Laberinto
Vicente Quirarte
Estamos reunidos para celebrar la concesión
a Fernando del Paso del premio que lleva el nombre de José Emilio Pacheco.
Todos los presentes hubiéramos querido que el segundo estuviera tangiblemente
con nosotros. Único paliativo es que su ausencia, aún dolorosamente asimilable,
permite que este premio sea, entre otras cosas, homenaje a quien siempre se
mantuvo fiel a su humildad y a su orgullo, en él formas sinónimas y ejemplares
de ser y conducirse. El genio de su vida y el talento de su obra son lecciones
que nunca dejaremos de agradecer, atesorar y conservar. Existen los escritores
leídos, los admirados y los amados. Los tres calificativos pueden aplicarse al
premiado y a aquel cuyo nombre recordamos en el premio.
Nacidos con cinco años de diferencia, ambos
autores pertenecen a la misma generación porque fueron marcados por los mismos
hechos en el tiempo y el espacio. En 1958 aparecen los Sonetos de lo diario firmados por un joven Fernando del
Paso. En ellos da muestra de su
virtuosismo verbal y su capacidad para transformar lo nimio en hiperbólico, lo
intrascendente en epifanía. En 1959, el aún más joven José
Emilio da a la luz su primera colección de prosas bajo el título La sangre de Medusa. Publicados
bajo el sello de Cuadernos del Unicornio, donde la elegancia del papel y la
tipografía se unen a la maestría verbal de los autores, en esos breves e
intensos libros ya están las principales características que habrán de definir
su estilo. Ambos fueron niños de la colonia Roma. José Emilio desde la calle de
Guanajuato, Fernando en la de Orizaba. Ambos botaron los mismos barcos, en
diferentes tiempos, en la misma fuente Luis Cabrera. Como lo hizo notar Sara
Poot Herrera, en diferentes y futuros tiempos ejercerían el oficio de oidor para Juan José Arreola,
editor de sus libros y maestro que insistía en que la escritura debe tener la
solidez de las artes mayores. Por ese motivo, los libros de Fernando y José
Emilio son unánimemente admirados y releídos como verdaderas escuelas de
escritura, homenaje y consagración de nuestro idioma. Ambos nos enseñan que la
memoria es la mejor arma de la historia, como lo demuestran los Inventarios signados por las
célebres iniciales JEP o la monumental investigación Bajo la sombra de la
Historia en la que Fernando trabaja con disciplina
ejemplar.
Si bien el camino recorrido por una
creatura de palabras para llegar al dominio de su oficio sigue un esquema
común, cada escritor es un ser imprevisible y sorprendente, original y nuevo.
Fernando del Paso es el más claro ejemplo de quien al construirse nos
construye, al forjarse un lenguaje hace más prestigioso y fuerte el colectivo.
De ahí que ésta sea una oportunidad para agradecer y celebrar la victoria de un
hombre sobre sí mismo, su labor como arquitecto de vastas y macizas
construcciones verbales que han resistido y resistirán el paso del tiempo.
Conocemos a Fernando del Paso antes de conocerlo. Ha sido compañero y
responsable de nuestra educación sentimental y de varias de nuestras noches
claras, desde aquella compacta edición de José
Trigo, novela deslumbrante y exasperante, barroca y total que hizo
entrar a su autor con paso firme en la narrativa de lengua española, y que
constituyó el principio de una carrera determinada por la paciente exigencia,
la honestidad intelectual y la espera que es privilegio de los sabios.
Pocos de nuestros escritores, como Fernando
del Paso, aman tanto las palabras y pocos como él han sido tan bien
correspondidos. Publicista, traductor, diplomático ejemplar de México en París —donde
desempeñó su cargo con diligencia y siempre tuvo tiempo tanto para el visitante
ilustre como para el estudiante pobre—, se ha servido de las palabras para el
diario sustento, pero ha desarrollado en las más altas horas el trabajo
literario del creador que al domarlas y moldearlas sustenta nuestra
imaginación, la exacerba, la transforma en arma para vivir cada minuto con más
intensidad.
