sábado, 24 de abril de 2010

El Edén sombrío

24/Abril/2010
Suplemento Laberinto
Guillermo Samperio

Alguna ocasión, cuando Juan Rulfo visitaba la biblioteca de una universidad de los EU y el diligente rector lo introdujo en una sala especial, en cuya puerta pendía el letrero con el nombre del autor de El gallo de oro, Rulfo se quedó un momento observando los estantes repletos de ensayos, tesis y estudios sobre su obra. El rector lo miraba orgulloso y esperaba el comentario del escritor, quien no hizo esperar más a su interlocutor: “¿Y todos estos han vivido y se han alimentado de lo que yo he escrito?” Las palabras de Rulfo fueron de afilada incomodidad, pero de cualquier modo señalaban hacia él mismo: aunque era el narrador mayor del siglo XX latinoamericano, compartiendo rating con Kafka o Virginia Woolf a nivel universal, este Juan tuvo que seguir trabajando en oscuras oficinas burocráticas hasta su muerte. Sin embargo, el poder, el sistema, olvidó que “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”, como escribió, en su acostumbrado laconismo, Jorge Luis Borges.

Por otro lado, la voluminosidad de estudios sobre su literatura señalaba también que la obra de Rulfo había sido analizada desde múltiples ángulos, apreciaciones, metodologías y sistemas de pensamiento. El escritor mexicano-guatemalteco Augusto Monterroso, que en paz descanse, comparaba este fenómeno de hiperanálisis al que, durante siglos, ha perseguido a El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, pues hay sobre El Quijote desde ensayos que demuestran secretos códigos judaicos de Cervantes hasta la revisión de las costumbres populares descritas en la novela, pasando por diversos análisis estructuralistas y hasta semióticos, es decir la retórica en turno según la época. Incluso, se corre el fuerte rumor de que Harold Bloom nos amenaza con explicarnos El Quijote a partir de la versión inglesa.

La respuesta a este suceso de las múltiples lecturas es la de que dicho libro se encuentra en constante movimiento debido a sus múltiples registros, niveles de profundidad, universo complejo de lenguaje y circunstancias literarias e históricas en que se escribió y a partir de las cuales cambió la relación texto-lector. Cervantes fundando la novela moderna, y Rulfo fundando la novela moderna para América Latina.

Si bien Cervantes logra la develación satírica de su momento (literario e histórico) y nos presenta al buen y atolondrado conquistador, hace oblicua la relación lector-texto; de cualquier manera su base de credibilidad, de verosimilitud, la establece al introducir historias y anécdotas de la gente del pueblo.

Sancho es la terrenalidad, el personaje protagónico que crea complicidad con el lector. Don Quijote representa la imposibilidad del lector en tanto que los sueños fantásticos del Hidalgo de la Mancha echan por tierra los sueños de conquista, colonialismo, de los cruzados, y la sensiblería narrativa dominante en el imaginario europeo. Por su parte, Pedro Páramo rompe con la tradición realista, criollista, con la relación directa entre significante y significado, y le propone al lector un desciframiento de un magma literario extraño, acentuando la presencia de la oscuridad, lo sobrenatural, lo fantástico y, por consecuencia, el lado de la muerte. En Pedro Páramo la totalidad no es nunca sistematizable más que a un nivel abstracto: la novela aparece como algo que deviene, como un proceso permanente: un ayer eterno. Es un juego, un cambio constante, un movimiento hacia un fin jamás alcanzado, una aspiración hacia una finalidad defraudada, o dicho en palabras actuales: una transformación. Esta mutación de la estructura hace que la novela se convierta en el propio discurso del tiempo y de ahí la sensación de que el relato es demasiado extenso aunque el texto de la novela sea más bien breve.

En la novela La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, el papel que juegan las sombras y la oscuridad es importante, a tal grado que no sólo hacen las atmósferas con acentuada dramaticidad sino que, de pronto, las sombras mismas se convierten, a través del mecanismo de la fábula, en personajes, según lo explica Silvia Molina. Pensar, incluso, la sombra que proyecta el caudillo (Obregón, en la realidad) sobre la historia de México, hacia el pasado y hacia el futuro, es posible, es verosímil, como suponer la sombra que lanza El Golem, de Gustav Meyrink, sobre la tradición judía; pero en el caso de la sombra que construyó Martín Luis nos encontramos con un Golem perverso que representa la sombra de la traición violenta, el autoritarismo y el poder ejercido desde las penumbras, esa oscuridad desde la que se han decidido asuntos de la nación mexicana.

