La Jornada
Elena Poniatowska
Hace años entrevisté a la gran cuentista Amparo Dávila y tuve el gusto de recibir una invitación a su boda con el pintor Pedro Coronel. La vi de blanco, pequeñísima, como muñeca de pastel, con su velo de tul sobre su pelo negro, al lado de un gigantón vestido de frac que sonreía a la felicidad. Creo que tuvieron dos hijas, porque después perdí a Amparo de vista pero no de afecto ni de interés por su creatividad.
Creo que le fue de la santa patada en su matrimonio con Pedro.
Desde 2008, a la cuentista Amparo Dávila la alumbran las candilejas y recibió el bien merecido Premio de Bellas Artes que le fue entregado por María Cristina García Zepeda. La cola para un autógrafo fue muy larga y Amparo firmó con gusto y paciencia todas las copias que le presentaron. Otra escritora también, Cristina Rivera Garza, había escrito sobre ella una novela vanguardista La cresta de Ilion, editada por Tusquets, que contribuyó a volver a situarla en primer plano dentro de la literatura mexicana. Para Cristina, Amparo Dávila era una búsqueda también de sí misma, porque ningún escritor mexicano había explorado los mundos insólitos y hasta peligrosos en los que entró Amparo Dávila en sus cuentos que son distintos al resto de la literatura mexicana. Aunque Cristina no la conoció, le llamaron la atención sus temas, su excentricidad y sus fantasmas, su evadirse del mundo real para crear uno propio.
Recuerdo que una vez en los cincuentas Amparo Dávila me contó que ya no quería manejar porque sentía –como en los cuentos de terror– que su automóvil la llevaba donde él quería, nunca dónde ella tenía que ir. A medio camino tenía que obligarlo a regresar a su casa. Me pareció una historia de pavor muy similar a la de sus libros y poesía. Me acompaña la muerte, Elena. Leí con gran cariño Tiempo destrozado, Música concreta y Árboles petrificados, así como Muerte en el bosque.
Nacida en Zacatecas, Amparo Dávila también vivió en San Luis Potosí, y al llegar a México fue secretaria de Alfonso Reyes en la capilla Alfonsina y tuvo la oportunidad de conocer a muchos intelectuales. Antes había escrito poesía y todos la conocían en San Luis Potosí, donde se mudó su familia, ya que su padre tuvo una librería.
Obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia en 1977.
Sus personajes giraron casi siempre en torno a la noria del amor y del desamor. El desencanto y la tristeza son el leitmotiv de su existencia. Su fracaso personal los lleva a la locura.
Cuando la conocí, Amparo Dávila se peinaba como Verónica Lake, una larga onda de pelo le cubría el ojo derecho. Era pequeña y muy bonita. En 1957 la entrevisté para México en la cultura –que dirigía Fernando Benítez– al lado de otras escritoras que eran más o menos nuestras contemporáneas, Carmen Rosenzweig, a quien quise y admiré, Emma Godoy, Guadalupe Dueñas y varias más. Alberto Beltrán, el espléndido grabador, hizo un retrato que cada una agradeció. En aquel entonces escribí:
María Amparo Dávila no se entrega. Está como encerrada bajo siete llaves y no es en una hora de conversación que puede abrir, ni siquiera una de ellas. Con sus grandes ojos negros, escondidos tras el humo del cigarrillo, que fuma lenta y acertadamente, María Amparo Dávila me hizo sentirme como una harpía. En realidad, ¿para qué vine yo a entrevistar a esta escritora? ¿Por qué tiene ella que revelarme el porqué de su labor literaria? ¿Qué razones tengo yo para bombardearla con preguntas directas? Con Carmen Rosenzweig la cosa fue diferente. Ella se reía y luego me dio las gracias. Me dijo que las entrevistas hacían una labor de acercamiento entre los escritores y que esto le daba aliento para continuar y quién sabe qué más cosas bonitas. Eso me hizo feliz, y me vine a la casa sintiéndome doña Josefa Ortiz de Domínguez (motivo: las fiestas patrias). Pero frente a María Amparo Dávila tuve la impresión de estar destruyendo algo, algo que no me pertenecía. Y sin embargo, entre María Amparo Dávila y yo no había más que cordialidad. Nos dijimos mutuamente que nos parecíamos simpáticas, que íbamos a ser amigas, que ella era muy buena escritora. (Eso se lo dije porque verdaderamente lo pienso.) Nos hablamos de tú. Pero María Amparo Dávila se evadía. Quizás esto sea una demostración de inteligencia porque tengo la impresión de que María Amparo Dávila es muy inteligente."
