miércoles, 18 de junio de 2014

¿Águila o sol?

Primavera/2014
Luvina
Adolfo Castañon

Es curioso que el libro de poemas en prosa ¿Águila o sol? (1951) de Octavio Paz haya tenido que esperar cincuenta y dos años —cifra del ciclo solar azteca— para ser publicado en forma singular, vertido al italiano por el poeta Stefanno Strazzabosco en una traducción limpia y compacta como una piedra lavada por el río del tiempo. ¿Águila o sol? ocupa un lugar clave en la biografía literaria de Octavio Paz. Este libro llegó a las manos de Alfonso Reyes a través de Rufino Tamayo, quien desde Nueva York lo envió por correo a México. En la carta que le manda Octavio Paz a Alfonso Reyes —recogida en el epistolario preparado por Anthony Stanton para el Fondo de Cultura Económica— se lee: «le envío el manuscrito de ¿Águila o sol? Como usted verá al leerlo, se trata de un “volado” en el que se apuestan muchas cosas. Ojalá que usted no lo encuentre indigno de mis manuscritos anteriores. Ojalá también que Tezontle pueda publicar este librillo. Si se tropieza con dificultades económicas, le ruego que me lo diga. Acaso por un sistema de “suscripciones” o a través de otros artificios puedan obviarse los obstáculos financieros. Me doy cuenta perfectamente de que se trata de un libro de venta difícil».
     El libro iría acompañado de cuatro ilustraciones de Tamayo. La respuesta de Alfonso Reyes —23 de febrero de 1951— no se hizo esperar ni su entusiasmo dejó de tocar las inevitables cuestiones prácticas: «Con su carta de enero me llegó ¿Águila o sol? Muy bienvenida. Ya procedemos a “Tezontlear”, y ya le diré qué arreglo económico le propongo, pues en esta casa de la Cenicienta andamos como de costumbre». El libro finalmente se publicaría hacia fines de ese año, «sería un “Tezontle chico”» que vendría a costar unos dos mil pesos, de los cuales Octavio Paz abonaría mil. La edición venía cuidada por Alí Chumacero y el tipógrafo malagueño Julián Calvo.
Publicado en 1951, ¿Águila o sol? es una de las encrucijadas que orientan hacia su plenitud la obra de Octavio Paz. El breve libro está escrito en medio de esos años milagrosos, entre 1949 y 1950, en que se suceden y agolpan bajo la pluma de Octavio Paz El laberinto de la soledad (1949), los primeros papeles de El arco y la lira y el primer ensayo sobre Rufino Tamayo, para culminar en 1957 con Piedra de sol y La estación violenta. Son años de intensa búsqueda y exploración fecunda.
     Cabe decir que de los cincuenta poemas que incluye la primera edición de 1951, aquí sólo se traducen los veintitrés que pertenecen a la sección titulada «¿Águila o sol?» y se excluyen las secciones «Trabajos del poeta» y «Arenas movedizas».
     Antes de ser título de un libro de poemas en prosa, «¿Águila o sol?» es una pregunta que los niños y adultos se lanzan en México con expresión retadora cuando dejan una decisión a la suerte resuelta por una moneda lanzada al aire, por un volado. ¿Águila o sol? es la pregunta ritual del volado a cuyo alburero resultado todos los mexicanos nos rendimos. Por eso el libro de Octavio Paz que trae este nombre tiene algo de premonición, de apuesta, reto y desafío. «Se trata de un volado», como dice el mismo Octavio Paz a Reyes, es decir, para rascar los sentidos de la voz mexicana: de un juego y de una jugada fuera de la norma. Recuérdese que ¿Águila o sol? es el primer libro del poeta Octavio Paz donde éste practica el poema en prosa.
     ¿Águila o sol? Convoca, en el tiempo mexicano, la sombra del azar, el albur del juego, el juego de palabras. Quizá por eso habría que leer este libro como un libro augural —como un calendario, como por lo demás han comprendido perfectamente los editores italianos—, como cartas de una lotería o de un tarot cuyo ganador sería el que reparte las cartas, el que las anuncia y las dice, el conductor del juego, el poeta-lector que echa el volado y pregunta: ¿Águila o sol?
     En la pregunta del volado «¿Águila o sol?» está presente la dualidad de los dos signos míticos de la identidad mexicana: el águila que simboliza la ciudad de los hombres y de la política, el águila que simboliza al político, como bien sabía Paz: «De un hombre que ve de lejos a sus víctimas y las sorprende desde los aires, rápido, para el ataque y para la huida, verdadera ave de rapiña, se dice que “es muy águila”», «águila silenciosa y voraz, agudo pico, garras terribles y alas poderosas» («Política de altura», en Obras completas, tomo xiii, p. 394).
