domingo, 25 de octubre de 2015

Descifrando a Bolaño

25/Octubre/2015
Confabulario
Orlando Cruzcamarillo

En su libro Vida de Rimbaud, Jean Marie Carré apunta que a su biografiado le han llamado “mistificador insigne” por su recurrente manía de mentir sobre su vida. No obstante, Carré no duda en acudir a la obra poética “cada vez que aclare su vida”. Por elusivo que sea Rimbaud, sabe que ha dejado pistas en su literatura. No son pocos los autores que han hecho lo mismo. Uno de los casos más célebres de las últimas décadas es Roberto Bolaño: la mayoría de las veces distorsionó fechas o detalles de su vida que dio por verídicos, lo que obliga a confrontar los diferentes testimonios que hay para irlo cercando.

Una serie de nueve cartas enviadas por Roberto Bolaño a sus padres desde Chile y España (algunas de ellas inéditas en su totalidad y otras publicadas íntegras por primera vez), abona elementos para esclarecer dos momentos clave en la vida del novelista: el primero su supuesta presencia en Chile durante el golpe militar de 1973 y el segundo su estancia en España a finales de esa misma década, desempeñándose en múltiples oficios alimenticios mientras escribe su obra.

Un viaje a Sudamérica

La familia Bolaño Ávalos llegó a México en 1968. Conformada por León, Victoria, Roberto y Salomé (hija menor), esta familia se aprestó a establecerse en su segundo país y en su enésima ciudad, el DF. Al respecto Roberto declaró: “Yo siempre creí que todas las familias chilenas se trasladaban mucho; en realidad, sólo era la mía.” Primero llegaron a vivir en la colonia Nápoles y no mucho después se mudaron a la colonia Guadalupe Tepeyac, en la calle de Samuel 27, a unas calles de la Basílica de Guadalupe. 1968 el DF recibió al adolescente Roberto de 15 años con la matanza de estudiantes en Tlatelolco recién perpetrada, hecho que lo marcó y abordó brevemente en Los detectives salvajes y de manera central enAmuleto.

En 1971 el poeta Jaime Quezada, de 27 años, llegó a incomodar las tardes solitarias de Roberto. “Yo deseaba conocer esa familia, ahora mexicana, de la cual mucho me había hablado mi hermana (pues la mamá de Roberto era su amiga), saludarla en nombre de ella y entregarle personalmente los mensajes chilenos que traía. ‘Ven para acá, esta misma noche a cenar con nosotros’, me dijo cuando la llamé por teléfono”, cuenta Quezada vía correo electrónico desde su natal Chile. Animado por las generosas palabras de Victoria Ávalos, (“quédate a vivir con nosotros todo el tiempo que quieras”), el joven poeta termina siendo miembro honorario de la familia Bolaño Ávalos por casi dos años (de 1971 a 1972); incluyendo la mudanza a Samuel 27. ¿Cómo te recibe Roberto?, le pregunto. “Con los brazos abiertos sería mucho decir, mejor con cautelosa y prudente alegría, como olfateando primero al forastero… Pero aquello de sentir en mí el dejo de lo chileno y el ir contando la experiencia toda de mi viaje fue luego seduciéndolo en un fraternal acercamiento…” Con el régimen del presidente Salvador Allende, Jaime Quezada siente “un llamado de acción y de estar en el día a día del país” y decide regresar a Chile a finales de 1972.

Meses después, instigado por la aventura y deseoso de vivir el momento político de su país natal, Roberto emprende el viaje vía terrestre y marítima. Jaime Quezada calcula que debió partir de México “en los días primeros de agosto, o bien, hacia las semanas últimas del mes de julio” de 1973. Sobre este viaje se ha debatido mucho, incluso algunos dudan que Roberto lo realizara. Lo que más se ha puesto en tela de juicio es su presencia durante el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Sobre todo a partir de un reportaje firmado por Larry Rohter en The New York Times en el 20094, donde se duda de dicha estancia y se menciona que Roberto se trasladó a Chile en 1970. En cuanto al viaje de 1973, la primera de las cartas lo confirma, además del testimonio de Jaime Quezada, quien fungió como su anfitrión en la capital chilena. Todo indica que Roberto envió a su mamá esta carta. En su amplio recuento de hechos, la primera ciudad que Roberto menciona es Managua, lo que abre la posibilidad de que haya una o más cartas (¿perdidas, destruidas, cuántas?) que narrarían la parte previa de su periplo. A su paso Roberto chulea a las costarricenses, en la ciudad de Panamá camina “sin rumbo”, atraviesa la línea del Ecuador, donde cuenta que no fue a una fiesta en primera clase por no llevar corbata y traje. En Perú pierde su boleto y por poco no lo dejan embarcar y finalmente llega a Valparaíso, pero “el barco no pueden atracar” e indica por única vez la fecha: “(es el 4 de septiembre)”. Al siguiente día aborda el tren que lo llevará a Santiago. Sin embargo, el tren sufre un desperfecto que le puede costar la vida y que narra brevemente en la carta. “En fin, toda una odisea, una ulisea y llegué a Santiago.”

