El País
De cerca, uno comprende mejor el título de uno de los libros que más fama le dieron. Mujeres de ojos grandes (Seix Barral) se llama y lo trae a la conversación mientras apunta con el objetivo de los suyos, negros, enormes, en mitad de tu cara. Ángeles Mastretta (Puebla, 1949) no es mujer que se arredre. Quizá un poco ante la amenaza de una fotografía en la que pueda salir despeinada, pero nada más. En los temas que trata, en la fiesta de la vida, en las deudas que tiene su literatura vitalista, directa y apasionada no se arruga y comenta lo que sea preciso sin complejos.
Ahora anda a vueltas con una memoria de sus padres que también pretende sea un retrato del México de hoy. Esa entelequia entre la que tantos andan atrapados y que ella trata de explicar un poco, pero no entender, "porque eso sí que es duro". Mastretta lo ha querido contar en casi toda su obra a través de Puebla, la ciudad en la que nació y creció, ese territorio de soportales, lluvias y componendas donde ella, como mucho, podría haber aspirado a casarse a los 20 años con un empresario bien apañado.
Pero le dio por escupirle al destino, justo como aquel personaje del también mexicano Jorge Ibargüengoitia que decía: "Nací para ser desgraciada, pero no me dio la gana". Algo así como las mujeres que crea Mastretta, heroínas decididas, manipuladoras, con el mismo pellizco de romanticismo que de amoralidad, del que es caso bien conocido el de Catalina Guzmán, protagonista de Arráncame la vida.
Son mujeres que ponen en solfa su tiempo y su espacio, pioneras que niegan una y mil veces sus cuitas y lo que les mandan. Decididas a beberse la vida contra las normas y a que nadie las cierre el paso. Seres libérrimos que pueblan las páginas de Mal de amores, Maridos o Mujeres de ojos grandes. Creadas a imagen y semejanza de quien ha abierto brechas en el mundo de la literatura hispanoamericana al ser la primera mujer que ganó el Premio Rómulo Gallegos y entrar en una lista en la que estaban García Márquez, Vargas Llosa, Javier Marías, Carlos Fuentes, Vila Matas o Roberto Bolaño. Con muchos de ellos admite sus deudas de influencia, lo mismo que con don Benito Pérez Galdós, otro nombre que tiene en el altar de sus predilecciones.
Va por libre. No entiende de clanes literarios, aunque sepa a ciencia cierta que existen en su país. Ella se declara perteneciente a la generación sándwich, entre los padres del boom y los nenes del crack, esos que, dice, "hablan de carrera literaria...". Toda una extravagancia, a su juicio. Algo que no cuadra con quien escribe para celebrar el hecho de poder hacerlo y vivir de ello.
¿En qué anda metida?
Pues en algo que ya leí el año pasado en Santillana del Mar y que tiene que ver con las cenizas de mis padres. Así voy hacia delante y hacia atrás. Pero creo que es el libro que voy a apurar porque es al que me debo. Aunque no sé a estas alturas si uno ya se debe a qué cosas o no, ¿no crees? Con irle caminando a la vida uno no se le debe a nadie. Es un libro de esos de recuerdos en que estamos los sesentones. De pronto está toda mi generación escribiendo el mismo libro.
Héctor Aguilar Camín, su marido, igual está en eso también.
Sí, pero yo empecé primero.
Todos a vueltas con las cenizas en su casa.
Complicado. Fíjate que yo le doy más importancia a la vida que a la muerte, me aflige mucho más la muerte de los otros, no voy a estar en la mía no más que un rato.
Y ahí se las compongan.
Sí, en la de otros ya he estado y ha sido horrible. Me preo-cupa más que se vayan quedando los míos, no me gusta vivir apurada con eso. Entonces, eso de estoy presintiendo la muerte, qué pena que me voy a morir... Me pasa desde los tres años, pero no sé si me da tristeza o no.
¿Cómo empezaría una novela sobre el México contemporáneo?
¿Yo que he escrito tanto sobre el pasado?
Sobre esas mujeres de rompe y rasga...
Eran muy divertidas. ¿Te fijas cómo dije eran muy divertidas? Como si se me hubieran vuelto un terreno vedado. ¿Por qué no voy a rescatar a esas mujeres? Tendría que hacerlo, son grandes tipas con las que fue divertido andar. Las mujeres de ojos grandes.
