domingo, 12 de abril de 2015

Octavio Paz a tres voces

12/Abril/2015
Confabulario
Gerardo Ochoa Sandy

Octavio Paz es quizá el escritor mexicano del siglo XX que ha ameritado más asedios biográficos de su obra lo cual refrenda su alto sitio en la historia de la cultura de México. El centenario de su nacimiento fue ocasión de tres publicaciones más: Octavio Paz. Las palabras en libertad de Guadalupe Nettel (Taurus, El Colegio de Mexico), Octavio Paz. El poeta y la Revolución de Enrique Krauze (Penguin Random House Debols!llo) y Octavio Paz en su siglo de Christopher Domínguez Michael (Aguilar en español y Gallimard en francés). Los tres autores precisan prioridades, ámbitos y alcances de sus asedios, coinciden en darle realce a episodios aceptados como estaciones centrales, enfatizan otros que le dan a sus lecturas un sello personal y eventualmente no le otorgan la relevancia debida a facetas controvertidas que ameritarían más atención.

Ni Nettel, ni Domínguez Michael ni Krauze se asumen los autores de la “biografía definitiva”, pues la presencia de Paz está aún demasiado cerca. La de Domínguez Michael debe considerarse la más completa y multifacética a la fecha y será la referencia canónica por su vasta documentación, la amplitud de sus horizontes históricos, intelectuales, culturales y literarios, y la solvencia de su narrativa, uno de los más importantes prosistas mexicanos de la segunda mitad del siglo XX. Los tres tampoco son iconoclastas, lo cual exigiría una actitud auténticamente hercúlea, ante las dimensiones del tótem Paz, aunque necesaria y deseable, para ponderarlo con más exactitud.

De los tres, Nettel es quien no tuvo un trato laboral, cotidiano o de militancia intelectual con Paz y desde este ángulo, la que se acerca con más distancia, la más desapegada en su cercanía. No sucede así con Krauze, su subdirector en Vuelta y quien mantuvo con el poeta una relación de 23 años de trabajo y amistad, ni con Domínguez Michael, su colaborador durante una década, por lo que ambos, a resultas de la convivencia, acuden a recuerdos y anécdotas, y Domínguez Michael a las notas de sus diarios, como contrapunto, complemento, o réplica, aquí y allá.

Sujetándonos a la lectura estricta de la obra, es Nettel quien subraya un aspecto crucial: las obras completas de Paz, tuteladas por Paz, están distantes de las ediciones de la Pléiade, que facilitan el cotejo de las distintas versiones de los textos. En el caso de Paz, un asunto de no poca monta, pues realizaba ajustes con afán de claridad pero también de enmienda de sus posturas políticas. Fue Paz uno de los intelectuales más conscientes de su influencia pública, más dedicado a construirla, y más ocupado en dejar su versión final. La llamada de Nettel es de utilidad para futuros biógrafos y para editores más meticulosos. Krauze asimismo apunta: la vida íntima, acogida en archivos, correspondencias y papeles personales, inéditos o dispersos, está a la espera de una más acuciosa reflexión y lo que ahora se diga al respecto será fragmentario, prematuro, parcial, y hasta irresponsable.

Nettel organiza una lectura en torno a la idea de la “libertad como acto” en Paz, extendiéndola a las nociones de “liberación”, “liberalismo”, “liberal” y “neoliberal”, y acude al análisis de textos, sin darle prioridad a algún género en particular, en pos de las contraseñas biográficas. Valiosas en lo formal y lo conceptual son las exégesis sobre “Entre la piedra y la flor” y su relación con Tierra baldía de T. S. Eliot –abordada por Guillermo Sheridan en su oportunidad–, “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”, “Los viejos”, Águila o sol y El laberinto de la soledad entre varias más. Acerca de El Laberinto, no alude a las numerosas publicaciones sobre el ser nacional difundidas por la Editorial Porrúa a mediados del siglo XX, que ilustran el clima intelectual de la época, pues Paz no era el único en ocuparse del tema. Nettel atiende, en trazos acertados y veloces, de los contextos históricos aunque incurre en ocasionales lagunas acerca de aspectos centrales. Uno es la faena de Fernando Benítez y Carlos Monsiváis, como directores de La cultura en México, quienes se ocuparon de la vida cultural nacional y tendieron puentes entre México y el mundo, atribuyéndole a Paz casi el mérito total a su regreso a México. Tampoco enfatiza lo suficiente la relación de Paz con Televisa y los gobiernos del PRI, que alcanzó características orgánicas. Lo más relevante del libro de Nettel es cuando se asume como crítica literaria y desde ese apoyo irradia hacia otros temas.

