14/Marzo/2015
Laberinto
Laberinto
Edith Negrin
Tal vez Mauricio Magdaleno consideró que Mapimí 37, su primera novela aparecida
en 1927, era poco importante, pues al parecer no hizo ningún intento por
reeditarla. Se trata de una obra casi olvidada tanto por el escritor como por
la crítica. Magdaleno prefirió más bien reelaborar el mismo material en una
obra de teatro, Pánuco 137, estrenada
en Buenos Aires en 1932 y publicada un año después.
La temática del petróleo y su impacto en los pequeños
pueblos mexicanos que anima a ambas obras es retomada por Magdaleno cuando, ya
como un intelectual consolidado, escribió el guión de Gran Casino, la primera de las 32 películas que Luis Buñuel iba
a filmar en México.
En mi opinión, Mapimí 37 es un texto de gran interés, no solo como una de
las novelas pioneras sobre el petróleo escritas por un mexicano sino por ser la
ópera prima de Magdaleno, no
carente de calidad literaria.
Hacia 1920, el joven Mauricio, todavía
estudiante de bachillerato con pocos recursos, había intentado conocer Tampico en
unas vacaciones, pero no pudo hacerlo a causa de un intenso ciclón. Luego, como
militante en la campaña vasconcelista, visitó el puerto una vez más. En Las palabras perdidas describe
ese segundo viaje a la
Huasteca, pletórico de intensas emociones.
Unos dieciséis años después de su malograda
primera expedición, realizó una tercera visita y esta vez, ya no como estudiante
con limitaciones económicas ni como activista político, pudo disfrutar de una
placentera estancia en la región.
En su recreación de este viaje en un texto de
1937 se muestra convencido de que, como le dijo un hombre mayor que atendía un
changarro: “Haga usté de cuenta un ciclón. Así se acabó Tampico”. El ciclón pasa
a ser una metáfora de la fiebre del mineral y Magdaleno se convence de que ésta
había llegado a su fin: “Una vez que se apagó la locura, la Huasteca volvió a ser el
paraíso de los ríos, las barras y los platanares”.
El optimismo de Magdaleno en su tercer viaje
a Tampico es un poco extraño en un momento en que aún no se había llevado a
cabo la nacionalización del petróleo, aunque ya estaba relativamente cercana.
Sin embargo, al inicio de su crónica ofrece una excelente reseña del puerto en su
etapa de industrialización.
***
La novela corta Mapimí 37 fue gestada precisamente entre la conclusión del
bachillerato del autor (1924) y su activa participación en la campaña de
Vasconcelos (1929). Para escribirla —y publicarla cuando tenía veintiún años—, contaba con sus vivencias infantiles en
Aguascalientes, en una familia encabezada por un padre liberal y revolucionario;
contaba asimismo con su inmersión preparatoriana en la cultura y la política en
la capital del país. Había iniciado una prometedora práctica periodística y
debe haber tenido una buena relación con el medio, pues la novela fue publicada
en edición rústica por Revista de
Revistas.
Mapimí 37 tiene
en la portadilla la acotación “Novela mexicana por Mauricio Magdaleno”. Está
ilustrada con las siluetas de la torre de un pozo petrolero y un trabajador; al
fondo se insinúa apenas una población —no se da crédito al autor—. Debajo, un
recuadro hace constar: “Obsequio de Revista
de Revistas”. La guarda está ocupada por una advertencia en grandes
letras: “MATE LA MOSCA/
CAMPAÑA HIGIÉNICA/ LEA USTED “EXCELSIOR”/ EDICIÓN DE LA TARDE”.
Mapimí 37
está protagonizada por campesinos pobres. El núcleo de la red de personajes es
la familia Galván —Roque
y su esposa Cande—, que habita la
pequeña finca El Carretón. El rancho se sitúa a cinco leguas de Mapimí, estado
de Durango, en las proximidades del río Nazas, en la Comarca Lagunera.