Una de las características de la creación
entera de Fernando del Paso es la obsesión, propia del joven, que lo lleva a
enfrentar desafíos y llevarlos a sus últimas consecuencias, ya se trate de un
soneto que evada la rima fácil, ya de una exposición plástica o de un dibujo
que acorte la distancia entre significante y significado, ya de volver a
escribir el Quijote al convocar a sus más intensos cofrades y reelaborar su
discurso en un viaje fascinante, ya de escribir una novela policiaca que, entre
otras cosas, lleve a su autor a recordar las aventuras de don Policarpo
escritas por un tío de la familia. Con Linda
67, Fernando del Paso ha otorgado al thriller categoría de arte mayor, y donde los triunfadores
son unos cuantos. Como en sus obras anteriores, en ésta se halla presente el
narrador omnívoro, el estudioso del espacio de su acción, el lúdico permanente
que juega con las palabras y sus personajes.
El primer libro de Fernando del Paso fue
una colección de poemas. En uno de sus libros más recientes, PoeMar, vuelve a esa vocación
jamás abandonada, pues cada una de sus obras está hecha con la tensión y la
altura que la poesía demanda. Desde
el cuño del título, PoeMar,
nos advierte que el suyo es un decir sobre el océano pero también una
meditación sobre las diversas formas en que es posible aproximarse a una
realidad presente en la
Historia y las historias de nuestra especie. Del
Paso se atreve a dialogar con una de las criaturas más sorprendentes y más
cantadas de la literatura. El
mar es una doble tentación. Quien acepta entregarse a él, envolverse en su
cuerpo hasta fundirse con esa idea material de lo absoluto, difícilmente puede
evitar traducirlo a palabras, convertir los seis sentidos mágicos en objetos
verbales que testimonien esa experiencia siempre única. En una nueva etapa de
su versátil labor creativa, Fernando del Paso toma el desafío.
Fernando del Paso nació el 1 de abril de
1935. Ese mismo día, pero de 1755, vino al mundo Anthelme Brillant–Savarin, el
gastrónomo que con el paso de los años, y por su propia cuenta, habría de
publicar Fisiología del gusto,
Biblia de los enamorados de la alquimia culinaria. Otro primero de abril, pero
de 1868, vio la primera luz el poeta y dramaturgo Edmond Rostand, ya para
siempre asociado a Cyrano, que hace de la escritura la forma más alta del
heroísmo. Nada es obra de la casualidad, y los astros se acomodaron de tal
manera que Fernando del Paso está bien acompañado por estos dos autores de otra
era. Por un lado, es notable su amor por la cocina, que comparte estrechamente
con Socorro, mismo que los llevó a hacer un libro de cocina mexicana, cuyo
objetivo es iniciar a los paladares de los paisanos de Brillant–Savarin en los
misterios de nuestra gastronomía; por el otro, la admirable rebeldía e
independencia de Fernando, su voz que es siempre fiel a lo que piensa, aunque
eso signifique el desconcierto de la grey, lo emparientan, afortunadamente, con
el señor de Bergerac, cuya espada y cuya pluma se desenvainan exclusivamente en
defensa del honor, el débil o del enamorado.
El 1 de abril de 1935, día del nacimiento
de Fernando del Paso, entraba al puerto de Acapulco el crucero alemán Karlsruhe,
al mando del comandante Lutjons y el capitán Schomol. Fue recibido con
champaña, grandes honores, y la colaboración de autoridades y marinos mexicanos
que harían con los visitantes maniobras conjuntas. Del otro lado del mar,
Europa entera entraba en un franco periodo de militarización. Francia declaraba
que tendría una flota aérea como la alemana y Benito Mussolini afirmaba,
mientras comenzaba a apoderarse de Etiopía, que sus aviones podrían oscurecer
el cielo de Italia.