     El sol, por su parte, es el símbolo mismo de la vida, pero también el padre de la sequía, el ojo sin párpados de lo sagrado que acecha, el símbolo de Huitzilopochtli y el ojo inmóvil de Lautréamont.
     La pregunta que apuesta por un destino todavía no decidido —el poeta tiene treinta y cinco años— le señala una disyuntiva desde nuestra lectura: ¿elegirá la ciudad de los hombres, iniciará desde el poema en prosa el camino de la narrativa (recuérdese que a la hora de escribir ese manuscrito Octavio Paz está muy cerca de Juan José Arreola), o bien escogerá buscar las ciudades sagradas de lo solar e iniciará una heliomaquia? O bien el poeta haría de la convivencia fecunda de estos dos polos —águila y sol— un método para vivir la vivacidad a través de la escritura y la contemplación. De ahí que el autor sea consciente una y otra vez de que «el tiempo se abre en dos» y de que es «hora del salto mortal», hora de lanzarse a sí mismo al aire del azar como una moneda viva y ver de qué lado se cae. Todo está en manos del azar pero toda excepción tiene una regla y cualquiera que haya echado volados una y otra vez sabe que a veces la moneda no da ni cara ni cruz ni águila ni sol, sino que se queda erguida de canto, imantada como por una vida propia, de pie como el poema que ha cortado el cordón umbilical con su autor y va solo en busca de sus lectores. Por eso ¿Águila o sol? cuenta en filigrana una historia, intenta responder a una pregunta que a su manera cada uno de los textos plantea: ¿cuál es el lugar del canto? ¿Cuál es el sitio desde donde debe escribir el poeta moderno? La búsqueda del lugar del canto, del punto de partida desde donde sería posible la palabra es el hilo conductor de este libro que concluye buscando «salidas», «puntos de partida», líneas para llevar «hacia el poema». Ese lugar del canto se sitúa evidentemente en un altiplano mental, en un desierto o arena.
     El hecho de que la primera sección de ¿Águila o sol? se llame «Trabajos del poeta» y antes se haya llamado «Trabajos forzados» debe llamar la atención. Los «trabajos forzados» son los que realizan los presidiarios, y esa expresión, ahí, sugiere que el joven poeta de treinta y cinco años que escribe esas páginas tiene, ya desde entonces, conciencia de ser un presidiario: más todavía, un cautivo de por vida en el castillo de la poesía y la literatura.
     El motivo del poeta como prisionero no ha sido ajeno a la poesía moderna. Ahí está el libro de Jules Supervielle, Le forçat innocent (El presidiario inocente), que seguramente Paz no ignoraba, como tampoco ignoraba las imágenes carcelarias de Arthur Rimbaud o de Lautréamont. Sin embargo, el compromiso de Paz con la imaginación de la pérdida o privación de la libertad como una metáfora adecuada para interrogar su propia vocación poética va mucho más allá, como muestra el afortunado título que abarcará toda la producción poética de su primera época: Libertad bajo palabra. Al que está prisionero de por vida por su propia vocación, la única «salida» que le es dable imaginar es la de una «libertad condicional», la de una «libertad bajo palabra» de la cual se hará merecedor si cumple puntualmente los «trabajos forzados», los «trabajos del poeta» que le han sido encomendados. El primero de esos «trabajos» pone al lector ante un paisaje alucinante, demencial. Estamos ante una de esas escenas abigarradas donde proliferan y pululan las criaturas monstruosas: «Tedevoro y Tevomito, Tli, Mundoinmundo, Carnaza, Carroña y Escarnio», como las que caracterizan la pintura flamenca del Bosco o de Brueghel el Viejo. También podríamos estar ante uno de esos paisajes medievales donde se exponen simultáneamente Las tentaciones de San Antonio en el desierto. De hecho, cuando en la breve introducción de ¿Águila o sol? Octavio Paz dice: «Hoy lucho a solas con una palabra», está señalando el carácter de ese combate singular y solitario que debe emprender quien decide luchar con el demonio (el demonio de las palabras) para intentar romper el hechizo de sus inclinaciones y declinaciones. El resto de los «trabajos del poeta» está marcado por la idea de la purificación, pues ese combate íntimo es ante todo una lucha con y contra la suciedad y la cobardía del lenguaje público y privado.
