El Universal
La mañana en que escribí este artículo me levanté pensando en que casi nada de lo que afirmo va acompañado de estadísticas o datos duros -como se le llama a las cifras que aparentemente nadie puede refutar- y por supuesto me puse muy contento por ello. Hoy en día casi cualquiera acude a las estadísticas para demostrar autoridad. Sin unos cuantos datos que sostengan sus palabras los opinadores se sienten perdidos. Qué mala suerte encontrarse con uno que te sepulta en datos durante una conversación en la que se intenta aclarar determinado problema. Acaba uno mucho más confundido de lo que estaba. Antes siquiera de plantear el problema de una forma adecuada ya nos estamos llenando la cabeza de números que en buena parte no sirven para nada. ¿Cómo hace tanto mentiroso para poner a la verdad de su parte? Acude a las estadísticas. A veces ni siquiera tiene que preocuparse por explicar nada: “las estadísticas hablan por sí solas”, nos dice, aunque creo que es justo lo contrario: ningún dato puede hablar por sí mismo porque su sola existencia posee en principio una intención humana.
El verdulero sabe que los sábados se venden más calabazas que en el resto de la semana y obtiene beneficios de este conocimiento, es decir se pertrecha con más calabazas para que no se le acaben. Un día las cosas cambiarán y habrá que ajustarse a las nuevas condiciones del mercado. Ahora bien, si el mismo vendedor de verduras me dice que cinco de cada 10 personas que comen zanahorias son capaces de ver los volcanes en un día nublado porque tal verdura contiene propiedades que estimulan la vista, correré a comprar mis verduras en el puesto de junto. Comprendo que en el primer caso el señor verdulero sabe cosas por experiencia, en el segundo sólo está alardeando de un conocimiento que no tiene. Un camino para evitar el engaño es desconfiar de cualquier estadística que no podamos comprobar por nuestros propios medios (por ejemplo: el promedio de temperatura en la cima de los Pirineos); después habría qué preguntarse quién está ofreciendo los datos y cómo se beneficia de ello. También es bueno tratar de obtener conclusiones diferentes de unas mismas cifras o cambiar su sentido a la hora de interpretarlas. Y sobre todo, es indispensable leer entre líneas lo que estos números no dicen o esconden, pues es común que se les use para correr cortinas negras sobre ciertos aspectos del caso que pudieran ser en verdad relevantes para nosotros. Las estadísticas son un instrumento que auxilia en la ampliación del conocimiento humano, pero hay que tener en cuenta que toda recolección de datos, así como su interpretación y su aplicación en la realidad va precedida siempre de un interés humano.
Una visión desde ningún lugar, es el título que el filósofo Thomas Nagel ha elegido para un libro que reúne sus ideas acerca de la realidad, el conocimiento, la libertad, la muerte, el sentido de la vida, la ética y otros temas que son interesantes por sí mismos y que tantos escritores, filósofos, poetas y cocineros han tratado cada quien a su modo. Si tuviera que concluir en un párrafo lo que encontré en esas páginas diría lo siguiente: no podemos abandonar la perspectiva personal y subjetiva desde la que miramos, comprendemos y juzgamos el mundo que nos rodea: la objetividad absoluta es imposible aunque hacia ella tienda el conocimiento científico. Cuando uno desea ser objetivo intenta justamente ubicarse más allá de una posición determinada o subjetiva para observar las cosas desde ningún lugar y tratar así de ser imparcial, objetivo, justo. ¿Es posible hacer eso? ¿Es posible no anteponer los intereses personales -la singularidad- cada vez que uno da opinión sobre las cosas? Creo que la respuesta de Nagel es “no”, aunque haya escrito 300 hojas tratando de mostrar lo contrario. Y si los filósofos que han reflexionado acerca de la objetividad misma, como Hilary Putnam, Bernard Williams, Richard Rorty o el mismo Nagel tienen serias dudas de su posibilidad, ¿cómo podríamos aceptar las estadísticas como base de conocimiento? Son sólo un relato más, un instrumento, que en manos de personas honradas, razonables y -hasta donde es posible serlo- desinteresadas, podría servir para ampliar nuestro saber y mejorar muchos aspectos de la vida ordinaria. Ahora bien: ¿donde se han metido esas personas?
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