Krauze revisa a Paz desde la noción de la revolución y de la soledad, otorgándole a El Laberinto la connotación de piedra roseta autobiográfica. En su revisión enlaza los perfiles intelectuales del abuelo Ireneo el liberal y el padre Octavio el zapatista con la vida de Paz, y aporta una consistente lectura acerca del diálogo que Paz mantuvo con sus ancestros, en la construcción de su propia identidad. Es valioso también su repaso acerca de las ideas socialistas de Paz, y la tardía aparición, en su obra política, de las nociones de lo “democrático” en general, de la democracia electoral como tal, y del liberalismo. Subraya también las vicisitudes y silencios intelectuales de Paz, ante las descalificaciones a André Gide en el Congreso de Valencia y la persecución y el asesinato de Trotsky. Eso lo orienta, no obstante, a incurrir en la inexactitud histórica de presentar a Paz casi como el único intelectual en México que se ocupó de la critica del socialismo real, en un tono épico y adjetivante, cuando casos similares abundan, desde la reflexión intelectual y la militancia social. Se refiere a la Revista de la Universidad y La cultura en México, acotándolas al apoyo a la Cuba de Fidel, sin destacar sus distintas aportaciones de alcance incuestionable. Lo mismo sucede con la reiterada y monótona insistencia por reducir la critica de la vida pública de México a Paz, Daniel Cosío Villegas, Gabriel Zaid y algunos cuantos más. El disimulo u olvido de la cercanía de Paz durante las últimas décadas con Televisa –a la que alude con el eufemismo de “televisión abierta”— y con Carlos Salinas, la falta de atención al tono intolerante de Paz a la hora de la polémica así como acerca de las acusaciones de apropiación de ideas ajenas, a las que no alude ni siquiera para ponerlas en cuestión, son también flaquezas en la biografía. Krauze revalora los testimonios de Elena Garro que matizan el exagerado heroísmo de los intelectuales reunidos en el Congreso de Valencia y le concede realce a la correspondencia de Paz con Charles Tomlinson, José Bianco y Roberto Fernández Retamar, testimonios de sus tribulaciones ideológicas. La edición libro, al paso, pudo haber sido más atenta: incluye un índice onomástico pero no de capítulos, numerados lacónicamente en romanos, y se mencionan las fuentes de manera general, sin un puntual corpus de notas.

A diferencia de su biografía sobre Fray Servando, la cual se asienta en la tradición biográfica francesa sin dejar de ser nacional, Domínguez Michael, en su magna obra sobre Paz, plasma un mural mexicano en movimiento, más cercano a los de Rivera que a los Orozco, avivado por las contrariedades ideológicas del siglo en el ámbito mundial. El historiador, el crítico literario y el polemista se congregan en torno a la construcción de una idea de Paz que, basada en la admiración, se ocupa con amplitud de sus diferentes claro-oscuros. Es la más prolija igualmente acerca de las vicisitudes de nuestra república de las letras, expuestas con la meticulosidad, las expresiones de afecto y los embates e ironía, que conforman su estilo. Es tal la amplitud de su investigación, y tantas las interpretaciones susceptibles de una detenida conversación, que ameritarían exámenes más acuciosos que este breve apunte. En la zona de contiendas se ocupa de los dichos de otros y alude con alguna frecuencia a Octavio Paz y su círculo intelectual de Jaime Perales Contreras (Ediciones Coyoacán, ITAM, editorial Fontamara), la revisión más amplia desde afuera de la fuerza gravitacional de Paz. En la subjetividad aparece la defensa de su tribu, la más poderosa en lengua española, que oficia con devoción los rituales sacrificiales de sus contrincantes, aprendidos de Paz.

