La Jornada
Elena Poniatowska
¿Cómo es posible que un escritor que jamás aparece en público, rechace a los fotógrafos y se niegue a dar entrevistas y conferencias tenga la presencia y la fuerza moral de Gabriel Zaid? ¿Será porque es ingeniero y está acostumbrado a las estructuras sólidas y concretas, a levantar torres de soledad y de silencio en las que el vecino de abajo no puede ser molestado por el arrendatario de arriba? ¿Cómo ser un hombre público sin aparecer ni figurar, sin que nadie logre seguirlo en la calle porque no tiene idea de quién es? ¿Cuánta fuerza interior se necesita para permanecer al margen de la vida literaria que glorificaron en Francia los hermanos Goncourt? ¿Cuánta convicción y fuerza de carácter se requiere para no dejarse llevar por el aplauso? ¿En qué momento tomó Zaid la decisión de apartarse de la feria de vanidades y mantenerse lejos de la publicidad? Quizás en el mismo momento en que comprobó que en países como el nuestro exponerse es esclavizarse a una interminable lista de compromisos, atarse a un público que espera que el intelectual todo lo sepa y de todo opine, desde los beneficios del Yakult en ayunas hasta el resultado de las últimas elecciones presidenciales. No importa que tenga que dividirse en diez para asistir a todos los actos a que lo invitan como sólo lo logró Carlos Monsiváis: presentaciones de libros, manifestaciones en contra del gobierno en turno, reclamos ante la Suprema Corte de Justicia, exposiciones de pinturas, conferencias, y que opine de política venga o no al caso, el público se le echa encima como en Circe, ese extraordinario cuento de Cortázar, hasta exprimirle el corazón y el alma.
En nuestros países es tal el vacío de líderes políticos que la gente entroniza al escritor en un altar al que puntualmente le enciende su veladora siempre y cuando opine en favor de en contra de. ¡Ah!, pero si se le ocurre salirse del libreto que a la mayoría atrae, entonces lo tildan de vendido traidor reaccionario y recomiendan no hacer caso a semejante guiñapo. Escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz y Carlos Fuentes han sido convocados a ser embajadores, secretarios de Estado y hasta presidentes de su país. Vargas Llosa fue candidato a la presidencia de Perú al que habría gobernado mucho mejor que el horrible Fujimori que jamás le llegó a los tobillos.
Quizá todo esto espantó a Gabriel Zaid y recordó la sentencia de ese otro gran crítico que fue Jorge Cuesta, quien sostenía que la primera obligación del escritor es escribir bien; Zaid tomó el consejo al pie de la letra y se concentró en una escritura por demás admirable, pero no encerrado en su torre de marfil, porque a pesar de no ser un intelectual público sus temas son tan vigentes como incisivos. La educación, la lectura y los libros han sido sus preferidos en un país en el que en promedio se leen dos libros al año y que ha llevado a los cerebros en el poder a crear un eslogan que sabe a emulsión Scott: Lee 20 minutos al día, de la misma manera aconsejan hacer 20 minutos de ejercicio al día para evitar la obesidad, que por cierto es lo único en lo que superamos a nuestros vecinos del fast food, el tv dinner, las palomitas y la coca.
Hay que destacar que Zaid es un bicho raro en un país en el que el rige el protagonismo; mientras más conferencias de prensa y reuniones se acumulen en la agenda del escritor más alto asciende su figura en el altar, incluso más que la mismísima Guadalupe, que ya es mucho decir.
Hace mil años coincidí con él en algún acto en el Palacio Nacional y un fotógrafo de prensa le tomó una instantánea en el patio interior en un barandal en el que ambos nos habíamos recargado. Gabriel lo correteó y le ganó. Hace mil años también solía yo llamarle a su trabajo a eso de la una de la tarde a Ibcon SA y me daba muy buenos consejos. Con un seco no lo hagas me salvó de meter una pata elefantiásica cuando le conté de una propuesta que creía yo buenísima. Resultó un asesor excelente y por vez primera el Pen Club tuvo una posibilidad de subsistir. Recibir sus consejos áulicos era un deleite y nunca me los negó, creo que porque a él le gustan las polacas. Otras figuras públicas se convierten en vedettes como ironizaba Guillermo Haro y hasta tienen un servicio de prensa que busca su nombre en todos los periódicos, un noticiero matutino que los anime o los mande al abismo. Pero a Zaid eso ni le va ni le viene, aunque es un intelectual sofisticado, ensayista de excepción, miembro del Colegio Nacional (en el que no cobra un centavo), consejero de Octavio Paz y de Enrique Krauze, amigo de José Emilio Pacheco, colaborador de la revista Letras Libres y del periódico Reforma. Guardo con fervor todos sus libros, los de poesía Práctica mortal y Campo nudista, entre otros, así como El progreso improductivo y Los demasiados libros, que me hacen recordar que Zaid es un ingeniero, un analista, un escritor capaz de demoler cualquier argumento, uno de los jueces más estimulantes y comprometidos de la literatura contemporánea, pero también de las terribles fallas de nuestro gobierno y, como pidió Maquiavelo, uno de los pocos que siempre ha guardado distancia del príncipe. Además, como escribe Víctor Hugo Piña en Reforma del 19 de enero de 2014: Zaid escribe para hacerse oír, no para dejarse ver.
