sábado, 26 de septiembre de 2009

El miedo

04 de mayo de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

¿Cómo se prepara uno para afrontar el miedo? No tengo una sola respuesta, pero creo que el conocimiento, la conciencia de la muerte y una buena dosis de humildad son un buen principio para no perecer de temor. Tener conciencia de la muerte es en pocas palabras aceptar que somos finitos y que apenas si poseemos un modesto poder sobre nuestras vidas. Yo siempre he tenido miedo y acaso sea este el primer sentimiento que me abordó al nacer, miedo a un mundo misterioso y hostil en muchos sentidos. Desde niño tuve miedo de la oscuridad hasta que fui consciente de que la oscuridad es precisamente la constante en la vida de los seres humanos. Si vivir no fuera un andar entre sombras no habría ciencias o filosofías iluminando el camino. En mi juventud creí que el conocimiento podría remediar casi todos los males e incluso atenuar el desasosiego causado por la muerte de las personas amadas. Fui demasiado ingenuo y no tomé en cuenta que buena parte de nuestras creencias más profundas son relativas y que la muerte se ahorra todas las palabras. Tampoco quiero exceder mi pesimismo, pues si bien el conocimiento no resuelve el misterio de vivir, es necesario para que el miedo no aumente a un grado que nos vuelva indefensos frente a quienes buscan hacernos daño. La soledad ha sido también uno de mis temores más recurrentes, pero me conforma saber que la compañía será siempre pasajera y que la soledad no es un accidente, sino la constitución misma de la experiencia humana. Quiero pensar que los miedos que me acosaron de niño me han acompañado desde entonces y no se marcharán hasta que me encuentre bien acomodado en mi tumba. Y no importa cuánto avance la ciencia porque los siglos se acumulan y las personas apenas si transforman sus manías más arraigadas (la guerra, la acumulación de bienes materiales o la esperanza de vivir aventuras). De todos mis temores, sin embargo, el más constante es el que me despiertan los extraños, las personas que no conozco o que desean entrometerse en mis asuntos sin conocerme: para mí son más nocivas que la peste. Quizás se tiene conciencia de la maldad humana desde que uno pone los pies en la tierra o acaso sea una certeza que se aprende con la experiencia, pero mientras lo sabemos es más sensato hacerse a la idea de que no conocemos casi nada respecto a los demás y que nuestros vecinos son en principio unos perfectos extraños. Lo contrario no es bueno para vivir en comunidad puesto que si alguien cree conocerme por completo me tratará como a una piedra, como a una cosa carente de toda humanidad. Justo esta sensación debieron tener los judíos durante el régimen nacional socialista o los disidentes de los países comunistas que fueron eliminados o enviados a campos de concentración. Es sencillo concluir que para conservar sus poderes ciertos gobiernos inventan a un enemigo invencible contra el que la población entera debe ponerse en alerta, el caso más reciente o notorio se dio en Estados Unidos cuando se propagó el rumor de que un país terrorista se dedicaba a la creación de armas de destrucción masiva. Fue una maniobra precisa porque esos ciudadanos norteamericanos incapaces siquiera de señalar Iraq en un mapa se llenaron de miedo y, sin razonar, aprobaron su invasión. Los miedos profundos e íntimos no se marcharán, pero en lo concerniente a las cuestiones civiles mi mayor temor es que los ciudadanos se conviertan en rehenes de su ignorancia. El hombre desplazado, impedido de tomar decisiones basadas en su derecho a la libertad es como una piedra sin raíces, una cosa de la que se puede disponer a placer. La sociedad olvida este principio y se torna histérica e impotente, presa sencilla de los poderes mediáticos y víctima del miedo común. Cuántas veces durante el siglo pasado no hemos sido testigos de que se limitan las libertades individuales de las personas a causa de su propio bien, cuando lo que se practica en verdad es su amansamiento. Yo espero cuidar de mis enfermedades y no molestar a los vecinos sin que nadie me lo ordene, es lo menos que se puede esperar de una persona que tiene miedo. Lo demás es un cuento de terror.

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