Laberinto
Heriberto Yépez
Han desenterrado documentos
que ponen en aprietos la versión
(¡oficial!) de que Octavio Paz renunció a
su puesto como embajador en la India por la matanza de estudiantes de 1968.
Obviamente quienes
idealizan o reciben regalías de mantener
a Paz como como un semi-santo literario, defienden la versión
oficial.
Como nudo del nexo de Paz con el PRI, sus olímpicos
herederos son hoy intelectuales predilectos de la llamada dictadura perfecta.
Criticar a Paz en el 2015
es más o menos fácil
(aunque todavía infrecuente y
casi nunca en libros o medios impresos); lo que resulta todavía
riesgoso es criticar al aparato paceano que ha convertido a la literatura
mexicana en repartidora de canonjías
plurinominales mediante Letras Libres, por ejemplo, y
funcionarios-escritores que consagran a quienes colaboran pasiva o activamente
con ellos y/o el gobierno.
Parece haber un apoyo
preferente a escritores convenientes: espaldarazos, puestos, premios, paseos:
unos a alguna feria del libro en Buenos Aires, otros a Londres, para desfogar
el ‘descontento’,
y en cuyas listas hay pocos escritores sólidos,
mientras el resto es izquierda-market focus, paceanos mirreyes, gentlemen
y condesas semi-paceanas o, de plano, Comp@s Hipsters.
La literatura mexicana
contemporánea aumenta su oficialismo y todos
parecen cooperar.
Tovar y de Teresa,
presidente de Conaculta, estos mismos días,
recordaba que Noticias del Imperio la escribió Fernando
del Paso trabajando en la embajada en París.
Uno lee el texto preguntándose
si se lo recuerda a del Paso. O si se le sale contar escenas extrañas,
como la del Paso yendo a leerle su novela terminada y recibir la felicitación.
¿Se
da cuenta de lo que está diciendo justo
en este momento?
¿Y
no era del Paso quien poco antes criticaba al gobierno por la matanza de los
estudiantes de Ayotzinapa? ¿Entonces?
En estos días,
entonces, el gobierno homenajea a del Paso, y se dice que Noticias del
Imperio es la mejor novela mexicana (sí,
mejor que las de Fuentes, José Agustín,
Montemayor y, sobre todo, Rulfo).
(La mejor novela mexicana
después de Pedro Páramo
es la novela mexicana que Los detectives salvajes no es).
Y toda la incongruencia ética
y toda la congruencia ideológica
aumenta ante Fernando del Paso vestido de modo estrafalario (¿como
Tío Sam?) para el homenaje oficial
mientras el país se desmorona
como un montón de flash.
Algo está podrido
en el Estado de Dinamarca. Y son las élites
de México.
¿Paz
renunció o no a la Embajada? Qué más
da… El puesto del intelectual integrado a
la dictadura perfecta continúa,
siempre vacante y siempre ocupado.
No hay mes que no atestigüemos
escenas de funcionarios y escritores mexicanos agarrados de la mano y que —ante
el abismo presente— dan un paso al frente.
Pero no caen. Al contrario,
vuelan en primera clase. Unos a Buenos Aires. Otros a Londres.
Y allá abajo
—en la fosa— se
escuchan gritos. ¿Son
estudiantes? No, son 500 años.
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