Suplemento Laberinto
Los museos son bodegas de anomalías que no tuvieron cabida en los demás espacio-tiempos de las sociedades modernas.
Sin los museos, aquello que el arte precursa se hubiera disuelto, dispersado en micro-contextos; sin un refugio, las técnicas, objetos, formas de ser y prácticas artísticas resultarían solubles dentro de sus pequeñas historias regionales.
Solamente en descontextualización pudo improvisarse una continuidad artificial e internacional entre “obras”.
Los museos modernos sirvieron de manuales y almacenes de información disensual, protegida, aislada.
Pero en los museos —templos antropocéntricos—, las obras de arte en lugar de ser entendidas como experimentos semi-conscientes para crear otra civilización fueron valoradas estéticamente como piezas sueltas, exquisita etnografía.
Sedujeron al artista a adorarse a sí mismo.
El arte hoy rinde culto al yo del artista en lugar de ponerlo al servicio de las ciudades que habita.
Pero el pragmatismo norteamericano que cobija a la comunidad artística mundial desde los años cincuenta le ha impedido percatar que el arte debe subordinarse a la creación de otra civilización.
El propio arte asimiló los ataques del conservadurismo; se siente ridículo, utópico, infantil, extravagante.
No obstante, cierto arte sospecha que debe sacrificarse hacia prácticas neo-sociales.
Las galerías tenían como finalidad inconsciente servir de laboratorios para que los sujetos disensuales —conocidos en Occidente como “artistas”, los parias del orden social occidental— tuvieran un espacio-tiempo de experimentación de nuevas formas de ser y hacer.
Los artistas, en su avasallante mayoría, no han comprendido que tales espacios eran sólo zonas para poner a prueba saberes, técnicas, disciplinas, comportamientos, que debían ser exportados y adaptados a las escuelas, instituciones, viviendas y espacios públicos de las sociedades.
El arte hiberna. Después de hibernar, interviene ciudades.
Las técnicas y disciplinas del arte, sin embargo, deben perder su amada “autonomía” y ponerse al servicio de la arquitectura, la terapéutica, el urbanismo. El arte visual, por ejemplo, recobraría su sentido solamente dentro de nuevas religiones, superiores a las religiones del miedo.
Ciencias especulativas acerca del misterio del hombre.
¿Misterio?, pregunta el neopositivismo que domina al arte contemporáneo, ese adorno sofisticado, a la vez inútil y profético, supercapitalista y proto-revolucionario.
El llamado arte público es sólo la puerta hacia la siguiente fase. Si se radicaliza, esta vertiente del arte puede crear urbes.
Si el artista cruza esa puerta, empero, ya no será artista, ya no hará arte.
Por eso no la cruza. Por eso el artista, que teme perder su identidad, dubita. Permanece sin cruzar la puerta; es el hombre del umbral.
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