¿Pero cómo se adaptaría una Catalina Guzmán, la protagonista de 'Arráncame la vida', al México de hoy?
Eso se supone que estoy haciendo. ¿Qué de mí pasa por ahí? Vivo el México actual en un estado muy atarantado, como si este trabajo de contar mi país fuera el de otros, contarlo y ya no le digo entenderlo. Creo que hay una parte de las cosas que siguen siendo iguales, que las mujeres deben continuar exactamente lo mismo de locas, de desatadas y de bravías que eran. Me preguntan que si mis libros son anacrónicos, que las mujeres que describía eran más de ahora que de antes. Bien, ahora hay muchas, pero antes debieron existir otras.
¿Unas pioneras?
El chiste es ese, hablar de ellas, las diferentes.
¿La literatura debe tratar lo excepcional?
Obvio, porque escribes para convivir con gente excepcional. Te pones a escribir sobre ellas y debes inventar y sentarte a mirar y es divertido verlas. En días que nos reunimos a hablar entre escritores, tratamos estas cosas porque el oficio nuestro es muy solitario. Y si vives con uno, no cambia nada eso.
¿Ni hablan de sus libros su marido y usted?
Hablamos al sentarnos a desayunar, pero de otras cosas. Luego cada uno se marcha para su máquina y ya. No hablamos de lo que hacemos, cada quien está con su libro, muy solo, para no torturar al otro, supongo. El caso es que en encuentros de escritores ves que cada uno de nosotros está muy solo y metido en la misma trifulca. Y a veces me digo: ¿para qué? ¡Si hay muchísimos libros!
¿Por qué se escribe entonces? ¿Para aliviar un dolor, por placer, por puro ego?
Yo lo que quiero es jugar, ganarle a la vida. No para quitarme una pena, para no dármela. Cuando me aflige un libro le doy la vuelta, soy un fracaso como escritora torturada. ¿Tú crees que se curará uno escribiendo? ¡Estás más vivo! Ni sufres, ni padeces. ¡Vives! La vida rivaliza muchísimo con la literatura. Muchos escritores dicen que su prioridad es su carrera literaria. ¿Pues no digo que hay muchos que hablan de carrera literaria? Para mí eso es una cosa extravagantísima. En fin, escribir es mi trabajo, pero no me moriría si me dijeran que no puedo seguir haciéndolo.
¿A qué se dedicaría? ¿A cantar? Dicen que es usted una Chavela.
Mal. ¿Pero aqué me dedicaría? A leer, a ir al cine... ¿Que dé pasta? Uno no escribe tampoco por eso, si entro a pensar por ahí me aflijo horrores porque entonces ya debo dos libros a mis editores. Es una fortuna tremenda vivir de escribir. Soy una mujer muy enérgica, pero con bastantes achaques físicos. La literatura te viene bien, puedes escribir febrilmente, parar y desmayarte. Yo trabajaba en una revista y lo hacía todo, menos venderla. Hacía de todo y un buen día me dijo una amiga: ¿para qué quieres un trabajo fijo? Hazte free lance. Así escribí mi primer libro, pero para vender 2.000 ejemplares no más.
Y mire, aún hoy sigue en las librerías 'Arráncame la vida'.
¡Es mi vaca! ¡Y muy bien ordeñada!
¿Qué quiso contar ahí? ¿La determinación de una mujer, una Madame Bovary mexicana?
No, no, no es Madame Bovary. Porque no se suicida. No, para nada. Ese sí que es un compromiso firme de mis personajes. No se suicidan: abandonan a los maridos, se van de pinta, se hacen de un novio, pero ninguna se suicida. Es una barbaridad esto que voy a decir, pero quiero parecerme más a Jane Austen que a Edith Warton o a Henry James, no quiero que mis personajes sufran así. Esta mujer, Catalina, es un invento cabal. Yo había estudiado Ciencias Políticas y creía que había que hacer novelas entroncadas en la historia social, que descubrieran la perversidad del mundo, y resulta que en Puebla...
Su territorio mítico...