Tanto en El Quijote como en La sombra del caudillo encontraremos que sus referentes son verificables en el contexto histórico en que aparecieron. Estas novelas representan, aparte de su valor literario, acontecimientos sociales, culturales e históricos, que devienen hacia un valor universal que las sustenta y las hace perdurables: levantan su presencia literaria a partir de la fuerza del acontecimiento que marca la vida de una época a profundidad, para representarla en distintas trayectorias históricas. Aquí, la relación lector-texto es directa, con referentes interpretables y, en varios casos, verificables, con más o menos sencillez.

Al cambiar la relación “escritor-objeto a narrar”, tenderá a modificarse a sí mismo la relación “texto-lector”, acto en que se realiza el ciclo “percepción-creación-escritura-lectura”. El novelista ofrecerá, entonces, una novela donde los referentes se han enrarecido, donde los acontecimientos se vuelven simultáneos (pertenecen a la “esencia de una época”) y donde lo imaginario y la realidad comienzan a mezclarse. En este punto se encuentra Juan Rulfo antes de escribir Pedro Páramo.

Gombrowicz ha dicho que, en términos generales, una historia narrada lo es de un suceso que ya aconteció y donde la actualidad del narrador emprende la escritura con el fin de hacerla presente, mediante actos de la memoria del cuerpo, independientemente de que conozca la historia, el suceso, o no, antes de escribirla: narrará algo consumado. Esta relación es la primera que modifica Rulfo, invirtiendo el tiempo del recuerdo. Por lo general, son los vivos los que recuerdan a los muertos. En Pedro Páramo son los muertos los que recuerdan a los vivos. El acontecer se encuentra trastocado: la muerte anima la vida que no existe más que en la memoria de la muerte, de lo huidizo. El presente es muerte, sombra, fantasmagoría. El pasado es vida, luz, olor y sonido de las vivencias.

De esta forma, a través de trastocamientos, Juan Rulfo entra en el espíritu de la época. La primera edición de Pedro Páramo es de 1955: quiere decir que la empezó a escribir unos tres o cuatro años antes. Pero anteriormente ya había escrito El llano en llamas, conjunto de cuentos que le sirvieron de base y de experiencia narrativa para redactar luego el texto mayor. En la niñez y la adolescencia de Rulfo están los recuerdos de los últimos estertores de la Revolución Mexicana, pero en especial los de la Guerra Cristera (de ahí que el padre Rentería se incorpore a las fuerzas de Cristo Rey). El símbolo trastocado de mayor importancia se encuentra en el señalamiento de esos acontecimientos violentos. La guerra la hizo el pueblo vivo que, en la visión de Rulfo, devino en pueblo muerto: la guerra se hizo para que viviera el pueblo, por la natividad de una nueva república. La escritura de Juan Rulfo es la visión del desencanto, del despertar desolado y sin esperanza. Es el México rural agotado por la revolución y el levantamiento cristero, pueblos fantasmagóricos como Luvina y Comala están enraizados a un tiempo que no transcurre, lugar donde los muertos deambulan y los recuerdos son murmullos, en un ayer eterno o en un futuro prometido pero estafado. Vaticinó que el último reducto del poder arbitrario y terrible, para México, serían los caciques rurales y urbanos, como Pedro Páramo. Allí donde se ha generado la pobreza extrema, la marginación, el miedo y la sumisión, allí se encuentra uno de los Páramo.

Caminar con desilusión, con la burla, o el castigo a cuestas, es como caminar doble, como caminar y andar al mismo tiempo sin que sean uno solo. Si intentamos crear un marco histórico, suponemos a estos cuatro caminantes como ex-cristeros desmovilizados a fuerza. Es la época cardenista, en plena reforma agraria, y el gobierno les ha dado unas tierras inservibles, quizá para mantenerlos apartados de los centros de población, por escarnio, o como efecto de una reforma agraria burocrática y ciega que reparte tierras porque sí, para cumplir con un plan teórico. En Pedro Páramo la burla es mayor: el poder del cacique es absoluto. En alguno de sus cuentos, Borges escribió que olvidamos que somos sombras que caminan entre sombras.


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