La noche del día en que la familia Del Paso
Morante celebraba el advenimiento de su hijo, la Junta Federal de
Conciliación y Arbitraje declaraba existente el estado de huelga de los
trabajadores de los tranvías. La falta de transporte no impidió que una
multitud se dirigiera a la estación de Buenavista a recibir a los primeros
contingentes de atletas que regresaban de los juegos centroamericanos. La euforia
era mayor porque ese día el equipo mexicano de futbol había vencido a Honduras
con un marcador de 8–2. El apoderado legal de la Universidad Nacional,
con apenas siete años de flamante autonomía, se amparaba contra actos del
presidente Lázaro Cárdenas, implícitos en el decreto del 12 de mayo sobre la
enseñanza secundaria en relación a la universitaria. En la colonia Guerrero, la
familia Fabila se intoxicaba con leche, ante el escándalo y preocupación de
todo el barrio, circunstancia aprovechada por la compañía Nestlé apara
incrementar su publicidad y sus ventas y denunciar la adulteración y la impureza
de la leche convencional.
El día en que el niño del Paso ocupaba el
aire con su primer llanto, en el Cinema Palacio se presentaba el pianista
chileno Claudio Arrau con el espectáculo “Sueño de amor”. En los cines Edén,
Monumental y Odeón se exhibía la película Bohemios,
con Julián Soler y Amelia de Ilisa; el Principal daba Monja y casada, virgen y mártir, con Consuelito Frank y
Joaquín Busquets; en la pantalla del Balmori, Joan Crawford y Clark Gable
actuaban en Cuando el diablo asoma,
mientras en el Regis podía verse Clive,
el conquistador de la India,
con Ronald Colman y Loretta Young. Cines humildes y heroicos como el Mundial y
el Alarcón ofrecían por 30 centavos funciones triples y maratónicas de
películas que habían dejado de estar en la primera línea de combate. Roberto El Panzón Soto anunciaba para el
Teatro Lírico el estreno de dos nuevas comedias: Charros al Chaco y Los
hijos de Pancho Villa.
Colaboraban en las páginas de Excélsior y El Nacional Rubén Salazar Mallén, Eduardo Pallares y
Mauricio Magdaleno. Entre la información de gozos y tristezas, logros políticos
y crímenes del orden común, se anunciaba el Chevrolet 1935 con “carrocería
Fisher, motor de seis cilindros de válvulas en la culata”. Una hermosa diablesa
vestida de desnudez —como después habría de serlo Estefanía por Palinuro—
anunciaba a 5 centavos la cajetilla de cigarros Diablitos, tipo habano; el
bálsamo del doctor Bengué proclamaba sus bondades contra gota, reumatismo y
neuralgias, del mismo modo en que las pastillas Lekerol combatían la tos y la
ronquera; destacaba asimismo la publicidad de la ropa íntima Caresse, que “se
lava, lava y lava, y dura, dura y dura”.
Yo
soy un hombre de letras, dice orgullosamente uno de los más inolvidables
personajes de Noticias del Imperio.
Fernando del Paso lo es, de manera literal y literaria, porque desde que empezó
a ejercer las palabras y los colores, nunca abandonó esa actividad. En alguna
entrevista señaló que escribir era como dibujar letras, y su estilo exigente y
poderoso da muestra de cómo cada una de sus páginas es un mural y una sinfonía,
por su riqueza cromática y metafórica, la variedad de registros y el trazo
arquitectónico de la estructura novelística. En contra de las adversidades, con
el amor de su familia, para él sustento tan poderoso como su escritura, lucha
con entusiasmo adolescente por desfacer los mismos entuertos que Palinuro
enfrentaba en su juventud poderosa y desarmada. Gracias demos a Fernando del
Paso por su escritura exigente y generosa, por haber descubierto ese elíxir de
la eterna juventud consistente en inventar el mundo cada día y compartirlo con
nosotros.
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*Texto leído en la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán, Mérida,
el 7 de marzo de 2014.
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