Laberinto
Marçal Aquino
Tan pronto como comenzó, en
1963, con Los prisioneros, un
impecable conjunto de cuentos, Rubem Fonseca ya fincaba los marcos de su gran
arte: la escritura de filo preciso y concisión absoluta, el gusto obsesivo por
el detalle, el flirt sutil con
lo grotesco, los toques de deliciosa erudición, el humor refinadamente negro y,
sobre todo, la capacidad de observar y traducir la realidad en ebullición a su
alrededor. Brasil, y en particular Río, habían encontrado un intérprete
original que sintetizaba en su prosa contundente las contradicciones de un país
al filo de una explosión urbana y de un ciclo de grandes transformaciones.
El segundo libro, El collar del perro, salió dos
años después y consolidó la posición de Rubem Fonseca como un renovador del
lenguaje, en la medida en que sus creaciones establecían las facciones del
moderno cuento urbano brasileño. Uno de los destaques de ese extraordinario
conjunto de narrativas es “La fuerza humana”, una inmersión punzante en el
universo de los perdedores; un texto con la potencia de un puñetazo, que no
tardó en ser reverenciado como un clásico contemporáneo. El cuento que da
título al libro también tiene su leyenda: fue la primera incursión del escritor
por el terreno de la ficción policial, que vendría a ser una importante línea
de fuerza en su obra posterior.
La década de 1970, que fue
una época de oro para el cuento en Brasil, con el surgimiento de nuevas voces y
grandes libros, también fue un tiempo de excepción y sombras. Y tal vez ningún
otro escritor haya asumido un carácter tan emblemático para ese periodo como
Fonseca. Al contrario de los que recurrían a la alegoría para dar cuenta del
país sitiado por el oscurantismo de una dictadura militar, publica Feliz año nuevo, en 1975, y
lanceta el nervio expuesto sin anestesia. En los cuentos de este libro, que se
volvió el símbolo del artista contra el autoritarismo, desfila un Brasil pobre,
feo, cínico y violento. Son verdaderas actas policiales de la realidad, que
flagran el instante exacto en que la brutalidad se convierte en moneda de
cambio. Quedan pocos dientes en la boca del hombre cordial y, en su pecho, pulsa un deseo todavía vago y
borroso de promover un ajuste de cuentas.
Feliz año nuevo fue prohibido por la censura,
arbitrariedad que el escritor impugnó, dando origen a una batalla judicial que
se arrastró durante la década siguiente y terminó con la liberación del libro y
la condena a la Unión.
Aparte de la reconocida maestría literaria de su autor, Feliz
año nuevo continúa fascinando e impresionando por la fuerza y urgencia
de sus narrativas, pero también, hoy se sabe, por su terrible sesgo
anticipatorio. Es el libro que no se cansa de actualizar todos los días la
realidad brasileña. Es la obra de un artista visionario, parece haber sido
escrita la semana pasada, alertándonos de que la barbarie, al final, triunfó —noticia
que puede ser confirmada en cualquier programa policial vespertino de la televisión.
(Gran Rubem Fonseca: ante la
prohibición del libro, la mejor revirada fue escribir otro, el no le toques ya más, que así es El cobrador, de 1979, que penetró
todavía más en las incisiones y expuso sin temor las vísceras de lo real, que
el Estado tanto odiaba ver mencionadas.)
A partir de la década
siguiente, Rubem Fonseca inició un ciclo de novelas de corte policial, dando
una preciosa contribución a la tesis de si practicado por un escritor
talentoso, cualquier género puede ser elevado a condición de alta literatura.
Sin embargo él nunca abandonó el cuento. Lanza periódicamente nuevas
colecciones, que reafirman su indiscutible condición de grande de la narrativa
corta. Por lo tanto, hablamos de una obra todavía en progreso. Pero, por su
grado de excelencia, ya es posible vislumbrar su permanencia y un lugar
destacado para Rubem Fonseca entre los mayores creadores de la literatura
brasileña de todos los tiempos.
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