También es casero y cultiva su chinampa. Gabriel Zaid es buen jardinero; recoge en su morral poesía sofisticada y en la poesía popular es pizcador algodonero de todos los romances viejos, calaveras, letreros de camión y de letrina, así como la poesía inocente que florece en este país de nuestras tristezas y de nuestros amores. También incluye desde los poetas de la Nueva España, los románticos, modernistas y contemporáneos hasta el arribo de Octavio Paz, los poemas ideográficos, las diatribas, las sátiras, los himnos, los corridos. Recibe a todos los viajeros, checa sus boletos y consigna las expresiones poéticas mexicanas. Y de repente los poemas, las rimas, los versos se nos hacen tan accesibles como las pepitas, los cacahuates, los tamales, las garnachas, las tortas de pierna, los tacos al carbón, el agua fresca, los mangos verdes y las jícamas blancas con chile, sal y limón.
Pocos saben que es experto en poesía indígena: cora, chinanteco, huichol, lacandón, marantino, maya peninsular, mixe, mixteco, náhuatl, otomí, quiché, seri, tarahumara, tarasco, tzotzil, zapoteco y zoque. Conoce refranes y conjuros, arrullos y trabalenguas, además de saberse de memoria La suave patria y El brindis del bohemio. En su Ómnibus mexicano siempre viajaron los frutos y las flores de la tierra.
Aunque Gabriel Zaid nunca da entrevistas, tuve la fortuna de que me diera una (pequeña) el lunes 17 de enero de 1972. Entre los libros que más se mencionaron ese fin de año estuvo Ómnibus de poesía mexicana. La gente no suele leer poesía, sin embargo, durante vacaciones todos nos llevamos el cargamento de poemas que Zaid supo escoger, un buen tomo de versos donde leer y releer con gusto; un libro flexible y elástico que cabe en el veliz, que toma la forma de la arena caliente, que se amolda al pasto; que se lee tirado de panza en el campo, que puede llevarse bajo el brazo; un libro de canciones domingueras; un libro alegre y fácil sobre la mesa del comedor junto a la manzana y el queso y la copa de vino tinto; un ómnibus de poesía que se confunde con el tejido, porque entre una hilera de derecha, otra de izquierda, y cuatro puntadas de arroz, más dos de resorte, puede tararearse mientras descansan las agujas: No quiero paz/ ni quiero unión;/ lo que quiero son balazos./ ¡Viva la Revolución!
Y se descubre con sorpresa que la canción Usted fue escrita nada menos que por Elías Nandino en 1903: Usted es la culpable/ de todas mis angustias/ y todos mis quebrantos./ Usted llenó mi vida/ de dulces inquietudes/ y amargos desencantos./ No juegue con mis penas/ ni con mis sentimientos/ que es lo único que tengo./ Y que Naranja dulce, limón celeste tiene rimas insospechadas: Naranja dulce/ limón celeste/ dile a María/ que no se acueste. /María, María/ ya se acostó/ vino la muerte/ y se la llevó. Se disfrutan los refranes populares: Mala yerba nunca muere/ y si muere ni hace falta. El que por su gusto es buey/ hasta la coyunda lame. Enero y febrero: desviejadero.
–Esta es una antología de lector –dice Gabriel Zaid–, un buen tomo de versos, donde leer y releer con gusto, con emoción o con asombro palabras memorables, imágenes que hieren para siempre los ojos, músicas del oído, la articulación, el espacio, la sintaxis; felicidades de expresión que liberan porque son libres.
–Pero, ¿cómo lo fue armando?
–Todo empezó por releer, por marcar los poemas preferidos, por la sorpresa de encontrar marcas de un gusto que no siempre se reconocía; por la decisión juvenil, imposible y desmesurada de leer toda la poesía de México.
–¿Y cuánto tiempo le tomó hacer esta enorme antología, cuyas características la convierten en un libro único en nuestro medio?
–Leer y releer por años, sin prisa, vuelve otro al lector, y otra su lectura, al paso de esa extraña experiencia de la vida que es la lectura misma. Hay versos tan familiares que ni nos damos cuenta de qué dicen, si algo dicen. Hay otros tan ajenos a nuestras familiaridades que ni nos parecen poesía. No es fácil desprenderse de la incestuosidad poética, leer o releer con otras expectativas, esperar lo inesperado, quedarse a la intemperie de no saber realmente si uno supo leer.
“Esa aventura tiene giros insólitos. Descubrir, por ejemplo, algo más vivo en el Brindis del bohemio que en la poesía de Altamirano y Cuesta, hombres tan importantes en la historia de nuestra poesía. Este Ómnibus es un gran donador de poesía. Recorre con sus carros provincias enteras, trigales que desparraman sus bondades, huertas y pinares que huelen a sierra. Va corriendo sin detenerse en las estaciones y nos va enseñando la excepcional riqueza poética de México; viaja desde el siglo XIV e incursiona por la poesía indígena y la poesía popular, sin que falten los poetas novohispanos, los románticos, modernistas y contemporáneos.”
Por Zaid también nos enteramos de una noticia que me conmocionó: a Roque Dalton lo mataron sus propios compañeros de lucha, como corroboró Eduardo Galeano años más tarde. Zaid nos hace ver lo mucho que le preocupaba a Marx la venta de sus libros, nos previene contra la proliferación de elogios rimbombantes, nos enseña a leer en bicicleta y si ha habido un defensor de la educación a través de la lectura, ha sido él. Ingeniero de profesión, su visión de la literatura lo convierte en crítico invaluable. Calcula el valor y el costo de la comunicación humana, se manifiesta contra los textos mal escritos, los que tienen poco que decir o están mal editados. No cree en los “héroes por default”, como tampoco creía Guillermo Haro. En México, donde fabricamos sueños y cosechamos pesadillas, el ómnibus de Gabriel Zaid es el único transporte seguro a la felicidad poética que es probablemente la mejor de todas.
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