Confabulario
Julio Aguilar
Esfuerzo, rigor, autocrítica, sentido común y, sobre todo, un interés genuino por la literatura son las exigencias que Huberto Batis pide a sus pupilos en su curso de Teoría Literaria. Hoy lo deduzco y también recuerdo que, en el camino para alcanzar aquellas virtudes, todos los alumnos de mi generación resbalamos alguna vez y caímos entonces bajo el implacable fuego del maestro Huberto transformado en un temible Mr. Hyde.
De esa estampa pedagógica muchos egresados y destripados de la carrera de letras hispánicas pueden dar testimonios en distintas versiones. Pero son muchos menos los que pudieron comprobar que hasta hace algunos años, una vez que Batis concluía sus clases en la UNAM, no colgaba el traje de Mr. Hyde en un perchero de Filosofía y Letras porque se lo llevaba puesto a la redacción de sábado, el suplemento que dirigió a lo largo de muchos años.
Cuando en 1992 me sumé a la redacción de sábado por invitación suya, descubrí con sorpresa que Batis extendía hasta ahí su magisterio con un alumnado no tan joven. Sentado frente al laberinto de papel que era su amplia mesa de trabajo, el maestro-editor enderezaba la sintaxis de las crónicas, barría las comas de las entrevistas, podaba los párrafos de los artículos, restauraba las ideas mal aprovechadas en las críticas y afinaba los finales sosos de cuentos y relatos. Además de eso, él alentaba discusiones entre sus colaboradores no sólo sobre la literatura mexicana del momento, también sobre cine, teatro, arte, danza, fotografía… Del entusiasmo de aquellos debates organizados en caliente, no era raro que, tiempo después, se escribieran artículos, ensayos e incluso manifiestos para publicarse en sábado.
Nunca antes había visto a un editor en esas faenas y nunca más he vuelto a ver a ningún otro con esa capacidad de hacerlo, imponiendo una autoridad difícilmente cuestionada por escritores, periodistas y traductores apabullados por las razones gramaticales, literarias, periodísticas, éticas o de sentido común que Batis argumentaba más o menos paciente, es decir, más o menos Hyde.
sábado era más que un suplemento cultural, era un industrioso taller de creación moderado por un hombre que ha sido mucho más que un promotor cultural. Huberto ha sido un genuino creador de creadores. Con ojo clínico, él es capaz de detectar desde las primeras líneas, a veces entre los balbuceos de ejercicios literarios o periodísticos primerizos, el talento nato, las capacidades prometedoras de escritores y periodistas, o al menos la disposición de los aspirantes a aprender, mejorar y crecer, cada quien a su propio ritmo, cada cual hasta el límite de sus aptitudes.
Como en las clases universitarias, Batis exigía en el suplemento esfuerzo, rigor, autocrítica y sentido común a cambio de invertir su tiempo en leer, comentar y corregir textos de toda índole.
En un momento de la vida en que una lectura atenta y desinteresada, una dirección adecuada y una mano generosa pueden hacer la gran diferencia entre ser un joven escritor o un periodista estimulado y uno destripado, la labor de Batis ha sido esencial al ejercer su apostolado de maestro y editor para apoyar a varias camadas de autores desde que, muy joven, junto con Carlos Valdés, comenzó a publicar Cuadernos del Viento.
Si bien su labor en sábado suele ser lo más mencionado de su trayectoria, porque es la gran aventura editorial más inmediata, Batis ha dejado huella en otras memorables aventuras culturales. Algunos ejemplos: su pertenencia a la generación de la Casa del Lago, la labor como investigador de la literatura mexicana del siglo XIX bajo la guía de María del Carmen Millán, su magisterio en la Universidad Iberoamericana en donde descubrió una cantera de jóvenes talentosos que sumar a proyectos editoriales y académicos; además de su ejercicio como uno de los críticos literarios más perspicaces de su tiempo.
“Huberto Batis es un crítico joven de talento”, escribió Octavio Paz a Arnaldo Orfila Reynal cuando decidían qué jóvenes colaborarían como antologadores de Poesía en movimiento. Al final, Paz y Orfila optaron por invitar a José Emilio Pacheco y Homero Aridjis y dejaron fuera a Gabriel Zaid y Batis.
En estos años que ha estado alejado del periodismo cultural, Huberto ha puesto en orden sus artículos y ensayos críticos en varios libros que son referencia para conocer algunas de las primeras reacciones ante la aparición de libros como Cien años de soledad, o acercamientos pioneros a la obra de escritores mexicanos esenciales como Elena Garro, por mencionar dos ejemplos.
Más allá de eso, en muchos de sus discípulos universitarios o extramuros él ha dejado algo de su obra. Durante años priorizó estar al frente de una labor colectiva postergando una obra personal sin sacar raja y asegurar así un feudo cultural para el porvenir. ¿Por qué? Porque a diferencia de muchas otras cabezas al frente de proyectos culturales y periodísticos, Batis se dedicó a trabajar, no a hacer relaciones públicas.
Batis, un hombre de letras, ha dedicado muchos años de sus 80 al periodismo quizá porque ha creído que el periodismo cultural es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de periodistas.
Hoy, él no está retirado en sus cuarteles de invierno. Para nuestra fortuna, continúa con su labor magisterial de 50 años en la UNAM, seguramente porque piensa que la enseñanza de las letras también es demasiado importante para dejarla en manos de los que define como profesores bikini, es decir, los que enseñan todo menos lo más importante.
Discreta y concienzuda, la obra del maestro Batis continúa todos los días, formando a las nuevas generaciones que escribirán, editarán y estudiarán la literatura mexicana del siglo XXI.
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