El Paz que construyó con constancia su poder intelectual y convivió con el poder se aborda someramente en la biografía de Nettel y se oculta o matiza en las de Krauze y Domínguez Michael. A diferencia de Vasconcelos, quien se arrojó a la política y luego de su fracaso se autoinmoló, y de Cosío Villegas, quien frustradas sus aspiraciones de secretario de Relaciones Exteriores fundó ámbitos de debate intelectual a través del FCE y el COLMEX y documentó la historia moderna de México, Paz perseveró en la construcción de su creación literaria, de sus catedrales Plural y Vuelta, y de su estatua. Durante sus veinte años en el servicio exterior escribió una parte central de su obra y construyó alianzas intelectuales clave en su apuesta. Luego de la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968 se puso en disponibilidad, lo cual pudo haber hecho con anterioridad, a causa de las represiones a ferrocarrileros, campesinos, médicos o electricistas, si la indignación hubiese sido la única motivación. En México lo acoge Julio Scherer en Excelsior, sale del diario luego del “golpe” de Luis Echeverría, regresa como columnista y deja constancia de su adhesión al ideario de los gobiernos del PRI de la época. Es afín a Televisa, que lo apoya en su campaña en la busca del Nobel, ofreciéndole espacios de opinión y programas de televisión, y una limusina para sus traslados por la ciudad, blanca para más señas. En las polémicas de la ocasión, como lo había hecho con anterioridad, apostó no por la discusión de ideas, sino por los epítetos. Carlos Salinas le concede la creación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, idea noble planteada desde los 70, y la cabeza de Víctor Flores Olea, presidente del Conaculta, a cuento del lío en torno a El Coloquio de Invierno, suceso único en la historia de las relaciones entre intelectuales y poder en México. Los tres biógrafos, y algunos otros estudiosos, han dado escaso realce a la cobertura periodística de quienes documentamos el suceso.

La revisión de la polémica Paz-Monsiváis, ocurrida en Proceso, es la que tiene la más pobre revisión, y la más relevante. Nettel no la atiende lo necesario. Domínguez Michael acude, como referencia hemerográfica, a la cronología comentada publicada por Nexos y no a los textos directos, una flaqueza documental en la investigación. Desde esa fuente secundaria y entre otros aspectos, vuelve a resaltar las ocurrencias de Paz acerca de   Monsiváis. Mientras, Krauze no le concede voz al cronista e incurre en la barbaridad de afirmar que Monsiváis se acercó a las ideas de Paz. El lector de la polémica completa notará que Monsiváis se concentra en el cotejo de los dichos iniciales de Paz y de los ajustes y correcciones en sus distintas réplicas, mediante los cuales matiza y modifica sus aseveraciones. Es en el debate Paz-Monsiváis donde por primera ocasión queda ilustrada su ars polemica, lo cual es una herramienta esencial para acercase de manera distinta a la relectura de otros episodios.

En la coyuntura del centenario del nacimiento de Paz celebramos la publicación de estos tres libros, el espléndido ciclo de conferencias y la exposición organizados por el Conaculta, la serie Vida y obra de Octavio Paz dirigida por Carlos Armella y en la cual Domínguez Michael fungió como editor literario y entrevistador (Clío TV, cuatro cds) y la publicación por parte de la SEP de una antología para los estudiantes de secundaria. La conversación en torno a Paz, que no es reciente, apenas comienza. Los lectores de las generaciones futuras advertirán sus cimas literarias y sus simas públicas con más claridad. El poeta, esperamos, lo comprenderá, pues sabía que conversar es humano.

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