sábado, 17 de abril de 2010

A cien años de haber muerto Mark Twain

17/Abril/2010
Suplemento Laberinto
Federico Patán

En 1835, Florida, Missouri, era un pueblecillo compuesto de dos calles que medían cien metros cada una. O al menos eso afirma Mark Twain en su autobiografía, para agregar enseguida: “el resto de los caminos eran meras sendas, con cercas y maizales en ambos lados.” Allí nació en noviembre del año citado Samuel L. Clemens, quinto hijo de John M. Clemens y su esposa Jane, quien el año 1863 inventara para disfrazarse el seudónimo de Mark Twain.

A cien años de su muerte, nadie puede negarle que es una de las figuras claves de la literatura estadunidense y una de las figuras perdurables de la mundial. Lo cual, si partimos de Florida y terminamos en el Twain de 1910, significa haber cumplido con uno de los sueños norteamericanos: ir por el esfuerzo propio de los harapos a la riqueza o al menos a la comodidad. Pero no se lo recuerda ni se lo debe recordar por circunstancia tan anecdótica. Que en 1892, durante un viaje por Europa, haya tenido trato con el kaiser Guillermo II no modifica en nada la valía de la obra que dejó escrita. Es por ésta que tiene mérito un escritor.

La literatura norteamericana, en uno de sus desplazamientos, fue moviéndose hacia el Oeste del país y, claro, fue atendiendo a lo que en tal desplazamiento encontraba, transformándolo en narrativa, hasta que en el siglo XX llegó al océano Pacífico y allí terminó esa parte de su exploración. Digamos, con lo escrito por John Steinbeck. Todo comenzó en la costa atlántica, donde se fue creando con el transcurso del tiempo lo que puede llamarse la visión refinada de ese mundo. Digamos, Henry James o Edith Wharton. Con su obra central, Mark Twain establece su pertenencia inicial a la vida fronteriza, aquélla de una lenta civilización que iba transformando lo silvestre en pueblos primero y en ciudades enseguida. Inicial porque el Twain de sus años maduros se habitúa pronto y bien al mundo refinado, que tan bien ha florecido en la costa atlántica.

Las dos novelas de mayor fama que dejara escritas confirman lo anterior: Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huck Finn (1884). Sin embargo, entre ambas hay diferencias de peso. Aunque las dos describen lo que puede llamarse la vida en el campo, lo hacen con intenciones distintas. La primera es una novela simpática, con un personaje central lleno de pillerías, que da ligereza a la trama y provoca en el lector lo que llamaré bienestar. Es una excelente novela juvenil, que desde su publicación fue bien recibida por el público. Tanto así, que Mark Twain inició enseguida la escritura de la segunda, la de Huck Finn. No le funcionó, y la hizo de lado un tiempo. Volvió a ella en varias ocasiones y seguía sin funcionarle. Hasta que por fin la madurez pareció llegar al proyecto, que el año 1884 pudo convertirse en libro impreso. ¿Su recepción? Entre febrero y marzo del 85 vendió 39,000 ejemplares.

Es conveniente ahora citar a Ernest Hemingway. Porque en su libro Verdes colinas de África (1935), dice lo siguiente: “Toda la literatura norteamericana moderna deriva de un libro escrito por Mark Twain llamado Huckleberry Finn”. No es afirmación fácil de pasar por alto. Si bien puede leérsela con desconfianza vale la pena meditarla, porque la crítica tiende a coincidir con ella en el sentido de pensar a la novela de Twain un texto clave de la narrativa estadunidense. Porque es, en primera instancia, una descripción precisa del mundo rural en el cual se crió Mark Twain, mundo que lentamente iba desapareciendo. Es, en segundo lugar, un Bildungsroman que narra con profundidad la maduración del protagonista, sobre todo en lo que concierne a su modo de interpretar el mundo, interpretación de tono en cada etapa más crítico según Huck crece. Por otro lado, mucho de la novela transcurre durante el viaje en balsa que Huck y el negro Jim hacen por el río Mississippi, que se transforma en una alegoría del viaje por la vida.