–¿Por qué y para quién escribes?
–Nunca me he formulado esta pregunta, porque me parece que escribir es tan natural como comer o dormir. No escribo para nadie en especial, pienso que es la obra, según su calidad, la que atrae o aleja a determinado tipo de lectores.
–¿Qué opinas acerca de la literatura actual?
–Creo que hay elementos valiosos, capaces de dar un nuevo derrotero a las letras mexicanas.
–¿Qué escritor mexicano te ha impresionado más?
–Indudablemente don Alfonso Reyes, por su gran cultura, su calidad humana, su infatigable devoción a las letras y la ternura que tiene para los jóvenes que empezamos a escribir. Él es el pilar donde debemos buscar apoyo y el ejemplo a seguir.
–¿Y entre los jóvenes?
–Admiro enormemente a Juan Rulfo, a Juan José Arreola y a Octavio Paz. Con Juan Rulfo vivo nuevamente mi niñez en aquel pueblo lleno de sombras y de viento “…uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno…” Y con Octavio Paz vivo la poesía que yo hubiera soñado escribir.
–¿Qué obras te hubiera gustado escribir?
–Muchas, Elenita, soy muy ambiciosa. Entre ellas, El lobo estepario, de Hermann Hesse; las Residencias en la Tierra, de Pablo Neruda; El proceso, de Kafka.
–¿Y qué escritor extranjero más te ha impresionado?
–Kafka, sin lugar a duda. En él encuentro un gran acomodo; es decir, cuando leo a Kafka me siento en mi casa, rodeada por las cosas que conozco, que siento y sufro. No me parece lejano ni exótico, sino alguien o algo que día tras día encontramos a cada paso o llevamos dentro.
–¿Qué estás haciendo con tu juventud?
–Aprovecho esa enorme inquietud que es la juventud, para estudiar, conocer y descubrir todo lo que más adelante se transmutará en vivencias auténticas y provechosas.
–¿Qué planes tienes para el futuro?
–Escribir mucho, Elenita.
En lo que me identifico con Amparo Dávila es en que no cree en la literatura de la inteligencia pura o la imaginación absoluta, sino en la de todos los días, la que todos experimentamos a lo largo de los años de nuestra vida, le gustan los libros que la remiten a su propia vida, a lo que ella ha experimentado y sufrido y gozado, la del diario y la de la memoria.
El Fondo de Cultura Económica, casa editorial de Dávila, publicó en un volumen sus tres libros de cuentos, además de uno inédito: Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1961), Árboles petrificados (1977) y Con los ojos abiertos (2008).
Una presencia perturba a los personajes de El huésped en Tiempo destrozado: “No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa –mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito– sentíamos pavor de él”. A partir del momento en que publicó Tiempo destrozado, la autora supo transmitir el suspenso, el terror, la angustia, todos los miedos que alteran al lector y lo obligan a preguntarse qué otras emociones le depararán los siguientes cuentos.
También el Fondo de Cultura Económica hizo una muy bella edición de su Poesía reunida que incluye Salmos bajo la Luna (1950), Perfil de soledades (1954), Mediaciones a la orilla del sueño (1954) y El cuerpo y la noche (1965-2007).
Ahora que todos los libros de Amparo Dávila están en circulación habría que recordar que primero fue poeta. “Si alguien hubiera dicho:/ la soledad se nutre de párpados caídos,/ de silencios dormidos en la noche del ángel;/ la soledad es una inválida semilla,/ heredad antigua, cadena y mortaja…/ Pero nadie lo dijo”.
Como dice muy bien la contraportada de su libro de poesía, la obra de Amparo Dávila es única en la literatura mexicana. Nadie como ella, nadie con esa introspección y complejidad. En su escritura, Dávila sabe todo de los trastornos mentales y con gran razón la escogió Cristina Rivera Garza, ya que descubrió en ella a un personaje único, lleno de singularidades y pasiones que van mucho más allá de la literatura a la que estamos acostumbrados. Dentro de nuestra narrativa, Amparo Dávila en sin lugar a dudas una de las más fascinantes escritoras mexicanas.
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