sábado, 26 de junio de 2010

Entre amigos

26/junio/2010
Suplemento Laberinto
José Luis Martínez

La admiración de Carlos Monsiváis por sus amigos era muy grande. Además de afecto, el siguiente diálogo —parte de una amplia entrevista publicada en la sección cultural de Milenio Diario el 4 de mayo de 2008, con motivo de sus 70 años— muestra el reconocimiento del escritor de Entrada libre a la inteligencia y al trabajo de José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elena Poniatowska y Vicente Rojo, parte todos ellos de una generación excepcional.

Con Pitol y José Emilio formas parte de una “generación de tres personas”. ¿Estás de acuerdo con esta idea de Pitol?

Sí, desde luego, pero si generación es trabajo en conjunto la nuestra duró muy poco, aunque la amistad y la amistad literaria persisten. Sergio se fue a China en 1960, yo me sumergí en Radio Universidad, José Emilio, consagrado a la poesía, siguió en Revista de la Universidad y en suplementos con su labor de reconocimiento de autores y tendencias. Es uno de los grandes cronistas literarios de Hispanoamérica, en la noble tradición de Alfonso Reyes y Edmund Wilson.

¿Por qué decides invitar a José Emilio a escribir a la revista Medio Siglo?

Conozco a José Emilio Pacheco hace cincuenta y un años y me impresionaron al instante su erudición, su fe en la literatura, su conocimiento del mundo literario. Estaba a cargo de la parte “juvenil” de Estaciones, la revista que muy generosamente dirigía el doctor Elías Nandino y me invitó a colaborar. Luego, correspondí pidiéndole textos para Medio Siglo, la mejor revista estudiantil de una larga etapa, que fundaron Porfirio Muñoz Ledo, Sergio Pitol, Víctor Flores Olea, Arturo González Cosío, y que en su segunda etapa dirigían Fernando Zertuche, Miguel González Avelar, Sergio García Ramírez y Martín Reyes Vayssade. A todos, esto sí lo recuerdo, nos asombró la precocidad literaria de José Emilio (ya JEP en varias notas). Recuerdo su nota al aparecer La región más transparente, su lectura disciplinada del “mural” de personajes y técnicas literarias. Como se diría desde el resentimiento: no obstante todas sus virtudes, José Emilio es admirable.

¿Cómo conoces a Pitol?

A Pitol y a su (nuestro) amigo primordial Luis Prieto Reyes los conocí a mediados de 1954 en la Preparatoria de San Ildefonso, frente a los murales de Orozco. Eran los días de la denuncia del golpe de Estado en Guatemala. Luis, de pronto, aseguró que los arquetipos retratados por Orozco eran todavía los mismos que aparecían en la crónica de sociales de Excélsior y que si uno se fijaba bien allí estaban doña Soledad de Ávila Camacho, doña María Izaguirre de Ruiz Cortines, el Marqués del Charro Alegre, el obispo de Tenmeaquí y otros. Me grabé los nombres y por supuesto le creí. La ingenuidad es el antecedente judicial de la madurez.

Sergio corroboró lo dicho por Luis, pero lo corrigió: “No es el Marqués del Charro Alegre sino el Marqués de la Haciendota (o algo así)”. Luis se disculpó. Luego yo fui tratando a Sergio, uno de mis maestros fundamentales, y no es culpa suya si se me olvidaron las clases. Me recomendó en ¡1954 o 1955! a Borges, Carpentier, Reyes, Dashiell Hammett, en fin.

¿Y a Elena Poniatowska?

Cada sábado Elena Poniatowska publicaba sus entrevistas (que deberían revisarse por la información de diversa índole que trasmiten) en el suplemento México en la Cultura de Novedades que dirigía Fernando Benítez, un escritor y un reportero notable. Fernando es la persona más entusiasta de que, como se decía antes de Google, guardo memoria. José Emilio y yo escuchábamos con regocijo sus proezas amorosas (“¡Ah hermanito! ¡Esa mujer era el cuero más formidable que han dado las riberas del Usumacinta!”), sus anécdotas y su alegría por lo que le entregábamos: “Estoy convencido de que esta colaboración tuya será inferior a la de la semana próxima”. No era un entusiasta en el vacío y bien podía no publicar el texto, pero creía su deber animar a sus colaboradores, una técnica ahora casi siempre en desuso.

Vuelvo a Elena. Para mí, su mejor libro, cada vez más actual es Hasta no verte Jesús mío, una novela-crónica notable. Y el libro de repercusión histórica, y el adjetivo es absolutamente comprobable es La noche de Tlatelolco. Elena es generosa, capaz de una entrega notable a las causas que le importan, que resiste con falso y verdadero candor a las embestidas de la derecha, mientras más enojada más estúpida. ¿Es extraño que se le quiera tanto y que a fin de cuentas, y para usar una línea lópezvelardiana, inaccesible al deshonor florezca sin necesidad de compartir pedestales y responsabilidades de la patria?

Me falta hablar de un maestro reticente, muy creativo, generoso, muy lúcido y un ejemplo notable: Vicente Rojo, esencial no sólo en las artes gráficas sino en la difusión cultural.


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