En el presente de la historia, que se ubica más o menos una década después del
cese de la lucha armada, ambos son viejos. Hay una breve referencia a la
primera conflagración mundial, dentro del relato de una leyenda, en voz de un
personaje: “acababa de pasar una guerra espantosa, de todos los hombres del
mundo. En ella murieron millones y millones de hombres. Se asesinaban con
demencia”. En términos generales, la situación histórica de la anécdota
coincide con la fecha de publicación de la novela: 1927.
A lo largo de la narración hay dos voces: la
dominante de un narrador omnisciente, en contrapunto con los diálogos de los
propios hombres y mujeres que se van imbricando como la voz genérica de un ente
colectivo. Pero en tanto que el narrador hace gala siempre de un español culto,
el habla de los campesinos exhibe giros regionales, a veces incorrecciones,
acordes con su caracterización. Así, por ejemplo, el personaje Silvestre dice
en esta escena inicial: “Güenas noches, don Roque. Güenas noches, niña Cande.
Ya dejé amarradas las vacas. Ya no las puede llevar uno ni abajito del Mirador.
No más sale agua puerca, quesque…
“Se interrumpe y se va, viendo ocupados a
ambos viejos”.
Aun cuando no hay cortes explícitos, la
historia de El Carretón muestra tres fases sucesivas en relación con la
posibilidad de la existencia de petróleo en la zona.
En la primera fase se presentan separadas la
vida de la comunidad de El Carretón”, junto con los ranchos vecinos, y el
asunto del petróleo. En la tranquila cotidianidad de los ranchitos, tanto los
yacimientos del mineral como las posibles exploraciones son apenas el lejano
rumor de una amenaza que viene de fuera. Ellos se dedican al trabajo, la vida
familiar, los pequeños placeres de una comunidad solidaria pese a su pobreza y
a las pérdidas humanas padecidas en la guerra civil. La
relación de los pobladores con la tierra es fundamental. “La tierra nos hace
nacer, pero un día también, compadecida, nos llama a su seno”, piensa Roque.
Este intenso apego campesino a la
tierra es un tema que recorre la obra posterior de Magdaleno. Una de sus
novelas más acabadas se titula La
tierra grande (1945).
La historia de los Galván se ofrece a través
de los recuerdos de don Roque. Rememora a sus dos hijos, fallecidos en “La Bola”. La
tragedia familiar incluye asimismo a una hija, que huye a Torreón con un
capitán que pidió albergue en el rancho. En la segunda etapa, los chismes se vuelven realidad: las labores en
busca del mineral son inminentes y el gobernante local apoya a un empresario
norteamericano para que se apodere de las tierras del pueblo. La tercera fase
describe en pleno lo que el narrador llama “la calentura del petróleo”,
desatada durante las búsquedas y aumentada después del brote del primer pozo. Se
va arrasando El Carretón, y en especial a los rancheros que se oponen a vender
sus propiedades. En su lugar va surgiendo un campamento que se convertirá en un
pueblo diferente. En el proceso participa la soldadesca que, una vez derrotada
la resistencia, se dedica a cantar, jugar baraja y beber. Inician las cantinas,
los prostíbulos y la violencia. La aniquilación de la comunidad corre paralela
a la de la naturaleza.
Si
en Los de abajo la Revolución se comparaba
con “una piedra” que “ya no se para”, en Mapimí
37 se le equipara con un río: “¿quién detiene al Nazas cuando se viene,
inundando campos y pueblos, y se sale de madre y destruye cuanto encuentra a su
paso?”. Un personaje expresa los
sentimientos del pueblo sobre la
Revolución: “¿Qu’hemos ganado con todas estas bolas? ¿Qué? Nomás
hemos vuelto a lo mesmo, pior tantito”.
El anciano Roque intenta echar de su casa a
los compradores y un gringo le responde: “¡Desde este momento se acabó El
Carretón y todo lo demás! ¡Esto no es más que el pozo número 37 de la Mapimí Oil Company!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario