devasta para siempre la frontera entre China y París.

Juan Gabriel Vásquez (Francis Fitzgerald) Regreso a Babilonia (1929)

En las notas de El último magnate, su novela inconclusa, Fitzgerald (Estados Unidos, 1896-1940) escribió: "Las vidas americanas no tienen segundos actos". Regreso a Babilonia es la confirmación, en una veintena de páginas, de ese veredicto cruel. Charlie Wales tiene 35 años, como Fitzgerald en el momento de escribir el relato; como Fitzgerald, tiene o tuvo problemas con el alcohol. El relato lo sorprende en el momento de su regreso a París, después de pasar allí los años del despilfarro y de sufrir, tras el crash de 1929, el final de aquella vida. Nunca nadie ha contado mejor la relación de los hombres con el dinero. Pero la clave es íntima: un hombre luchando contra sus errores, tratando -infructuosamente, como es debido- de rehacer su vida. El resultado es extraordinario.

Cristina Grande (Ingeborg Bachmann) Problemas, problemas (1972)

El matrimonio es una institución imposible, decía Ingeborg Bachmann en 1973, poco después de ser premiada por Simultáneo (en España titulado Tres senderos hacia el algo). Ingeborg Bachmann (Austria, 1926- Italia, 1973) era una vienesa excéntrica -si puede ser excéntrica una centroeuropea medular-, wittgensteiniana de poderosa mandíbula y un sarcasmo particular, que no distinguía entre un cuento largo y una novela, porque "una historia es como un tejido del que no debe perderse ningún hilo". Beatriz, la protagonista de Problemas, problemas, nunca piensa en el futuro, no trabaja y se deja querer por un casado mayor que ella: "Por un Erich divorciado o viudo nunca se habría molestado en ir hasta RENE para pasarse allí horas meditando entre lavados de cabeza, reflejos, manicuras o depilaciones, y mirándose en los espejos".

José María Merino (Katherune Mansfield) La mosca (1922)

El genio de Chéjov se muestra en su sabiduría para presentarnos con naturalidad concisa una situación capaz de conmovernos por su oculta dimensión dramática. La mosca (1922), de Katherine Mansfield, pertenece a esa estirpe de cuentos. El viejo Woodifield, retirado por enfermedad, hace una rutinaria visita a su antiguo y satisfecho jefe en la City, y le cuenta que sus hijas han visitado en Bélgica el cementerio donde yacen los restos de su propio hijo y del de su ex jefe, muertos seis años antes en la guerra. Cuando el viejo se vaya, el recuerdo conmocionará al financiero, mas su relación con una mosca caída en el tintero mezclará el dolor y el olvido de un modo misterioso, capaz de turbarnos. Preludio y otros relatos. Alianza Editorial, 1993.

Luis Sepúlveda (Ring Lardner) Campeón (1924)

Midge Kelly obtiene su primera victoria por KO a los 17 años, su contrincante es un inválido cuatro años menor que además es su hermano. A partir de ese momento Ring Lardner convierte al lector en second de un púgil que, sin la menor sed de victoria, ganará todos los combates contra la bondad, la decencia, la moral y, justamente por eso, será celebrado. Es un campeón. Lardner (Estados Unidos, 1885-1933) fue un periodista y uno de los padres fundadores del relato social norteamericano. Campeón es un apasionante cuento sobre la autodestrucción y la complicidad de la prensa deportiva que necesita campeones para vender. En 1949, Max Robson dirigió la versión cinematográfica del relato y es el referente de todos los filmes sobre boxeo.

Hipólito Navarro (Medardo Fraile) El álbum (1959)

Lo descubrí en 1979 en una antología junto a una docena de piezas magistrales, entre ellas, La migala, de Arreola, y Axolotl, de Julio Cortázar. No era mala compañía la suya. El cuento de Medardo Fraile (España, 1925) me fascinó tanto como los otros. En El álbum está concentrada la esencia del género, las inmensas posibilidades del relato para contar el universo entero en apenas dos páginas; toda una lección de educación y de economía para cualquier cuentista que se precie. Relata el noviazgo de una humilde pareja que llena sus tardes admirando el álbum que el novio había logrado completar cuando era niño. Las maravillosas estampas de las chocolatinas que les regalan el mundo les roban a la vez el amor, su porvenir juntos...

José Ovejero (Flannery o'Connor) La buena gente del campo (1955)

Este relato atenta contra la mayoría de las poéticas del cuento que conozco. "Que no sobre una palabra, un cuento es como un poema...". Tonterías. Aquí hay digresiones innecesarias, incluso personajes de los que se podría haber prescindido. "En un cuento todo tiene que estar dirigido a un final previsto de antemano...". Más tonterías. O'Connor ignoraba cómo acabaría su cuento. El final, cruel, lógico, perfecto, surge de sus personajes construidos frase a frase. Son ellos los que, tras adquirir consistencia, descubren, con la misma sorpresa que la autora y los lectores, ese final inevitable. La grandeza de este cuento es, precisamente, no respetar ninguna de las normas que deberían haberlo regido; nace, como las mejores obras, de un proceso creativo tan riguroso como libre.

Miguel Ángel (Katherine Mansfield) En la bahia (1921)

La fragilidad de unas vidas tan sagradas como cotidianas. Un día de playa contiene un mundo. Con la refrescante suavidad de una brisa veraniega, Katherine Mansfield (Nueva Zelanda, 1888-Francia, 1923) enfrenta la inocencia infantil con la decepción de los adultos, que sueñan con amantes, envejecen, recuerdan a sus muertos o no desean a sus bebés. Aspiran a que los otros descubran quiénes son en realidad mientras los niños afirman: "¡Qué injustas son las personas mayores!". Es difícil imaginar un cuento que lo parezca menos que este, y al tiempo contenga todas las claves del género: elusión, sugerencia, libertad formal. Una demostración de que el relato no debe ceñirse a normas. Mansfield reconoció no poder olvidar, mientras lo escribía, el ruido del mar.

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