ElPaís
Entre los variados motivos por las que la crítica literaria no influye demasiado en la gente a la hora de decidir sus lecturas (muy por debajo, según las encuestas, del "boca a oreja", o de la compra "por impulso"), se encuentra el extendido recelo de que en ella no todo es trigo limpio. En realidad, la inmensa mayoría de los críticos se produce con honradez, independientemente del mayor o menor fundamento de sus juicios, pero lo cierto es que la crítica es un género literario muy susceptible de ser empleado para devolver favores o ventilar celos y antipatías antiguas. La tentación de hacerlo resulta comprensible si tenemos en cuenta que el mundillo literario constituye un ámbito particularmente incestuoso en que escritores, críticos, periodistas y editores, además de los propios medios en los que se expresan o publicitan, poseen intereses tangentes, y muy a menudo secantes. Y que en estos oficios es frecuente estar sentado hoy a un lado de la mesa, y mañana en el de enfrente.
En ocasiones el almíbar del halago o la virulencia de la diatriba son tan acusados que, además de llegar a su verdadero destinatario, consiguen extrañar al lector, ignorante de las razones que provocan uno u otra. Como ocurre en otros órdenes de la vida, una crítica sospechosa o deshonesta (la manzana podrida) tiende a poner en entredicho a las que no lo son, por lo que una de las cualidades básicas que debe exigirse a los responsables de las secciones de crítica de los medios es estar dotados de un buen detector de motivos espurios. No sería muy inteligente, por ejemplo, encargar a un historiador la crítica (algo muy diferente a la glosa) del libro de su discípulo favorito. O brindarle al enemigo de un novelista la posibilidad de reseñar su última ficción. Cosas que a veces ocurren y escandalizan.
Mucho más frecuente es la utilización de la inmediatez y la impunidad (y anonimato) que proporcionan los medios y foros electrónicos para desprestigiar al competidor académico. Ahí tienen el caso de Orlando Figes, un historiador que parecía haber conseguido lo máximo que puede brindar una carrera académica. Formado en Cambridge con honores, catedrático en el prestigioso Birkbeck College de la Universidad de Londres, Figes accedió muy joven al selecto grupo de historiadores -como Schama, o Fernández-Armesto- a los que sus (bien pagados) trabajos extraacadémicos y mediáticos y sus frecuentes artículos en la prensa generalista han amplificado considerablemente la influencia. Al prestigioso (y conservador) historiador de la Rusia contemporánea (incluyendo su magnífico libro sobre el estalinismo interiorizado Los que susurran, Edhasa) cuesta imaginárselo contaminando Amazon.com con sus venenosos comentarios anónimos o seudónimos que ponen a caer de un burro la obra de sus colegas. Pero ha ocurrido. Y, tras intentar defenderse con poco estilo (amenazando a los que le identificaron, culpando a su esposa), se ha visto obligado a entonar un humillante mea culpa. Fueron los nervios. Hoy su posición está en entredicho. Y aún más la fiabilidad de esos comentarios críticos que, provenientes muy a menudo de anónimos rivales, se encuentran en Amazon, la mayor y más consultada librería del planeta.
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