El Universal
Las personas más interesantes se esconden. ¿Será una regla? Interesantes, ¿para quién? Respondo: en todos los casos y para todos los quienes. Los palurdos, anodinos e insípidos, por el contrario, acostumbran no esconderse. Dan la cara en cuanto se abre una ventana. ¿Será otra regla? No, es una ley tan necia como la ley de la gravedad. Los seres más atractivos se entierran como topos, hay que husmear y sacarlos de su madriguera. Esto en caso de que sepamos dónde están, lo cual no es tan sencillo. Una mesera que va menuda entre las mesas de un restaurante en la plaza Lubeiskiej, en Varsovia. Ella es la única mujer con quien sería dichoso un joven escritor que vive en la calle 26-A, cerca de la librería Luvina, en Bogotá. ¿Pero quién va a presentarlos? Nadie, no existe alguien capaz de presentarlos porque ni siquiera tienen un amigo en común. Esto es una desgracia por donde se le mire.
Es un estigma: estar ausente cuando más se requiere de la pre sencia. ¿De cuántos artistas, libros, obra se pierde uno cada semana que transcurre? Respondo: se pierde uno absolutamente de todos. Personas que van entre las mesas, o no están en los medios masivos o se esconden por instinto. Se llama calamidad. Buscar en Varsovia a las mujeres que convienen ¿es imprudente? ¿O en un barrio de la Macarena a los escritores ocultos? No, de ningún modo, en cambio se les busca en el barrio o dentro de la misma casa. En último término la pereza es un arte que cuesta doblones de oro. ¿Se sabe si existen aún los doblones de oro? Yo he vuelto a leer a Witold Gombrowicz después de que han caído al suelo dos décadas más (lo leí por primera vez el seis de julio del ochenta y nueve). Son dos conferencias dictadas por ese escritor proveniente de la garganta de un perro y publicadas por Tumbona Ediciones dentro de una colección de nombre Versus. En esta colección han aparecido también los breves libros de Rafael Lemus: Contra la vida activa; de Heriberto Yépez: Contra la tele-visión; además de un argumento contra la homofobia, escrito hace dos siglos por Jeremy Bentham. Y más.
“El estilo no es otra cosa sino una actitud espiritual frente al mundo”, ha dicho Gombrowicz. ¿Quién ha puesto en cara una definición tan sencilla? Varios habrían tardado cuarenta y siete páginas plenas de metáforas para bosquejar una definición que dejara un poco más claro que el estilo, como la economía, no es cálculo y teoremas, sino sentido del humor. Sentido del humor quiere decir pasión que toma dirección, pasión orientada hacia el este. Y en la misma conferencia —la cual, por cierto, versa contra los poetas—, Gombrowicz ha dicho algo que pasmaría a más de tres: “A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces”. Yo comprendo esto de dos maneras.
La primera es que el joven escritor quien vive en la calle 26-A en el barrio de la Macarena, Bogotá, debería ahorrar dinero, tomar un avión e ir a buscar a su hermosa polaca a Varsovia. Ella sabrá esperar. La segunda interpretación de lo que ha expresado el autor de Pornografía, es la siguiente: el artista tendría que expulsarse del barrio de sí mismo para saber si fuera del vientre, de la esfera íntima, encuentra a una mesera menuda que cambie la orientación de su vida. Es una prueba. Y sí uno no sale a la calle en busca de esos artistas, editores, escritores, librerías que se esconden —o que son sepultados por la agobiante vocinglería de los medios— habrá dado el paso hacia la anulación del ser testarudo e intensamente mediocre que se anida en el alma. ¿Se puede vivir sin leer a Cervantes? Sí, pero eso no es vida. Y si además de lidiar con Cervantes se va en busca de la bella joven eslava que se esconde sirviendo mesas, entonces casi todo habrá valido la pena.
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