Laberinto
Álvaro Uribe
Se dice que es un narrador
frustrado. O un poeta frustrado. O un dramaturgo, un actor, un artista plástico,
un músico, un cineasta, un bailarín, un etcétera frustrado. En pocas palabras:
un creador frustrado.
Pero no estés tan seguro.
Hay quien razona con buenos argumentos que la frustración, cierta frustración,
es el origen de todas las artes. Hay quien alega con argumentos más
tendenciosos que la crítica puede ser un arte. Y hay quien objeta con argumentos
atendibles que se trata de un oficio redundante o superfluo, porque la
verdadera obra de arte incluye en su ejecución una crítica en acto de las obras
artísticas que la precedieron en el mismo género.
Lo cierto es que, sea cual
sea el objeto de sus afanes, el crítico es un escritor. O para mayor exactitud:
cree ser un escritor. Un autor de textos y de libros que, en su opinión, se
sitúan en un plano de igualdad con los textos y los libros de los autores
creativos. Y ahí empiezan los problemas. Y también las frustraciones.
Pues aunque las novelas
surgen de otras novelas, y los cuentos de otros cuentos, y los poemas de otros
poemas, y los ensayos de otros ensayos, y no hay libro que no venga de otros
libros, la literatura crítica es doblemente derivativa. Es, como la hiedra o la
sanguijuela, una entidad parasitaria. Con el agravante de que el parásito está
convencido de que al elaborar su obra a partir de la tuya en realidad te hace
un bien y cumple al mismo tiempo una alta función social. Sobre todo si su
crítica es negativa, porque no tiene otro propósito que el de ayudarte a ser
mejor. Como los padres que golpean a sus hijos para corregirlos.
Yomero Pino, un crítico
amigo, se burla de ti porque sus críticas públicas a tu obra las resientes de
manera personal. “Lo que importa son los libros”, te dice sonriendo después de
afear uno tuyo en una reseña cruel, “no el ego”. Pero si tú observas en privado
que su prosa abunda en ripios y es anticuada, Yomero se ofende contigo y te
deja entrever que su próxima reseña será aún más dura.
Y peor todavía si le
reclamas, asimismo en privado, que a otros amigos igual de buenos amigos o de
malos escritores no los critique tan perversamente como a ti. Pues entonces, ya
sarcástico, Yomero te espeta: “No sé por qué te crees inatacable; ni que fueras
Borges”. Y tú vacilas en responderle que él tampoco es Harold Bloom. Y que
además Bloom, soberbio y caprichoso como solo un crítico se siente autorizado a ser, juzga que Borges, aunque grande, no es un creador.
¿Quién critica al crítico? No
te animas a escribir contra Yomero inmediatamente después de que rebajó tu obra,
para no parecer tan despechado como estás (o eso te dices). Tampoco escribirás
contra él en una ocasión futura, para no malgastar tu tiempo en fruslerías (o
eso te dices). Pero la verdad es que no lo criticas porque le tienes miedo.
Porque esperas que su próxima reseña de algo tuyo sea benigna. Porque, sea o no
sea un escritor frustrado, el crítico es sin duda un escritor frustrante.
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