Suplemento Laberinto
El cine —como medio y expresión artística— se ha ocupado con frecuencia del fenómeno de la migración, que actualmente involucra a 150 millones de personas en el mundo, de las cuales el diez por ciento procede de Latinoamérica.
Drama, épica y aventura son componentes de cada pasaje protagonizado por alguien que sale de su lugar de origen para llegar a otro e iniciar una nueva vida; estos tres principios son también de los más explotados por el cine de cualquier nacionalidad.
En el caso de México, el tema se impone de manera natural en nuestra cinematografía dada la contundencia de las cifras: de los 31.7 millones de hispanos que hay en Estados Unidos, 20 millones son mexicanos, así como 7 de los 11.9 millones de indocumentados que existen en ese país.
UN TEMA RECURRENTE
Una de las primeras producciones mexicanas en abordar de manera abierta la migración de indocumentados hacia Estados Unidos fue Espaldas mojadas (1953) de Alejandro Galindo. A partir de entonces estas historias han estado presentes y su cantidad ha variado según la coyuntura.
De acuerdo con el crítico Jorge Ayala Blanco, en los ochenta del siglo XX: “Primero empezaron las películas de frontera, por ejemplo Camelia la Texana, después se volvió un tema constante, entendiendo que hay un dominante dentro de esta situación: los inmigrantes siempre son las víctimas. Siempre son películas de calvario. No creo que en los ochenta o noventa haya películas con la lucidez de Norteado o La frontera infinita, más bien son trabajos ingenuos, como los de los hermanos Almada”.
Pero si hablar de los problemas padecidos por los indocumentados no es nuevo, donde sí se registran cambios es en la búsqueda de los realizadores por reflexionar sobre las causas e implicaciones sociales de este fenómeno. La intensidad o el tono de la producción varía según el momento. Por ejemplo, tras la Ley 187 que proponía negar los servicios sociales, médicos y de educación a los “ilegales” en California, Sergio Arau filmó la comedia Un día sin mexicanos, en donde narra cómo una mañana desaparecen de ese estado 14 millones de hispanos, paralizando, entre otros, todos los sectores de servicios.
En los últimos años, algunos cineastas han intentado interiorizar el problema. Un caso es Norteado, donde Rigoberto Perezcano reflexiona sobre la cosificación del migrante, quien tiene que disfra- zarse de sillón para cruzar la frontera. “Cuando decidí hacer Norteado me cuestioné: ¿por qué hacer una película de migración cuando se tiene la posibilidad de hacer una ópera prima en México y sabiendo que puede ser tu primer y último trabajo? Creía que la migración ya era un tema muy explotado y sobre el que se había dicho mucho. Pero mi percepción cambió cuando en San Diego visité un centro de detención. El tema me tocó y me sentí obligado a traducir mi esfuerzo en una película y darle voz a la gente que sale en búsqueda de una mejor calidad de vida y queda detenida en esos espacios. No quería hacer una película igual a todas, y creo que Norteado ha marcado pauta y diferencia respecto a las demás”, explica el director.
Del lado del documental, un trabajo reciente que intentó darle otra perspectiva al tema es el de Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman: Los que se quedan, protagonizado por las familias de quienes se van a cruzar la frontera. Comenta Rulfo: “Desde el principio asumimos que hay muchas producciones sobre migración y todas tratan el tema desde el punto de vista de la estadística y los datos duros. Así que nos pusimos a buscar personajes que hablaran a partir de la vida cotidiana”.
¿La migración es un tema agotado? Las posturas varían, al menos en lo que se refiere a la visión del lado mexicano. Perezcano sostiene: “Siempre se dice que el tema está tocado y reiterado, pero no. Mientras el artista sienta el compromiso por contar algo, va a dar todo su esfuerzo y conocimiento con tal de levantar la película en la que cree”.
La opinión de Juan Carlos Rulfo apunta en un sentido crítico: “La migración se ha tratado bastante, pero de manera truculenta. Apenas estamos entendiendo cómo representarla físicamente y las razones por las que ocurre. No creo que sea un tema agotado, más bien a la gente no le importa. Es algo que está fuera del común denominador. Es como hablar de las comunidades indígenas o del folclor, hay gente a la que le choca eso. No es sólo el migrante al que tratan mal y tiene aventuras en el viaje, esto es dramático por sí mismo. Lo que falta es algo que abarque a las dos naciones, más global y con una repercusión mayor. Podemos pensar que lo hecho hasta ahora han sido ensayos para acercarnos a lo que realmente tenemos que decir”.
Para Ayala Blanco, el tema está cubierto y destaca la falta de propuestas novedosas: “Cuando se habla de migración pensamos en la que se hace a Estados Unidos, pero también hay películas de migración interna: la gente que llega del campo a la ciudad —finalmente la migración es todo movimiento territorial—. O bien las películas tipo Sin nombre, donde vemos a quienes atraviesan el territorio nacional para llegar a Estados Unidos. La migración en el caso mexicano está bastante cubierta, quizá la menos tratada es la del campo a la ciudad, aunque hay buenos documentales. La película que ganó en Cannes, Año bisiesto, es un poco la consecuencia de la migración. Una mujer de Oaxaca que es periodista y llega a la capital, pero nunca logra adaptarse y vive en un estado permanente de melancolía; la película es excelente desde este punto de vista”.
MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA
Producciones como La misma luna de Patricia Riggen, Los bastardos de Amat Escalante, Espiral de Jorge Pérez Solano, son algunos de los trabajos recientes sobre la migración ilegal. Sin embargo, todos se centran en la frontera norte. Entre las cintas nacionales que miran lo que sucede en el sur, quizá la más destacada es La frontera infinita de Juan Manuel Sepúlveda. Todavía la revisión de los directores nacionales hacia esta región es mínima, cosa que no sucede con trabajos de manufactura estadunidense relacionados con tráfico de latinoamericanos.
Pionera en este rubro es El Norte de Gregory Nava, filmada en 1983, y que trata sobre el recorrido de una pareja de guatemaltecos que atraviesa México para llegar a Los Ángeles. Veinte años después, la película todavía es un referente en Estados Unidos, así lo reconoce Rebecca Cammisa, documentalista estadunidense que gracias a su trabajo Which way home, donde muestra el periplo de los niños centroamericanos que viajan solos por México rumbo a la frontera con Estados Unidos, estuvo postulada a Mejor Documental en la pasada entrega de los premios Oscar. De visita en México, en el marco del Tercer Festival Internacional de Cine en Derechos Humanos, organizado por el Tecnológico de Monterrey, la directora comenta: “El primer trabajo que vi sobre este tema fue El Norte de Gregory Nava, es fantástico y realmente fue una gran influencia para que yo hiciera la película. Otras películas notables son Los que se quedan, que trata sobre las familias de los migrantes, y De nadie de Tin Dirdamal”.
A lo largo de Which way home vemos a pequeños que a bordo del tren conocido como La Bestia, intentan cruzar el país para llegar al “sueño americano”: “Mi postura como directora es intentar ser objetiva y no interferir con el tema que estoy tratando. Mi labor es capturar la realidad e informar. Si nos involucramos afectamos de manera negativa la película, pero no puedo negar que la tentación de participar está ahí, sobre todo porque son niños. De hecho, en un momento intentamos ayudarlos, pero no es sano hacerlo porque entonces se vuelven tu responsabilidad y adquieres el rol de director de la situación y eso es peligroso para los efectos de la película”, comenta Cammisa.
Al reflexionar sobre el fenómeno migratorio, la cineasta reconoce que si bien en la historia del hombre es inherente el desplazamiento, el fenómeno hoy día se encamina por otro sendero: “El problema es cómo la gente puede migrar con todas las fuerzas sociopolíticas que se están moviendo; pienso en la economía, el terrorismo, la política. Es un problema mundial, no solo México-Estados Unidos, sino España-África o Italia-África. Es arrogante pensar que el origen es que no hay oportunidades en los países latinoamericanos. A lo mejor Kevin (niño protagonista de la película) debería estar en la escuela, pero quizá él no quiere y él es quien deja de lado la oportunidad. A lo mejor el tema tiene que ver más con la carga emocional que traen. Al ser niños no tienen conciencia sobre la necesidad de dinero sino que a lo mejor están huyendo del abuso; en el caso de Kevin, huye de su padrastro”.
VICTIMIZACIÓN
El enfoque del tema varía según el contexto. En el caso de Ayala Blanco, la postura mexicana está empañada por el victimismo: “Todo se sentimentaliza en el cine mexicano. Sigue dominando la mentalidad telenovelera y melodramática. Todo drama de migración tiende a la truculencia, el tremendismo y lo sentimental. La mayoría de las películas son así, incluyendo cintas tan abyectas como Babel: no le dejes tus hijos a una sirvienta mexicana inmigrante porque se terminan deshidratando en el desierto. Quizá la mejor cinta nacional que se ha hecho sobre migración es La frontera infinita, que cuenta el viaje de los guatemaltecos que pasan por el territorio nacional. Ahí el problema es visto desde la esperanza, que es otra cosa totalmente distinta; justo lo que evitó Sepúlveda fue caer en el escollo de la víctima. La victimización es políticamente correcta. Para no tratar el tema realmente político, se desvía y por eso se les trata como ‘pobrecitos, hay que compadecerlos’”.