Mi territorio, aunque yo creo que nunca fue así, como yo lo describo. Se parece a todo menos a lo que sale en Mal de amores. Una vez vino una italiana que había leído la novela porque quería conocer la Puebla que describía en el libro y mi madre me dijo: "Ay, qué vergüenza". No queda nada de aquello, hemos secado los ríos, nos hemos cargado los edificios característicos, no queda nada, nada. Pero en fin, en esa otra novela, en Arráncame la vida, yo quería contar que los responsables de Puebla, esos caciques que dejó la revolución uno detrás de otro, sin ningún sentido ni de lo ético ni de lo estético, devastaron esa ciudad. Ellos y sus cómplices. Empecé buscando y me fijé en el gobernador que era el más pícaro y había favorecido a los suyos. Me fijé en un hombre del que había oído todo tipo de historias, que si era malísimo, si había matado a no sé quien, despedazado a uno, a otro. Cuando yo nací, este señor ya se había muerto, pero la gente hablaba de él en voz baja.
El miedo.
¡40 años después! Le tenían terror. Terror. Bueno, y yo dije, a este hombre lo puedo inventar, con lo que he oído, empecé con eso. En tercera persona. En esa época..., no es que yo ahora sepa escribir novelas, pero es que entonces no tenía ni idea. Me di cuenta de que no podía contarlo así, con una voz omnipresente y que la historia debía contarla la esposa y esa sí me la inventé completa. Que cuente lo que sepa, lo que quiera, y la inventé desafiante, con capacidad de torear al tipo.
Bueno es que en esa energía femenina de sus personajes hay una diferencia clara con la oscuridad que le dan a algunas mujeres del norte europeo. ¿Tienen raza propia?
Madame Bovary y Anna Karenina, por ejemplo, son lo contrario a dos mujeres liberadas. Y fueron pasión de muchas lectoras. Quienes las sitiaban eran los autores, sus creadores. Tolstói y Flaubert son bárbaramente sexistas, no supieron qué hacer con ellas y las mataron.
Eso le quiero decir, que hay autores masculinos que las martirizan, y usted tiende a liberarlas y que se pongan el mundo por montera.
Hay muchas mujeres que también las martirizan.
No es su caso.
A mí me divierte hacer eso, en todas las épocas. A muchas les salva el sentido del humor, cuando están bien perdidas les salva la risa.
El mundo de la literatura hispanoamericana es bastante machista. El hecho de que fuera usted la primera mujer en ganar en Premio Rómulo Gallegos con 'Mal de amores' en 1997 es un síntoma. Y después de usted solo se lo ha llevado Elena Poniatowska.
Hay machismo, en todos los ámbitos. Y eso que yo pensaba que no, porque en realidad la vida me ha tratado bien. No sentía machismo, a lo mejor existía, pero no lo sentía. La vida me había reservado lo siguiente: ser una mujer calladita o platicadora, pero en el atrio de una iglesia. Casada con el dueño de una fábrica textil, si me iba bien, y si no, con el contable de esa fábrica o de un molino de harina, tener unos hijitos... Era pobre mi destino. Entonces, para mí todo ha sido ganancia, todo ganar, ganar.
¿Jamás perdió?
No, yo me fui a México con 19 años, 20, ya entonces era una solterona. Mi destino era ver para otra parte. La universidad en Puebla: o ibas a la privada o la pública era comunista y se liaban a tiros por el patio. Se iban a estudiar los hombres fuera. Mi papá trabajaba vendiendo coches, aunque era ingeniero automotriz y no tenía dinero. Mi papá se murió como cinco meses después de que me fuera y yo pensaba que había ayudado a ello. Le había dado un derrame cerebral de la aflicción. Tenía que mantener a tres muchachos fuera estudiando cuando sus hijas se podían haber conformado con ser secretarias o casarse. Cuando él se murió pensé, y esto es como de psicoanálisis, si en vez de morirse se hubiera quedado paralítico, me habría regresado a Puebla. No lo hubiera yo dejado. Y ahora pienso. Todo lo que he llorado la muerte de mi papá en mis libros y mis artículos y conversaciones, ahora veo que la vida hubiese sido completamente distinta de haber sobrevivido. Tuve como una necesidad de reafirmarme, de seguir.
¿Y a la universidad, le sacó provecho?
Estudié periodismo, una carrera de inútiles que para mí fue muy útil. Me puse a trabajar muy pronto, a los dos años, de lo que fuera. ¿Qué sabía hacer yo? Escribir, por eso a veces pienso que con la primaria me bastaba. Ahí me enseñaron a poner sujeto, verbo y predicado.