     Cada uno de los veintrés textos (veintidós más la introducción) que comprende este libro se erige como retablo, como misterio en el camino doloroso y jubiloso de esta vocación apasionada que se pregunta a cada instante ¿águila o sol, cuál es el lugar del canto? Libro de salidas fuera de la «pirámide de lágrimas», fuera del Laberinto de la soledad, ¿Águila o sol? es, como se ha dicho, el libro donde más clara es la filiación, la afinación surrealista de Octavio Paz. No en balde está fraguado como una serie de poemas en prosa. Pero ¿Águila o sol? es un libro, como bien ha sabido señalar Guillermo Sucre, desde donde arranca esa «nueva exploración del lenguaje que la literatura hispanoamericana —y no sólo la poesía— ha venido explorando desde los años sesenta». La clave tensa de esa exploración está en la combinación y fusión, de un lado, de la fuerza sensible, sensitiva y contemplativa, y del otro en la dolorosa y gozosa intensidad con que el poeta deja estallar en su interior la confianza en el lenguaje. Es un libro de monólogos dramáticos donde el «yo elocuente» es un yo inestable, itinerante, nómada, pues tan pronto le da voz al poeta adolescente que se autorretrata como se la presta a la Diosa dolorosa que se autoconsagra en «Mariposa de obsidiana» (implícitamente dedicado a Tonantzin-Virgen de Guadalupe), uno de los poemas «salidas» donde mejor se transparenta la condición profética del poeta que ha sabido asumir la figura del mitógrafo y vivir como propios los mitos y arquetipos nacionales. Paz sabe bien lo que dice, lo que lo dice, el aliento que lo habla y lo hace digno de sus sueños, merecedor de su lenguaje. Esta autoconciencia es la que recorre este breve libro augural que —así lo demuestra la traducción al italiano—, lejos de haber envejecido, brilla hoy como una moneda recién acuñada.
     La edición original llevaba en la portada un dibujo de Rufino Tamayo donde se veía una mano echando al aire un volado, una moneda que en su trayectoria espiral iba preguntando ¿Águila o sol? Cabe subrayar que el título del libro lanza una pregunta, y la deja suspendida en el aire: ¿Águila o sol?
     Además, al artista oaxaqueño está dedicado el poema en prosa titulado «Ser natural. Homenaje a Rufino Tamayo». Hay que recordar que, por esos años —precisamente en noviembre de 1950—, Tamayo expuso por primera vez en París y Octavio Paz escribió el ensayo de presentación que acompañaba dicha exposición. En ese ensayo habla Paz de la «ferocidad» y la «rabia lúcida» que llevan a Tamayo a pintar el «reverso de la medalla, el rostro nocturno de la sociedad contemporánea»: «La pared ruinosa del suburbio, la pared orinada por los perros y los borrachos, sobre la que los niños escriben palabrotas. El muro de la cárcel, el muro del hogar, el muro del dinero, el muro del poder». Paz concluye que sobre ese muro Tamayo ha pintado «algunos de sus cuadros más terribles». Cabría añadir que también contra ese muro —el muro de la historia— está escrito este libro de poemas en prosa; con él se afirma la conciencia crítica del poeta que ya está consciente de que el lenguaje no está dado: «Ayer, investido de plenos poderes, escribía con fluidez sobre cualquier hoja disponible, un trozo de cielo, un muro (impávido ante el sol y mis ojos), un prado, otro cuerpo».
     Por último, unas palabras sobre el diseño del libro y sobre los dibujos de Juan Soriano. En la edición traducida al italiano, cada poema está señalado por una página falsa, pero el tipógrafo ha tenido el cuidado de imprimir en cada una de esas páginas falsas en una columna vertical la serie de los veintidós números romanos de que consta la obra y el título del poema respectivo junto al número romano. Este concepto tipográfico presta al libro una cierta apariencia de reloj o de calendario, además de manifestar en cada momento la «hora» que da cada texto, el lugar que en el conjunto del libro ocupa cada poema.
     Sobre los dibujos de Juan Soriano cabe decir que manifiestan con soberana sencillez y elegancia un diálogo, tanto con los poemas en prosa de Octavio Paz como con la pintura de Rufino Tamayo. Es como si Soriano hubiese ido a la raíz que en el subsuelo imaginario comunicó por un momento a Rufino Tamayo y a Octavio Paz.

  Octavio Paz a Alfonso Reyes, 29 de enero de 1951, p. 137.

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