sábado, 28 de junio de 2014

Ana María Matute: Una vida entregada a la literatura

28/Junio/2014
Laberinto
Ana Ruiz

Cuando en 2010 ganó el Premio Cervantes, el más importante en lengua española, con- movida, Ana María Matute dijo: “He dado toda mi vida a la literatura”. No le importaba si el jurado había realizado hasta seis votaciones porque no se ponía de acuerdo en sus méritos. Ella tomó el premio como un reconocimiento a su entrega total, al esfuerzo que durante más de seis décadas —desde que tenía diecisiete años, cuando escribió su primera novela, Pequeño teatro — dedicó a la literatura. La novela tuvo que esperar once años para ser publi- cada. Sin embargo, Matute perseveró como había perseverado para salir adelante en una sociedad hostil en la que había nacido el 26 de julio de 1925.

Lectora compulsiva, amante de los autores rusos desde que se inició en los cuentos de Anton Chéjov, Matute se dio a conocer en la revista Destino publicando cuentos, a los dieciséis años. En 1948 publicó su segunda novela, Los Abel, finalista del Premio Nadal, y un año más tarde En esta tierra, censurada por el gobierno franquista y reeditada en los años noventa con el título de Luciérnagas.

Se dedicó entonces a la labor docente fuera de España, en Estados Unidos. Fue un silencio largo, pero ella mantuvo su decisión de seguir escribiendo. Publicó en los años cincuenta y sesenta novelas como Fiesta al noroeste y libros de cuentos como La pequeña vida

En los cincuenta se casó y tuvo un hijo, Juan Pablo, al que dedicó todos sus libros infantiles. El naufragio de su matrimonio la llevó a perder no solo la custodia sino la posibilidad de ver a su hijo, lo que la sumió en una primera depresión que marcaría su carácter y su personalidad.

Matute se refugió en la literatura y publicó novelas como Los soldados lloran de noche (1963) y El río (1973), y libros de cuentos como El arrepentido (1961) y El aprendiz (1972). Al rememorar sus inicios, comentaba: “La osadía que impulsa a los adolescentes y a los ignorantes y a los fabricantes de inventos y sueños, todo eso me empujó a llevar mi primera novela a probar fortuna en una editorial. Pero mi mayor osadía era no solo llevar una novela casi adolescente a una importante editorial, sino que encima la llevaba escrita a mano, en un cuaderno escolar”. 

Matute decía que desde su primer cuento —a los cinco años— hasta su último libro, que los recoge casi todos, comprobó satisfecha que por fin el cuento había ingresado a los géneros respetados de nuestra literatura, aunque lamentó “que aún en nuestros días los cuentos de hadas sean mutilados bajo pretextos inanes de corrección política. Me estremece pensar que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no solo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco?” 

En su discurso de aceptación del Premio Cervantes, Matute no olvidó citar la dura experiencia de la Guerra Civil española, que vivió cuando tenía once años y marcó profundamente su vida y su obra: “Solo recuerdo que el mundo se había vuelto del revés, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastación”. 

En 1984, un tanto reconciliada con su país natal, Matute recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil de España por su libro Solo un pie descalzo, lo que representó su vuelta al primer podio del ruedo literario. Pero su depresión no había acabado y volvió al silencio, del que regresó en 1996 con la que se considera su gran obra, Olvidado Rey Gudú: “Gracias al Rey Gudú y a Carmen Balcells, que me animó a que terminara ese libro, volví a ser la Matute. Las depresiones son muy duras, no se sabe de dónde vienen, porque yo era muy feliz. Y el médico me dijo que la vida pasa factura. Pero la verdad es que no lo sé”. 

Había encontrado un particular método para salir de sus depresiones: la lectura, a la que dedicó la mitad de su vida. “Sin literatura no podría vivir —dijo alguna vez—. La literatura es y ha sido el faro salvador de muchas de mis tormentas”. 

En una rueda de prensa celebrada tras conocerse la decisión de otorgarle el Premio Cervantes, Matute aseguró haber vivido un estallido de felicidad al recibir la noticia y confesó que durante la noche anterior no pudo dormir por los nervios que le provocaba su candidatura. 

Matute aseguraba que “toda la música del mundo, la audible y la interna, nos la inventamos, y que quien no inventa, no vive”. Resumía su vida literaria confesando que, tras la revelación de que sería escritora gracias a una chispa azul que vio cuando partía un terrón de azúcar, comenzó a inventar: “Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor, créanselas. Créanselas porque me las he inventado”.

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