Suplemento Laberinto
La personalidad intelectual de Carlos Monsiváis rebasó con mucho el registro de la escritura y a menudo domina ese artista de la oralidad y el ingenio íntimo que tanto atesoran sus amigos y conocidos. Por eso, y porque resulta difícil elegir en una obra tan copiosa, la memoria en torno a Monsiváis tiende a ser personal y anecdótica y está habitada por sucesos y ocurrencias legendarias. Cierto, en determinadas estancias de su obra, Monsiváis es uno de los creadores de ideas e innovadores literarios más relevantes de su época; sin embargo, si hay que escoger un libro, a mi gusto, el volumen más unitario, riguroso y emotivo de este escritor es Salvador Novo, lo marginal en el centro. Esta biografía es un homenaje que recupera, expone y valora una obra periodística y poética soslayada, que reconstruye el ambiente cultural y sociopolítico de las primeras seis décadas del siglo pasado y que se introduce, sin concesiones, pero con pasión y simpatía, en la vida y los dilemas de su biografiado.
El libro aborda un caso ejemplar de disenso estético y moral y conforma un retrato del artista que va de su adolescencia a su languidecencia. Monsiváis retrata al niño condenado por su preferencia, al adolescente desafiante, al adulto acomodaticio y, sobre todo, al poeta secreto. El biógrafo exalta la valentía y jovialidad con que Novo asume su identidad y vuelve literatura sus filias y sus fobias. Para Monsiváis la libertad que se permitió Novo en su vida se traduce en su estilo de escritura: desenfadado, grácil, lleno de viveza y veneno. Por supuesto, a medida que se institucionaliza, su ingenio se encauza de distinta manera. Porque Novo es un hombre desafiante pero pragmático: no desdeña los favores del régimen que emana de la violencia que aborrece, elogia a los nuevos ricos que desdeña y logra el ascenso y el reconocimiento asimilándose en parte al oficialismo. Por eso, si para muchos el libro sobre Novo tiene valor como épica de las minorías de principios de siglo, acaso tiene más valor como ejemplo del dilema del gran talento que se concentra en narrar chismes y bagatelas y del esteta desgarrado que, en su ocaso, adquiere conciencia del desperdicio de sus dones. El drama individual, por lo demás, es drama colectivo y la historia de Novo es, en parte, la tragedia de la generación de los Contemporáneos, una camada aislada en un medio ideológico, moral y estético adverso que, para sobrevivir, debe oscilar entre la resistencia y la asimilación, el reto y el disimulo, el arte y la burocracia.
El libro de Monsiváis conjuga investigación e información histórica, interpretación literaria, crítica de la cultura y teoría queer; su estilo denota capacidad de síntesis, articulación y pasión narrativa y belleza de estilo. Por lo demás, en ningún otro libro aflora la emotividad y simpatía que se adivinan en éste. Si en muchos retratos de Monsiváis el humor establece una distancia crítica entre el retratista y su modelo, en este caso la identificación es ostensible. No haría falta entrar en detalles para intuir las vidas paralelas de Novo y Monsiváis: desarraigados, excéntricos, marginales, retadores, dotados de un alma risueña, se convierten, desde su posición de outsiders, en observadores de la fauna social. Los dos son seres urbanos que se fascinan y horrorizan con el espectáculo de lo moderno y que relatan la epopeya citadina con sus grandezas y minucias; los dos se acomodan a las formas fragmentarias y fugaces y escriben algunas de sus páginas más inteligentes e inspiradas en materiales perecederos; los dos son leyendas de ingenio y extravagancia personal; los dos eligen la crónica como un sucedáneo de la gran novela humana que acaso estaban destinados a escribir. Por lo demás, de la trayectoria y obra de ambos quizá se pueda fundar una preceptiva de los confines: aceptar la marginalidad como observatorio privilegiado, apostar por placeres y causas concretas, no por partidos y teorías, y discernir, en tiempos de sombra y confusión, con la moral de la belleza o del humor.
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