Jaime Quezada lo recuerda porque tocó la puerta de su casa en el barrio de La Cisterna: “Llega a Santiago de Chile la tarde del jueves 30 de agosto de 1973”. El look del joven escritor, “su revuelta y despeinada cabellera… su vistoso cinturón con ancha hebilla de vainas de fusil”, además de su acento mexicano no es el más adecuado para los controles militares cada vez más férreos. El mismo día de su llegada salen a las calles de Santiago que se muestran efervescentes: mítines a favor y en contra de Allende. Años después, en 1998, Roberto sería entrevistado por Milhaly Dés, quien le pregunta: “¿Recuerda todavía el golpe?” Roberto se explaya: “Yo vivía en casa de Jaime Quezada, que ahora es un poeta casi oficial. En aquella época era un poeta joven, amigo de mi madre. Me despertó temblando y me dijo: Roberto, han dado un golpe los militares. Lo primero que recuerdo es haber dicho: Dónde están las armas, que yo me voy a luchar, y Jaime diciéndome: No salgas, no vayas, ¿qué le voy a decir a tu mamá si te pasa algo? Yo no conocía el barrio y Jaime estaba dispuesto a quedarse encerrado todo el día en casa. Fue muy divertido. Fui a casa de un chaval que sabía que era de izquierda y le pregunté: ¿Quién está organizando la resistencia en el barrio? Porque yo voy de voluntario…”

Las interrogantes siguen: “¿Estaba realmente organizada la resistencia?” “¿Llegaron a hacer algo?” Y las respuestas minuciosas y desbocadas también: “Y fuimos juntos a la célula comunista… Llegamos allí y decimos, “qué hay qué hacer”… me dan un seudónimo… como una película de los hermanos Marx… Era una locura absoluta… sólo bombas molotov. Y así fue el día.” Llega el momento en que, en la película, Roberto es apresado en un retén por un teniente de carabineros: “Me puso como uno de los diez más buscados de Chile, por lo menos. El hombre estaba inflando su captura, claro”. Enseguida salen a escena dos héroes inesperados, dos ex compañeros de liceo convertidos en policías que, asegura Roberto, lo rescataron de su encierro. “¡Pero si en Llamadas telefónicas hay un cuento que narra exactamente eso! Yo pensaba que era puro invento, un juego literario”, suelta sorprendido su entrevistador. El cuento al que se refiere es “Detectives”, que en una parte dice: “¿Te acuerdas del compañero de liceo que tuvimos preso?”, pregunta uno de ellos. “Sí, Arturo, a los 15 se fue a México y a los 20 volvió a Chile”, responde su compañero. Otro cuento, “Carnet de Baile” alude al mismo episodio, comienza con pasajes biográficos enumerados (comprobables por otros testimonios) y poco a poco se transforma en una historia delirante donde aparecen Hitler y Neruda. La parte del golpe y sus amigos policías está casi a la mitad, lo que puede ser muy significativo. Entre la verdad y la ficción. Para no variar, en “Carnet de Baile” se contradice con la fecha de arribo que escribió en su carta (4 de septiembre), ahora coincide con el mes que Jaime nos dio: “25. Llegué a Chile en agosto de 1973. Quería participar en la construcción del socialismo… 28. El once de septiembre me presento en la misma célula operativa donde yo vivía…31. En noviembre, mientras viajaba de Los Ángeles a Concepción, me detuvieron en un control de carretera y me metieron preso… 35. En enero de 1974 me marché de Chile…”

Él era una novela”

“Le gustaba eso de inventar cosas, crear su propio mito”, me explica vía telefónica Carla Rippey, quien fuera muy amiga de Roberto, al igual que su ex esposo, Ricardo Pascoe quien estudiaba su maestría en Chile en 1973. Recién operado de la espalda y con un collarín que lo hace ver más alto de lo que es, Pascoe me recibe amablemente en su casa. “Yo sé que no estuvo”, dice seguro de sí mismo y agrega, “Roberto era una novela, no sólo era un novelista, él era una novela”. Cuenta que varias veces le preguntó si había estado durante la asonada militar y siempre le respondió con evasivas. Incluso le escuchó a Roberto narrar a sus propios amigos lo que antes él mismo le había contado sobre el golpe.