Entonces, Huck Finn es un retrato muy completo del mundo que Twain conocía. Lo es por la diversidad de personajes que lo habitan, cuya totalidad permite entender lo complejo de la época vivida. Lo es por el talento con que el autor reproduce la diversidad de hablas que componen ese universo. Lo es por la inteligencia con que el narrador (el propio Huck) describe el mundo físico por el que va viajando, mundo cada vez menos existente según avanzaba el siglo XIX y, por lo tanto, importante de rescatar. Pero hay además otro aspecto: ese mundo en desaparición colinda con el que se va imponiendo, lo cual constituye uno de los hilos conductores de la trama, pues la novela se inicia haciendo un enlace con la anterior, la que tiene a Tom Sawyer como protagonista, y anunciando que el entorno desea civilizar a Huck Finn. El final de la novela ¿qué dice? Pues lo siguiente: “Pero reconozco que debo partir hacia el Territorio antes que los demás, pues la tía Sally va a adoptarme y a civilizarme y eso no lo soporto. Ya anduve por ahí antes.” Con lo cual el viejo espíritu pionero, una de las bases sólidas de la esencia norteamericana, procura sobrevivir. Aunque sin subrayarlo mucho, la novela tiene asomos de nostalgia.

No es de extrañar que los libros relacionados con el Mississippi sean los mejores de Twain. Como dije, nació en un pueblo a orillas del río, de modo que guardaba muchas memorias del lugar. Pero además viajó un tiempo considerable a través de su corriente. Porque si bien cuando bastante pequeño, de trece años, comenzó a trabajar de aprendiz en una imprenta y, según acumulaba oficio, fue subiendo de categoría, no se estacionó en esa actividad, pues luego pasó a ser reportero en 1856 y se guarda registro de cinco artículos que publicó por entonces. Sin embargo, ese mismo año entró como aprendiz de piloto en los buques que navegaban el río, aprendizaje que duró hasta el año 1859, cuando obtiene la licencia de piloto. Según confesión propia, “iba a seguir el resto de mis días en el río, para morir asido al timón cuando mi misión concluyera. Pero poco a poco llegó la guerra…” En efecto, la Guerra Civil ocurre y uno de sus efectos indirectos es que termina con el negocio de los barcos que movían pasaje y mercancías por el Mississippi. Mucho de esto lo cuenta el autor en Vida en el Mississippi, una especie de memorias publicadas en 1883. Hubo otro aspecto, más bien de orden anecdótico, en que el río afectó al escritor: el seudónimo elegido. Porque “Mark Twain” significa, aproximadamente, “dos de profundidad” y era una advertencia que se hacía al capitán del buque sobre la hondura del río, para con ello evitar accidentes.

Lo anterior, por suerte, derivó en que Twain optara por el periodismo primero y la literatura poco después, actividades que complementó con una muy abundante labor de conferencista, mediante la cual redondeaba sus ingresos. Oliver Wendell Holmes, que fue su amigo por cuarenta años, en un extenso ensayo sobre Twain elogia la seductora manera de expresarse que éste tenía ante el público. Su dominio del escenario era total. En cuanto a su periodismo, varía de calidad dado el apresuramiento con que de pronto tenía que escribirse un texto, sobre todo en los inicios de su carrera. Los más antiguos que de él se conservan fueron publicados en 1852, es decir, cuando el autor tenía 17 años. El siguiente que se conoce es del año 59 y sólo del 6l en adelante, la producción es continua y variada. Igual se trata de consejos para aliviar un catarro que una nota dedicada al escritor Artemus Ward; igual es un comentario sobre los olores que otro sobre los barberos. A una variedad de temas así de enorme, ¿qué la une? El afilado sentido de la ironía que Twain manejaba, ironía cuyo basamento era lo popular y que no dejó de penetrar su narrativa.

En cuanto a ésta, el año 1865 es determinante. Por cuestiones de trabajo, Twain se encontraba en el condado de Calaveras y allí escuchó una anécdota que le dio material para una nota. Publicada ésta, tuvo una recepción entusiasta. La cuestión es que igualmente se la podía leer como cuento y como tal, con leves modificaciones, apareció en el primer volumen de narrativa corta del autor, que incluía 27 textos y que apareció en 1867 con el título de La celebre rana saltadora del condado de Calaveras y otros cuentos. Las ventas fueron débiles. Fue de las muy escasas ocasiones en que esto le sucedió al autor. En lo que a cuentos se refiere, Twain dejó muy claras muestras de su talento crítico en textos como “El billete de un millón de libras” o “El hombre que corrompió a Hadleyburg “, donde el sentido de la ironía servía de apoyo a un fuerte comentario social, terreno en el cual Twain se movió con enorme soltura. Porque era hombre de ideas liberales. Estuvo de acuerdo con Zola en el caso Dreyfus, por dar un ejemplo. Véase si no el siguiente comentario, que tristemente sigue funcionando hoy día: “El nuevo evangelio político: un puesto público es un hacerse de dinero privado.”

Se constata entonces que Twain sabía moverse con habilidad en varios campos de la escritura. He mencionado el periodismo, el cuento, la novela y a éstos hay que agregar el ensayo, que podía ser de comentario literario (“Las ofensas literarias de Fenimore Cooper”, 1895) pero también de oscuras meditaciones sobre el propósito de la existencia humana (“¿Qué es el hombre?”, 1906). Hubo otro filón de escritura que también exploró: la literatura de viajes. Una excursión a las islas Sándwich, en 1865, dio pie a una serie de artículos que el público recibió con entusiasmo. Entonces, contratado por dos periódicos, el año 1867 partió en un itinerario que incluía parte de Europa y la Tierra Santa. Fue enviando sus cartas, éstas se fueron publicando, tuvieron una magnífica recepción por parte de los lectores y cuando Twain regresó a su país vino a descubrir que se había hecho famoso. Así, no es de extrañar que al publicarse ese material como libro, en 1869, en seis meses se vendieran 31,000 ejemplares. ¿El título del volumen? Inocentes en el extranjero, donde se deja sentir la ironía una vez hecha la lectura del libro. Porque Twain mira al mundo con un sentido común (¿la inocencia?) lleno de malicia. A lo largo de su carrera literaria fue publicando otros libros de viaje, siendo uno de los últimos A lo largo del Ecuador, dado a conocer en 1897.

Pero claro, Twain es ante todo el creador de Tom Sawyer y de Huck Finn, que, a mi entender, representan dos caras de los Estados Unidos: Tom el lado del progreso económico y civilizatorio, y Huck el espíritu de aventura, de exploración. Curiosamente, Twain aseguraba que su mejor libro era Los recuerdos personales de Juana de Arco (1896), situado por la crítica al lado de Príncipe y mendigo (1881) y Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889) como novelas históricas. Pero siendo muy legibles, no alcanzan la magnífica calidad de las que se asoman al modo de vida norteamericano que el autor conoció.

Aforismos

Mark Twain

Di la verdad o engaña, pero acierta.

Adán no fue más que un ser humano, eso lo explica todo. No deseaba la manzana por sí misma; la quería sólo porque le había sido prohibida. El error estuvo en no haber prohibido la serpiente; entonces se hubiera comido la serpiente.

Cualquiera que haya vivido lo suficiente para saber lo que es la vida, sabe cuán honda es la deuda de gratitud que tenemos con Adán, el primer benefactor de nuestra raza. Él trajo la muerte al mundo.

Tratemos de vivir de tal modo que cuando llegue la muerte, hasta el dueño de la funeraria lo sienta.

Un hábito es un hábito. Nadie puede arrojarlo por la ventana, pero sí engañarlo para que, peldaño a peldaño, se vaya por la escalera.

Una de las diferencias
más sorprendentes entre un gato y una mentira es que el gato sólo tiene siete vidas.

La sagrada pasión de la amistad es de una naturaleza tan dulce, leal y duradera que se prolongará toda una vida si no se le exige prestar dinero.

Considérese bien la proporción de las cosas. Es mejor ser un escarabajo joven que una vieja ave del Paraíso.

¿Por qué nos alegramos de un nacimiento y nos entristecemos en un funeral? Pues porque no somos el interesado.

Cuando estés irritado,
cuenta hasta cuatro; cuando estés muy irritado, lanza un juramento.

Por lo que al adjetivo se refiere, si estás en duda, suprímelo.

El valor consiste en saber resistirse al miedo, en dominarlo, y no en la ausencia de miedo. Si alguien no es en parte cobarde, no resulta un cumplido afirmar de él que es valiente; se trata simplemente de una deficiente aplicación del término. ¡Consideremos el caso de la pulga! Sería, sin duda, la más valiente de las criaturas de Dios si el valor consistiera en ignorar el miedo. Tanto si uno está dormido, como si se halla despierto, le atacará, sin preocuparse del hecho de que el volumen y la fuerza del atacado son, respecto a los de la pulga, como todos los ejércitos de la Tierra en relación con un bebé. La pulga vive día y noche, y todos los días y todas las noches, al mismo borde del peligro y ante la presencia inmediata de la muerte, y sin embargo, no se siente más temerosa que un hombre que paseara por las calles de una ciudad, víctima de un terremoto hace diez siglos. Cuando hablamos de Clive, de Nelson y de Putnam diciendo que “no supieron lo que era el miedo”, debemos añadir siempre a la pulga y colocarla a la cabeza de esa lista.

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