Bueno, hace falta cabeza.
La herramienta de la cabeza me la formó una familia mitómana.
Pura tradición oral. ¿Sus libros se hablan, se conversan?
Sí, de ringonguapo, que diría el Gabo (Gabriel García Márquez). Esto es, conversar. Pero hay un abismo entre conversar y hacer literatura. Está el compromiso con las palabras, una cosa para que ellas no te manejen a ti sino tú a ellas.
Ya que menciona a Gabo. La huella de García Márquez en su obra está muy presente. Pero más en 'Mal de amores' que en otros libros.
Claro, porque yo le había leído mucho más cuando escribí ese que en los anteriores.
Concretamente de 'El amor en los tiempos del cólera'. ¿Le marcó?
Sí, además con el tiempo me di cuenta de lo que me pesaba. Pero en esa época también estaba leyendo a Pérez Galdós, que es otro que está allí todo el tiempo, en Mal de amores. Yo tuve una bisabuela que había conocido a mi bisabuelo sentada en una vacinilla en el patio, entonces yo, adorando al Gabo, me preguntaba: pero ¿por qué él ya hizo eso? ¿Por qué? Cuando yo cuente esto me voy a estar repitiendo. Y se lo solté. Le dije que yo ya tenía en mi familia un caso como la niña de la farmacia. ¿Qué quieres que le haga? ¡Yo no te voy a plagiar, es que la vida te copia! ¡Qué peso! ¡Qué horror! ¡Cuánto mal has hecho entre nosotros! El Gabo contagia. Es un contagio que puede ser muy peligroso.
¿Ya se ha liberado de ciertas influencias?
Ahora soy más yo, ya me he librado de ciertos permisos, en el tono en que escribo ahora me veo distinta. Por eso me cuesta mucho desatarlo todo. Lo que yo tengo es una proclividad y un gusto porque a la gente le vaya bien y eso también lo tiene el Gabo. Pero una debe ser hija de papá reconocido.
Y con Pérez Galdós, ¿qué le dio?
Con Mal de amores estaba exageradamente inmersa en su obra. Leí Fortunata y Jacinta dos veces, los Episodios nacionales.
¡Qué grande! Con él lo que ha pasado en España no es que lo quieran matar, es que, como dice Elvira Lindo, se empeñan en fusilarlo. Tampoco es eso.
Es que creo que Fortunata y Jacinta tiene esa cosa liberal. Eso de a este hombre lo vi primero, a mí me viene importando un demonio con quién se haya casado después. Pero la mata y ahí estoy en total desacuerdo. Y lo sabes, pero te da coraje. En México no pasa eso con Galdós, ni les va ni les viene. Pero en España, claro, uno no piensa que les dé por ahí. De todas formas, es que era admirable, ese detallismo, de hacer la compra, de dar las recetas y mirar los belenes. A mí me ocurría en Mal de amores, abducida como estaba por él, que llevaba 300 páginas y no había avanzado nada porque la cocina tenía que ser en tiempo real... No pasaba nada, la niña tenía 14 años.
¿Pidió ayuda?
Así, en este caso a Héctor. Me aconsejó: no, no, tienes que cortar. Pero no me dijo cómo, eh.
En 'Maridos' ya se reprimió.
Sí, pues. Estrujé hasta la esencia. Hay historias ahí que podían acabar siendo una novela. Pero dije que no, esto se queda en historias chiquitas y ya.
De México existe la leyenda de que se llevan los clanes literarios.
¿Así crees? Pero como en todas partes, en España también.
Pero quizás no tan imbricados en el poder político.
A mí es que no me ha tocado ver eso. Pasaba con Octavio Paz, está Carlos Fuentes...
¿Pero eso es bueno o es malo?
Pues yo creo más bien que es inevitable, si eres hombre, sobre todo. Ahí a mí me ha ayudado que me he podido y me he querido hacer a un lado. Vivo muy afuera de ellos. Estoy en Babia. ¿Qué cosa te repartes? Si es poquito lo que hay, lo que había que hacer es compartirlo. Pero a algunos les va la vida en eso. Ya digo que hay gente en este mundo que habla de su carrera. Chavos que tienen ahora 40, 45 años, viven su profesión como una carrera. Yo soy una náufraga. Estoy entre el boom y el crack. Pero las nuevas generaciones no saben de qué hablamos cuando nos referimos a eso. Hay gente joven que está mirando el país de otra manera. Y lo hacen muy bien.
