sábado, 17 de abril de 2010

Cómo saboteamos al libro digital

17/Abril/2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Es obvio que el libro de papel pronto perderá su protagonismo. Será objeto de colección. El e-book, a mediano plazo, nos conviene a todos.

Por ejemplo, a estudiantes. En nuestro país, ¡incluso las ferias del libro tienen mejores libros que las bibliotecas públicas! Siguen los acervos electrónicos gratuitos.

En el sector educativo, el libro digital urge. Los estudiantes no tienen acceso a la información existente.

Disciplinas como la filosofía ganarían muchísimo con el libro digital. Los libros de filosofía se leen con pausas, parte por parte, del mismo modo en que se lee en Internet. Sólo un mal lector de filosofía lee sin intervalos, como si una obra teórica fuese una novela de aeropuerto.

(En internet se lee texto breve, que pueda pausarse o conectarse con otro).

La literatura, en cambio, tendrá que modificar drásticamente su estructura.

La novela de entretenimiento perderá; es muy probable que la narrativa y poesía acelerarán su incorporación de sonido y visualidad como parte de su estructura discursiva al pasar del papel al monitor. Sólo así se sostendrán.

En la pantalla, varios géneros literarios desaparecerán.

La prosa (non fiction) será la gran ganadora. Sobre todo, el libro de investigación o difusión. Los versitos, los vencidos. El ensayo es el género del futuro.

Oponerse al libro digital es detener la sociedad del conocimiento, que es el modelo al que podemos apostar.

Con el libro digital también las editoriales (como hoy las conocemos) tendrán que reinventarse de pies a cabeza.

Hay causas burdas que están saboteando la transición hacia el libro digital: en muchos países —México, por ejemplo— ni siquiera hay empresas confiables que vendan obras por internet. Ni siquiera de papel: el sitio de Gandhi.com.mx es pésimo.

La otra razón que impide que el libro digital arraigue es la ideología de la propiedad privada.

Todo ese romanticismo ante el libro —“tener el objeto entre tus manos”, “sentir el papel” y demás cursilerías que autores y lectores arguyen— no es más que el cariño inconsciente que le tenemos al capitalismo.

Tener un libro se siente bonito porque ya nos gustó el elitismo y la división de clases.

Además, los libros de papel son biblias a escondidas, motivo clandestino de la defensa dogmática del libro impreso.

Romantizar al libro impreso es mitologizar religión y capitalismo.

Y ese otro alegato que dice que no se lee mucho en pantalla lo hacen generaciones ya adultas. Los jóvenes todo lo buscan en internet.

Faltan leyes, nuevos géneros de escritura, tecnologías, acuerdos entre universidades, empresas en línea y gobiernos.

Pero no olvidemos lo fundamental: el nuevo lector ya está listo.

A ese nuevo lector, efectivamente, no le interesa mucho el viejo libro. Tiene razón. Es hora de cerrar el tomo y apretar el botón.


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