Jornada Semanal
Gustavo Ogarrio
Al igual que otros escritores latinoamericanos en los que se advierte una conexión totalizadora entre literatura y política, José Revueltas (1914-1976) y su obra exigen a un lector que comparta también la clave de esta unidad de sentido. A la figura de Revueltas le sienta bien su acomodo en esa tradición que va del peruano José Carlos Mariátegui (1894-1928) al argentino Rodolfo Walsh (1927- ¿1977?); escritores que ampliaron las fronteras y el significado de lo que se ha entendido como “compromiso político”; obras que guardan sus claves más sustantivas en lo que el mismo Mariátegui llamaría unimismidad: vida y escritura entendidas como un “único proceso” de los que metieron “toda su sangre en las ideas”; enfoques políticos que se fundamentan en una crítica puntual a la totalidad de la vida en el capitalismo y que se funden con una perspectiva estética propia.
Por más que a Revueltas se le acose para escindir
su poética narrativa de sus ideas políticas, en los casos más sonados y
vergonzosos como los de las novelas Los días terrenales y Los errores, una y otra vez Revueltas se niega a esta desmembración en la escritura misma de su obra, aunque su mea culpa
ante la férrea disciplina del Partido Comunista Mexicano no sea más
que una estrategia para reconsiderar su militancia pero nunca el
vínculo orgánico entre narrativa y política. Tampoco sirve ya para
entender la complejidad de la obra y la vida de José Revueltas su
estigmatización como un “poseído”, como un escritor telúrico que genera
animadversiones retrospectivas que tratan de escamotear el valor
artístico de su obra y, sobre todo, de obnubilar esa complejidad de sus
ficciones que siempre atentan contra cierta ingenuidad con la que se
concibe muchas veces la autonomía del mundo literario. Revueltas es uno
de los autores en lengua española más conscientes de la especificidad
política de la ficción, de las modulaciones narrativas de ciertas
perspectivas del mito que ayudan a presentar ese fondo oscuro y
violento de la condición humana. Revueltas escribe y milita con una
conciencia narrativa sumamente desarrollada respecto al desafío de
recobrar, para el mundo contemporáneo, algo de esa unidad de la
tragedia clásica y en la que todavía no estaban separadas la palabra de
la poesía y la política.
¿Qué zona de la obra de José Revueltas permanece
hasta cierto punto inexplorada a la luz de esta totalidad de sentido
bajo la cual literatura y política se articulan trágicamente? Las
crónicas de Revueltas están en las orillas de su obra, sin entender esto
como cierto carácter marginal de sus textos periodísticos o de sus
relaciones de hechos. Más bien, la crónica le sirve a Revueltas para
emprender tempranamente ese registro asombrado y sombrío del “viaje”,
hacia las entrañas míticas de la erupción del volcán Paricutín en 1943,
por ejemplo; y para ensayar narrativamente, muchos años después, una
de sus experiencias revolucionarias más intensas: el movimiento
estudiantil de 1968.
Publicada en El Popular en abril de 1943,
en tres partes, la crónica “Visión del Paricutín” no sólo da cuenta del
nacimiento del volcán más joven del mundo en Michoacán, en febrero de
ese mismo año; Revueltas también se expresa como un narrador-testigo
que modula una voz en primera persona que registra esa soledad
milenaria, material y metafísica a un mismo tiempo, de los despojados
del mundo. Como afirma Carlos Monsiváis, también da cuenta de “la
destrucción de los pueblos de Michoacán”: “Dionisio Pulido, la única
persona en el mundo que puede jactarse de ser propietario de un volcán,
no es dueño de nada. Tiene, para vivir, sus pies duros, sarmentosos,
negros y descalzos, con los cuales caminará en busca de la tierra;
tiene sus manos totalmente sucias, pobres hoy, para labrar, ahí donde
encuentre abrigo”.
“Otros miles más” padecen también la estridencia
del volcán, el arrasamiento de la vida y de la muerte. Vivos sin
muerte, muertos en vida, ebrios de lava todos, son mirados a los ojos
por el testigo Revueltas, por un narrador que va buscando también lo que
nadie puede ver: el llanto “terrible, siniestro y tristísimo” de la
tierra; “una rabia humilde”, “una furia sin esperanza y sin enemigo”.
¿Qué fondo mítico e histórico sostiene al cronista Revueltas en su
acercamiento a la suma de tragedias que va dejando el nacimiento de
fuego del volcán Paricutín? Encontramos ya una resonancia bíblica
plenamente secularizada y que posteriormente va a manifestarse como el
punto de vista inicial en obras como Los días terrenales.
Revueltas afirma en su crónica: “En San Juan Parangaricutiro hay un
pavor religioso, una fe extraída del fondo más oscuro de la especie,
cuando el hombre huía de la tempestad y un dios frenético ordenaba el
destino”. En el comienzo de Los días terrenales se puede leer
otra manera de modular esta voz con resonancias míticas, primigenias,
siempre sobre un relato que contrapuntea la experiencia bolchevique “a
la mexicana” con su deshumanización basada en la sospecha conspirativa
contra “cualquier heterodoxia”: “En el principio había sido el Caos, mas
de pronto aquel lacerante sortilegio se disipó y la vida se hizo. La
atroz vida humana.”
¿Qué es la crónica para José Revueltas en esa “era
de la revolución” que fue el movimiento estudiantil del ‘68? Es una
relación de hechos de lo que no alcanzan a conceptualizar sus ensayos y
sus textos más militantes, como esa respuesta memorable al Cuarto
Informe de Gobierno de Díaz Ordaz de 1968, y en la que Revueltas es
devastadoramente puntual en describir los miedos del régimen ante el
“despertar de conciencias” y los nuevos “ejercicios de la libertad”.
En su Diario, Revueltas da cuenta de la ocupación de Ciudad
Universitaria, el 18 de septiembre de 1968, “a las 22 horas”; además,
registra las fechas de los mítines y manifestaciones para enfilarse
hacia el 2 de octubre y anotar lo espeluznante con puntualidad: “Nos
enteramos de la terrible matanza”. “Sobrevienen días absurdos,
increíbles”, en los que el cronista Revueltas se prepara también para
narrar su persecución y, finalmente, su estancia en prisión. El Diario
también dispone narrativamente a Revueltas para escribir la relación
de hechos en Lecumberri. La crónica puntual y fragmentada de Revueltas
del ‘68 es también el puente trágico con su narrativa de presidio, entre
esos dos textos que se presentan a través de un solo enunciado:
“Ezequiel o la matanza de los inocentes” y su obra maestra El apando. El registro narrativo de un “país monstruoso”, carcelario, en el que nadie “se dolió de la matanza de los inocentes”.
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