Aunque ahí siguen los otros...
Los tengo mal vistos a estos grupitos. Hay poetas por ejemplo discretísimos, reconocidos. Pero luego hay gente muy trabada en la vida pública. Muchos ya vieron y hay respuestas ya dadas. No estoy para discutir y menos con ciertas contundencias. Aprecio cada vez más el espacio privado. En el caso de Héctor, sin ir más lejos, es que vienen, le preguntan y, para bien del país, responde. Y ahí está, con Jorge Castañeda, para arriba, para abajo y dale. Pero yo, sobre todo cuando escribo, ¿dime a qué horas quiero influir en la política mexicana? Para nada.
Hombre la situación, por ejemplo ahora, con la guerra del narco, invita a meterse, ¿no cree?
Pero yo me desinvito. No lo entiendo.
Yo la vuelvo a invitar. ¿Qué opina?
Bueno, opino como la gente común y corriente. Me da vergüenza. En mi caso más vergüenza que miedo, pero porque no vivo en Ciudad Juárez. Si estuviera allí, pasaría más miedo que vergüenza. Hay un paso más hacia el horror en el modo en que están matando. Explica una descomposición del tejido social que yo no había querido ver. Lo que sí pasa es que nos hemos dedicado a espantarnos. Todo el tiempo estamos sobre eso. Y cuando nos proponemos no verlo, entonces hacen un extra para que nos fijemos bien y le arrancan el corazón a alguien. ¿Cómo te paras ante eso sin hablarlo? Es imposible. El problema es cuando te haces cómplice sordo. Llegan, te compran la casa para el día siguiente con los muebles y todo, y ahora tú te me vas. Y la gente dice: ¡qué horror! Llegaron los narcos. ¡Pues claro! ¡Entraron en tu casa!
¿Cómo trasladarlo a la literatura? Ese horror. ¿Se lo plantea?
¿Cómo hago yo de eso una novela? ¿Será que ya me he vuelto demasiado dulce? Cabalmente desconozco ese mundo. No sé cómo podría hacer literatura con eso. Veo Los soprano con fascinación, casi como si fueran mis parientes. Comemos en casa y exclamamos: "¡A Tony ya hay que ponerle un límite!". Pero a los narcos no, no quiero pensar ni que existen.
¿Los rehúye la gente?
Los rehúyo yo. No estoy tan segura que mucha gente haga lo mismo. Les hay flagelados. Así como ahora los españoles viven obsesionados por la crisis y hay que decirles, no oiga, párense. Viven muy bien, eh. Piensen en lo que todavía tienen. Vamos viendo lo que ocurre por ahí. Por Dios: ¡asómense a la ventana!
Viene bien viajar para ver lo que pasa.
Y también para comprobar que uno no baja del aeropuerto y le van a meter un tiro, sino que llegan en santa paz. Aunque está mucho más complicado de lo que creíamos.
¿Es una guerra?
Sí, lo es. Pero hay muchos empeñados en que no lo sea, en que no esté siempre sobre la mesa, ni como primera noticia todos los días. También hay que fijar la atención en cantidad de gente que hace las cosas bien. Hay muchísimos. Estuve de jurado en unos premios que destacaban eso, personas que redimen causas, ecologistas, cuidando a niños de la calle, gente puesta en eso.
Cuando la violencia reina, ¿se impone la necesidad de contraponer ángeles a los demonios?
Son pocos los malos. Son demasiado malos, pero mucho menos que nosotros, ¿cómo es que nos vamos a dejar ganar? Matan, tienen dinero e influyen en el ánimo. Pero hay que revelarse. No puede ser que vayan a un pueblecito, por ejemplo a Marabatío, Michoacán, y le digan a uno: mira aquí está este dinero por poner a fulano de director de tu policía o aquí está este tiro si no lo haces... Ahora, la gran renovación es crear una policía nacional y a este y aquel de guardias. Pero es muy difícil, son 20 años lo que llevará. Ya van siendo dos generaciones.
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