A juicio del crítico, son contados los filmes que escapan de esta tendencia: “Sin nombre es una película norteamericana que trata bien el tema de las mafias antiinmigrantes, incluso la red de la Mara Salvatrucha, que es importante desde el punto de vista centroamericano. No existe una ficción nacional al nivel de La frontera infinita; La misma luna es un cuento de hadas; Rehje es un buen documental, cuenta la historia de una mujer mazahua que huye de su pueblo pero no logra arraigar en la Ciudad de México. Cuando trata de regresar le resulta imposible porque su pueblo está perdiendo el agua. Norteado es un excelente trabajo, es muy inteligente porque habla de cómo un ser humano se convierte en objeto para atravesar la frontera, además es de una sobriedad absoluta con los mejores rasgos del cine iraní; Los que se quedan es otra vez el melodrama, esa cosa sentimentalista y chantajista muy ambigua. Me parece más interesante Del otro lado de Natalia Almada, que es sobre cómo se le cierran las posibilidades a un personaje que tiene que emigrar; Los bastardos ya no es sobre la migración, sino sobre la función del emigrado. Ahí está planteada la cuestión del resentimiento: ser bastardo en un país donde está mal visto. Está dentro del mismo fenómeno, en el sentido de que es resultado de la migración”.
La apreciación genera opiniones encontradas. Rebecca Cammisa, por ejemplo, no está de acuerdo con Ayala Blanco: “En Los que se quedan no siento que sean victimizadas las familias. Lo que sucede es que la soledad y la separación son temas trágicos de por sí en las familias rotas. El dolor se va haciendo presente conforme el paso del tiempo. No creo que hayan manipulado a los personajes”.
Por su parte, Juan Carlos Rulfo reconoce la existencia del recurso sentimentaloide en buena parte de las producciones que aluden a la migración y asegura que el reto es llevar la discusión a terrenos más humanos: “La realidad mexicana habla mucho del fatalismo que se vive en el país en términos de narcotráfico, política y ahora migración. Son temas fáciles para el melodrama, pero aún no sabemos cuáles son las razones del fenómeno. Sería novedoso hablar de esto. Volviendo a los personajes víctimas y al tratarlos con amarillismo se aleja a la gente. Por eso es interesante buscar nuevos estilos narrativos, y esto tendría que ver con hacer a los personajes más humanos y universales”.
NUEVO AUGE
La implementación de la Ley SB1070 y el traslado de militares estadunidenses a la frontera con México, han significado una nueva piedra de toque sobre el tema migratorio y permiten suponer que el cine tendrá, una vez más, algo que decir al respecto. Opina Rigoberto Perezcano: “Jamás pensamos una ley como la de Arizona. Incluso ahora que estoy abandonando Norteado, pensé que el tema no daba para más, pero no es así. Mientras sigan estas leyes que son ignorantes y tristes, la migración persistirá como tema, al menos hasta que no se modifiquen las leyes en México y Estados Unidos promulgue una reforma migratoria”.
No obstante, la coyuntura podría servir para hacer, a través de la cinematografía, un ejercicio de autocrítica y revisar lo que sucede aquí en el mismo terreno. “La forma en que se ha trabajado es demasiado políticamente correcta. Hace falta ser más agresivos, no hemos encontrado la manera de poder sacudir a la sociedad. Nos ha faltado revisar lo que sucede aquí. Which way home versa sobre esto. Finalmente de lo que se trata es de atacar el origen del problema”, declara Juan Carlos Rulfo.
Sobre el mismo punto se pronuncia Ayala Blanco: “Es posible que con lo de Arizona se fortalezca la idea de la victimización, pero no irá más allá. El cine mexicano siempre tiende a ir a la saga de todo y siempre sin ningún análisis ni virulencia política. La película perfecta desde el punto de vista de lo políticamente correcto es Un día sin mexicanos, que es un churrote asqueroso de Sergio Arau, donde según él muestra cómo los estadunidenses necesitan a los mexicanos”.
Un llamado más frontal es el que hace Rebecca Cammiso. Primero en reconocer la responsabilidad norteamericana: “El gobierno de Estados Unidos ha fallado sin importar quién sea el presidente, esto ha propiciado que estados como Arizona tomen el asunto en sus manos y busquen soluciones al margen del gobierno federal. Es necesaria una ley que afronte el problema. Hay niños que están siendo violados y que sufren. ¿Qué se necesita para que los políticos se pongan a trabajar en este sentido? ¿Cuánto es suficiente? El documental intenta motivar para que la gente se ponga a trabajar”.
Sin embargo, la realizadora también enfatiza que México tiene una dosis importante de responsabilidad que no ha querido asumir: “Durante la filmación nos tocó ver situaciones violentas. El problema no es cuando el migrante sale de su casa, el problema empieza cuando entra a México. En Guatemala las familias encargan al niño con un vecino hasta que llegan a determinado punto, pero ya en México los coyotes los violan o los tratan como sirvientes. Aquí hay homicidios, corrupción, etc. Para los migrantes el miedo al desierto es poco en comparación con el terror que les produce cruzar este país.
“Siempre nos preocupa lo que hace Estados Unidos —indica Cammiso—, pero basta ir a los albergues en Tenosique o Tapachula. Muchas veces secuestran a los migrantes y extorsionan a las familias centroamericanas para regresarlos. Hay que ver lo que sucede al interior y mostrarlo. No sé si el cine mexicano lo esté haciendo, pero sería prudente revisar este aspecto también”.
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