En El año de la ira, diario de un poeta chileno en Chile, Jaime Quezada escribe que el golpe militar sorprende a Roberto “visitando familiares en Los Ángeles y en Mulchén” y no en su casa, como Roberto gustaba afirmar. Así mismo Jaime Quezada declaró ante el periodista Joaquín Sánchez Mariño, de La Nación, que el día del golpe militar estaban en su casa y que Roberto nunca preguntó dónde estaban las armas. Tan sólo se quedaron en la casa porque no se sabían muy bien lo que acontecía afuera y todo era muy peligroso. Al respecto, Jaime me escribe: “pareciera aparentemente una contradicción, pero no hay tal. El mismísimo martes 11 de septiembre Roberto estaba en mi casa, aquí en Santiago… Tres días después Roberto viajó a Mulchén y Los Ángeles”. Lo de su libro se lo atribuye a una mala redacción que corrigió en ediciones posteriores.

En cuanto a los supuestos salvadores de Bolaño, el periodista Andrés Gómez los encuentra y publica en el diario chileno La Tercera un reportaje llamado “Los verdaderos detectives de Bolaño” (2006). Roberto Arriagada y Renato Czischke, son sus nombres y el primero le cuenta a Gómez: “Nos preocupamos por atenderlo bien, ayudarlo a comer e ir al baño. Sé que se sintió agradecido”. No obstante el periodista toma sus precauciones y escribe al final: “Cierto o no, el hecho es que Bolaño no olvidó el episodio”

El salto a España

A mediados de los setentas el matrimonio de León Bolaño y Victoria Ávalos termina. Victoria y su hija Salomé (que en las cartas aparece como Mé) se marchan a España, quedando León a cargo de Roberto. Por esos días el padre del escritor comienza a cortejar a una joven vecina llamada Irene Mendoza, con quien termina casándose. “Roberto llegó cuando teníamos muy poquito de vivir juntos: tendría 23, 24 años… Aproximadamente estuvo año y medio o cerca de dos años, pero relativamente era poco lo que convivíamos porque yo trabajaba”, me platica en su casa de Cadereyta, Querétaro, la señora Irene Mendoza.

Roberto termina marchándose a España en 1977. La segunda carta (que, a pesar de no estar fechada, podemos datar en el mismo 1977) Roberto le pregunta a su papá: “¿El niño fue mujer o hombre?”. (Se refiere al primer hijo que tuvieron Irene y León Bolaño). Además escribe que está bien España, pero: “extraño mucho a México, que es como mi segunda patria, si alguna vez tuve una”.

La tercera carta es la única que fecha: 3 de junio de 1977. Ya sabe que su hermano fue niño y que se llama León. En la cuarta, posiblemente del 78, escribe: “…necesito de mi herencia (si todavía es mi herencia, digo) saque 100 dólares MÍNIMO…” Aquello de la “herencia” enojó a su papá a tal grado que le envió el dinero, pero jamás respondió las cartas posteriores, forjándose un silencio entre ambos de alrededor de veinte años. Al menos así dice el mito que todo mundo acepta, incluso los Bolaño mexicanos. Sin embargo, dos cartas demuestran que el rompimiento no fue tan abrupto. En una posterior misiva Roberto le vuelve a pedir dinero a su papá y le pide una foto de su nueva hermanita, “Eugenia”. Otra más, tal vez de 1979 o de 1980, y entonces, suponiendo que no hubo más, sí vino el silencio. El reencuentro se va a dar por el esfuerzo de León Bolaño Mendoza: “Siempre viví con la cosa esta de que mi papá le había dejado de hablar a mi hermano. Se le ocurrió ofenderlo supuestamente a mi papá a través de una carta”. Así que logra dejarle un mensaje con un número telefónico en Blanes donde vivía Roberto. Una madrugada de 1998 Roberto marca al teléfono de Cadereyta y responde su papá. León siempre le reclamó a su hermano por qué no venía a México a visitar a su papá y Roberto le decía que por cuestiones de salud. Aunque nunca se imaginó la gravedad de su hermano, decidió regalarle un viaje a sus padres para fueran a ver a Roberto en Madrid en el año 2000. Tres años después moriría Roberto y a los cinco lo seguiría su padre.

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